jueves, 31 de diciembre de 2009

Fin de la década

La Bella Durmiente, Walt Disney
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El pasado no es mejor que el presente, pero está iluminado por una luz sugestiva y crepuscular que es tan poética como distinta de la cruda y amarga claridad que tiene el presente.
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Pío Baroja


El año parece que llueve a lágrima viva en sus últimas horas de existencia, como si no quisiera irse, como si le costara aceptar que pronto pasará a formar parte de los recuerdos de todas las personas que han respirado bajo su cabellera tejida de meses. Tal vez quien llore no sea el año, sino el siglo, que no quiere hacerse mayor. Porque cumplir una década es algo demasiado serio que siempre nos deja un puñado de anémonas azules en los ojos.

Pero ya me he cansado de ser espectadora y de mirar la vida con los colores de antaño. Si comparo el mundo de antes con el de ahora, todo parece demasiado gris o demasiado amplio, como un jersey dos tallas más grande; y no sé muy bien si soy aquella niña que se pasaba las tardes dibujando o la adolescente que llenaba sus horas de soledad estudiando y escribiendo versos inútiles. Quizá el secreto esté en mirar las cosas con los ojos de niña, pero también de adolescente, y de nube, y de agua, y de sol. Todos los colores se funden entonces y la realidad no parece tan fría. Incluso puede que realmente no sea fría, aunque el termómetro de fuera indique que no llegamos a los diez grados.

No sé en qué esquina de mi existencia se me ocurrió dejar aquella pequeña chispa de confianza que iluminaba mis ojos y que me hacía sentirme parte de este mundo. Quienes me conozcan sabrán que soy una persona que se va dejando las cosas olvidadas allá donde va, y luego no encuentra las ganas suficientes para buscarlas. Pero he decidido abrir el cristal que he levantado en torno a mí y aventurarme a buscar aquella chispa perdida por estas realidades. Y despertar de una vez por todas, porque solo en un cuento de Perrault es posible dormir cien años y levantarte un día con las mejillas y las ilusiones intactas.

Apenas me he asomado un poco al mundo exterior y ya he descubierto que no es algo ajeno e inmóvil. Y no da tanto miedo como pensaba. Tal vez vivir en él no sea tan difícil. Tal vez merezca la pena. Y tal vez –solo tal vez- sea capaz de reunir el suficiente valor para no volver a encerrarme en mí misma.

No estoy sola. Sé que no estoy sola, por mucho que a veces me satisfaga envolverme en el más profundo de los pesimismos y pensar que lo estoy. Los que están solos, a veces, son mis pensamientos. Pero eso es porque me empeño en encerrarlos y en dejar que se marchiten en un rincón de mis ojos. También sé que no siempre ocurrirá así.

A todos aquellos que estáis dedicando unos minutos de vuestras existencias a leer esto, os deseo una feliz salida y entrada de década. Hay un montón de sueños sonámbulos esperando por nosotros más allá de las fronteras del calendario de 2009.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Yo vuelvo por mis alas

Alumbrado navideño en Atocha


Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo ayer.

Federico García Lorca


Hace ya años que caminas junto a mí, pero hoy te veo más cerca, como si tu presencia se hubiera vuelto menos etérea. Tal vez sea el invierno, que ha llegado de improviso, helándonos las calles y el corazón. Ni siquiera el alumbrado navideño logra aplacar el frío que parece haberse instalado en mis sentidos. Supongo que por eso me evado hacia mundos y seres imposibles.

No recuerdo un diciembre tan frío como este. La nieve, por lo general, siempre ha venido de la mano de enero, desde aquel año tan triste en el que no pude bajar al patio para hacer un muñeco de nieve porque tuvimos que marcharnos. ¿A dónde? Tú lo sabes, así que prefiero no tener que recordarlo. Al fin y al cabo, no he dejado de hacerlo desde entonces. Cuando veo nevar siento empañarse una vez más los cristales del coche de mi padre y aquel pesado y húmedo silencio. Más allá, todo es blanco.

Vamos a dar una vuelta por el centro, aunque las luces de este año no me gusten. Ya no se oye a nadie cantar villancicos por la calle, pero claro, es que esa es una moda del siglo XX… y ahora estamos en el siglo XXI. En el helado siglo XXI, esa cifra que comienza por 2, igual que esta edad recién estrenada que se me hace demasiado grande para mi diminuta presencia. Cuando pienso en el 2, siento un afán irremediable de acurrucarme cerca de algo calentito y encogerme en torno a mí misma, cerrando los ojos y soñando con que, al despertarlos, todo volverá a la normalidad y los últimos trece años no habrán sido más que un sueño. Un sueño bueno, o malo; qué más da. Confuso, fugaz, impredecible, intoxicado de ilusiones marchitas.

Me gusta vivir en esta especie de vacío que representan las Navidades. Aunque este año no puedo encontrar el acorde exacto en el que todo se volvía cálido a pesar de que el termómetro marcara varios grados bajo cero. Todavía me falta el chocolate con churros en el Café Comercial, ir al cine el día de Navidad, pasar una noche viendo varios capítulos de El Zorro, una sesión fotográfica delante del árbol y cochinillo asado. Aunque ya no pueda ser en Nochebuena. Porque tú sabes lo poco que me gusta el bacalao en Nochebuena. ¿Cuándo se ha visto eso? Es un elemento extraño, igual que todo lo que me rodea. No sé si el mundo ha cambiado o soy yo la que no logro encontrarme. He debido olvidarme a mí misma en alguno de los años que van en bicicleta desde el invierno aquel en que todo cambió. Y ahora no puedo más que mirar, observar las cosas a través de un cristal inmenso, como si la vida fuera una película en VHS y alguien hubiera pulsado el botón de avanzar. Las imágenes se suceden fugaces, incomprensibles, demasiado confusas, sin darme tiempo a pensar y casi ni a soñar. Y eso que mis lunas están tejidas con sueños. Pero es que no soy yo; no puedo ser yo. ¿Quién me ha metido en este cuerpo tan raro, en este papel tan difícil, en este siglo tan helado? ¿Dónde se han quedado mis alas, dónde mi pasmosa seguridad de que el mundo se detendría con una sola de mis lágrimas? Yo vuelvo por mis alas, dejadme volver…

Tengo la impresión de que nunca volverá a ser Navidad. Pero me sigo encontrando bien en este paréntesis atemporal que sucede a una velocidad imposible. Más allá del 6 de enero solo veo niebla, y frío, un frío espantoso, y la vida que sigue, y las realidades acechando tras la esquina más próxima. Quiero esconderme del tiempo y que todo siga, pero que se detenga mi mundo, ya que resulta imposible volver atrás.

Ni siquiera sé por qué te escribo desde hace ya años, por qué te hablo, si no eres nadie, si ni siquiera existes. No representas más que mi desenfrenado afán por escapar de la realidad que me rodea. Pero no te alejes de mí, o me sentiré terriblemente sola. Y feliz Navidad para ti también.



sábado, 5 de diciembre de 2009

Y Dafne se detuvo...

" Apolo y Dafne", Gian Lorenzo Bernini


El invierno extiende su manto de frío sobre el mundo y a mí solo se me ocurre acordarme de aquel tórrido verano de Sicilia. Qué curiosas resultan las formas de evadirse que dibuja nuestro pensamiento.


Colores de Sicilia


La luna roja imprimía una huella sangrienta
sobre las cadenciosas e infinitas ondas
del mar que, en armonía con el firmamento,
confunde sus tonalidades en un único lienzo.

Rugían los demonios mitológicos
desatados en los largos latidos de la noche;
sus monstruosas formas apenas olvidadas,
arrastrándose erguidas por los valles y montes
de la lejana isla.

El misterio asomaba por el cráter del Etna
en forma de encendidas lágrimas de fuego
refulgiendo en el negro de la noche sin fondo;
triste recuerdo antiguo del brutal Polifemo
cuyo único ojo enamorado
atesora aun hoy reminiscencias húmedas
de su adorada Galatea.

Hércules no podía soportar
cargar el peso de la Tierra
sobre sus hombros blancos
de triste adolescente desterrado;
como tú no podías mirar el infinito
sin pensar que millares de espíritus celestes
se arrojarían de un momento a otro
sobre tu rostro hambriento
de madrugadas imposibles y patéticos besos
de ensoñación temprana.

Huye, Dafne; por siempre.
Huye por las veredas escondidas,
por entre los maltrechos templos sicilianos
reducidos a ruinas veleidosas
que sucumben ante el mirar inquieto
del dios de los océanos.

Intérnate por naranjales de frutos desangrados,
por claros olivares que respiran perfumes arrancados
de la lejana Andalucía, perenne en la distancia.
Italia te recogerá con sus voces cantoras,
sus tarantellas juguetonas y sus mares alegres;
sus mares que hoy encierran las tierras sicilianas
prisioneras en las inmensidades de un reloj inactivo.

Y Dafne se detuvo.
Un rugido indolente
estremeció el Mediterráneo deshecho entre la espuma;
y el Etna sacudió sus lágrimas de fuego
bajo el eterno ojo vigilante
de un monstruo enamorado…


6 de agosto de 2008


© Marina Casado

* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Amaneceres grises

"Pistol River", René Magritte


Tristeza de la luz
de acetileno y de los zócalos
tan blancos de los hospitales y de la lenta
respiración de la basura y de los charcos
al pie de las farolas del amanecer.

José Manuel Caballero Bonald



Cuando se acaba el verano, las mañanas de cada día de diario se visten de luz eléctrica y de frío, de voces de fondo y ruido de vasos y de platos desde la cocina. Nunca he podido evitar despertarme antes de lo que debería, y entonces me acurruco entre las sábanas, invadida por una sensación de vacío ante las horas que se me presentan, agotando los leves minutos que faltan para las siete y veinte. Fuera, hace frío y está comenzando a amanecer. Las calles se convierten en largos desfiles de automóviles que demuestran su prisa tocando el claxon, como si la mañana no fuera lo suficientemente desagradable de por sí, para además tener que aguantar ese horrible estrépito. El aire es gris, igual que en las películas en blanco y negro, pero sin el toque entrañable y acogedor que estas poseen.

Al llegar al metro, siempre dudo entre bajar andando las escaleras mecánicas o dejarme llevar, sin pararme a pensar que, en el fondo, el tiempo ganado no va a tener la más mínima importancia. Me evado del mundo, inmersa en la música que sale de mis cascos, que puede ser desde una balada de Silvio Rodríguez hasta la más escandalosa canción de Nirvana. Todo depende del día y de mi ánimo. Y entonces el resto del mundo comienza a parecerme una película, y yo la espectadora que contempla al otro lado de la pantalla. En el vagón el ambiente se impregna de miradas furtivas que ya no saben a dónde dirigirse, de olores extraños y de rugidos de motor; todo ello mecido por el traqueteo de la vía. Y cuando llego a la estación de Plaza Elíptica siempre me invade el malhumor al escuchar a lo lejos las notas del teclado de Carlos Morla. Carlos Morla es un hombre de mirada triste que se sitúa todos los días en el mismo pasillo para tocar melodías populares en su teclado y ganar unas monedas. En realidad, dudo bastante que se llame Carlos Morla, pero es así como le he bautizado, por su increíble parecido físico con el famoso amigo chileno de García Lorca. Cuando es muy temprano deja en su puesto a una señora, que debe ser su mujer o su hermana, y cuya mirada posee un grado de indiferencia hacia el mundo y de tristeza ante el que resulta imposible no sobrecogerse. Ella nunca se molesta en tocar; enciende el modo automático y deja que las notas surjan mientras quita el polvo de las teclas mecánicamente. A menudo la gente que pasa por primera vez no puede evitar reírse. Hay días en los que, en vez de la mujer, está un chaval que debe ser el hijo de ambos, al que yo he bautizado Carlitos, y que tiene la misma mirada tristona que sus padres, pero suavizada por el velo de la juventud. Pero yo, cada vez que paso por delante del teclado, me siento invadida por un malhumor irracional porque a esas horas siempre tocan la misma canción y la música suena demasiado alta y me obliga a quitarme los cascos y a volver a enfrentarme al mundo durante el tiempo que tardo en recorrer ese pasillo.

El autobús nunca tarda demasiado en llegar. Antes siempre esperaba encontrarme con alguien, pero últimamente prefiero abstraerme en mi música y en mis pensamientos, y sentarme en el lado de la ventana, que es donde me ha gustado ir desde pequeña, para contemplar el paisaje. Al salir del intercambiador de Plaza Elíptica, el autobús pasa al lado del Tanatorio Sur, y cada mañana me estremezco al comprobar que siempre se ve gente paseando por su terraza. Luego el paisaje se llena de fábricas grises y de polígonos industriales que me hacen sentirme pequeña y vulnerable, hasta que comienzo a vislumbrar de lejos las siluetas de las facultades de la universidad Carlos III, amenazadoramente regias. Y entonces, si hay alguien sentado a mi lado, empiezo a ponerme nerviosa buscando mentalmente las palabras exactas que formularé para pedirle amablemente que me deje salir, porque no puedo evitar pensar todo mucho antes de abrir la boca, y eso convierte cada mínimo obstáculo en una dificultad. Cuando al fin lo consigo, bajo del autobús y aumento el volumen de la música, y empiezo a caminar hacia la facultad de Periodismo, haciendo equilibrio sobre el bordillo de la acera, porque la mañana ya es suficientemente aburrida y me gusta sentirme un poco infantil, y elevar la mirada hacia el cielo gris y hacia los árboles, teñidos ya con los ruborizados colores del otoño. Porque sé que, en unos pocos minutos, la realidad me arrancará con crueldad de mi propio mundo de ensoñaciones…

martes, 10 de noviembre de 2009

Indecisión

La invención colectiva, René Magritte



SOMBRAS BLANCAS

Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,
Dormidas en su amor, en su flor de universo,
El ardiente color de la vida ignorando
Sobre un lecho de arena y de azar abolido.

Libremente los besos desde sus labios caen
En el mar indomable como perlas inútiles;
Perlas grises o acaso cenicientas estrellas
Ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;
Bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.
Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas.
La luz también da sombras, pero sombras azules.

Luis Cernuda


Nadie repara en las sombras blancas, tal vez ni ellas mismas son conscientes de su condición. Pero están ahí, entre nosotros, dirigiendo sus pasos sin rumbo fijo o abandonándose en las playas que la indolencia sembró antes de que la primera persona planificara su existencia.

Las sombras blancas no pueden planificar nada, y si lo intentan, siempre les saldrá mal, porque viven en un mundo al que solo ellas pueden acceder, como si la Realidad les hubiera cerrado las puertas y hubieran de exiliarse hacia sus propias fantasías.

Se sienten aterradas por las decisiones, precisamente debido a ese desconocimiento del mundo al que me refería; y al final siempre acaban dejándose llevar por esa nada que las envuelve, después de comprender que los mundos perfectos solo existen en sus sueños infantiles. Y por mucho que intenten colorearse, su inevitable blancura palidecerá el rumbo equivocado de sus decisiones, la inutilidad de sus besos sin sentido, la angustiosa confusión que finalmente las lleva a abandonarse en la más insultante apatía…

miércoles, 28 de octubre de 2009

Divagaciones

La memoria, René Magritte
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Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.

Rafael Alberti



Acompasas tu respiración suavemente, casi con dulzura, mientras llega hasta ti, distorsionada, la monocorde voz de la profesora. ¿Qué hora es? Las diez y veinte. Qué lento pasa el tiempo en… ¿Periodismo social? Sí, así se llama la asignatura. Suspiras y tratas de que tus párpados no caigan con pesadez, pero sabes que será un intento inútil. La visión de la profesora comienza a desenfocarse. Tiene gafas y una voz de la que resulta milagroso que no se canse ella misma. No le quedan bien las gafas, y menos si su silueta empieza a ser borrosa. ¡Vamos, vuelve a enfocar la vista! Después de todo, estás en segunda fila y ella podría darse cuenta. Mueve las piernas, trata de distraerte. Imposible. Si esta noche hubieras dormido alguna hora más. Pero estabas desvelada, ¿verdad? Estabas desvelada porque echabas de menos a mamá, que tuvo que pasar la noche fuera porque la eligieron para formar parte de un jurado popular. Pero, ¿qué dices? Si eso fue por lo menos hace doce años. Tú ya tienes veinte, ¿recuerdas? Los cumpliste hace muy poco, y casi toda tu clase acudió a celebrarlo a tu casa. Quinto A, un curso inolvidable. La tarta era de chocolate, porque hay niños a los que solo les gusta la tarta de chocolate y las bebidas sin gas, algo que tú nunca has podido entender. Sí, son esos niños a los que se les dan muy bien los deportes y a los que sus padres les llaman campeones. Los campeones duermen toda la noche seguida, sin despertarse una sola vez y sin tener miedo porque vayan a irse una semana de casa por el viaje de fin de curso. ¿Por eso no podías dormir esta noche?

¿En qué estabas pensando para haber cerrado los ojos? Venga, intenta distraerte. Si al menos hubiera apuntes que copiar. Pues dibuja; dibuja algo, cualquier cosa. Una muñeca con el vestido largo y tirabuzones rubios, como las que siempre haces. ¿No tienes lápiz? Qué más te da, si toda la vida has dibujado a boli. ¿Ves como la tentación de cerrar los ojos es menor? Y qué agradable la caricia del sol sobre tu pelo, el trino de los pájaros y un rumor de fondo de televisión procedente del interior de la casa. ¿Cuánto tiempo llevas dibujando? Toda la tarde, desde que terminaste de comer. Además, todavía queda media hora antes de que tengas que encaminarte al cole. No; media hora para que termine Periodismo social. Marina. Es esa voz. Marina. La voz de tu abuela. Marina, ven que te peine antes de que salgamos para el cole. Pero si aún queda media hora, y la profesora todavía no se ha callado. Pero tus trenzas están deshechas. Ah, claro; las trenzas. Siempre han sido un engorro. Suerte que ella sigue ahí para volver a peinarte. Porque sigue ahí, ¿verdad? ¿No se fue hace trece años? Marina. No, definitivamente es su voz. Espera; espera un momento. Antes, termina de dibujar la cara de esa muñeca. ¿Ves como es muy fácil no cerrar los ojos? Así, la profesora nunca sospechará. Quién te mandaría matricularte en Periodismo. Si tú querías ser cantante, o actriz de cine. No, lo que querías ser realmente era princesa, como la Bella Durmiente. Pero para eso primero hay que ser campesina, ¿no? Y que luego llegue el Príncipe Azul y te desvele tu verdadera identidad… Lo malo es que ese tipo de príncipes no existen. En realidad no debería existir ninguno. Es algo obsoleto en nuestra sociedad. Como esta asignatura. Menos mal que hace sol, y que llevas toda la tarde dibujando y aún queda media hora para volver al colegio –y muchas medias horas más para tener que preocuparte por eso tan lejano que los mayores llaman universidad.

martes, 13 de octubre de 2009

Veinte


Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.
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Jorge Guillén
......
.............
Hoy luce el sol en Madrid, igual que aquel trece de octubre de hace veinte años en el que abrí los ojos por primera vez en un hospital que llevaba el nombre del día antes de mi nacimiento. Me han contado que hacía calor, que mi madre ingresó con una blusa de tirantes, y que cuando nací no dejaba de mirar a mi alrededor como si no me quisiera perder nada del nuevo mundo al que acababa de llegar. Era viernes y trece, un día que en la cultura anglosajona es considerado de mala suerte, porque precisamente el viernes trece de octubre de 1307 los Caballeros Templarios fueron arrestados por la Santa Inquisición, llevándose consigo océanos de secretos.

Nací a las dos de la tarde, puntual para la hora de la comida, a pesar de que en los meses y años sucesivos mis padres tendrían que ingeniárselas cantándome canciones o distrayéndome con muñecos de guiñol para que me dignara a comer algo. Comer nunca fue lo mío, como tampoco dormir. En realidad me pasaba las horas llorando, los días y las noches; lloraba tanto que incluso me salió una úlcera de ombligo… Cuando solo tenía unos pocos meses, mis padres me llevaron a urgencias, preocupados por mi incesante llanto. De camino, con el traqueteo del coche, me quedé dormida.

Mi pediatra, que se llamaba don Vicente, les dijo a mis padres que yo iba a ser de mayor una caprichosa y que iba a tener muy mal genio. Y no se equivocó, como se cuidaría de recordarles cada vez que en años sucesivos acudía a su consulta. Don Vicente murió cuando yo tenía cinco años, pero mis padres todavía me repiten en ocasiones sus sabias palabras. A pesar de ello, nunca dejaron de mimarme y de consentirme todos –o casi todos- los caprichos, y así crecí yo, convencida de que era la Bella Durmiente y de que mi nombre tenía todo el derecho del mundo a encontrarse en cualquier diccionario, seguido por la definición de «Niña princesa».

Recuerdo todos los treces de octubre adornados por el color de las hojas secas que comienzan a tejer una gruesa alfombra en las aceras y a mi madre cantándome por la mañana el cumpleaños feliz muy bajito, porque me acababa de despertar, y mi ilusión insomne al desenvolver los regalos y descubrir las nuevas Barbies que me había pedido. Me acuerdo de una en particular que tenía un vaporoso vestido azul y venía en la caja junto a un ruiseñor que cantaba cuando le apretabas el pico. Lo encontré un día en casa de mi abuela al volver del cole. Allí celebrábamos siempre mis cumpleaños. El sexto fue muy diferente a los demás, porque por primera vez tuve conciencia de lo que es hacerse mayor, de lo que es el Tiempo en realidad.

Y desde entonces, acompañando a la ilusión y a la algarabía de desenvolver regalos y sentirte la protagonista del mundo durante un día, comencé a convivir en cada cumpleaños con un peso que se me había instalado en el corazón y que me impedía alegrarme de crecer, como les pasaba a mis compañeras de clase. Mi infancia me parecía lo más maravilloso, y me cuidé de aprovecharla al máximo y evitar las prisas.


Lo extraño es que a veces se me ocurre que no he salido de ella, como si me hubiera quedado para siempre enquistada en el verso de una canción que ya no está de moda. Todo ha cambiado pero nada es igual; ahora las cosas aparecen bañadas de una nostalgia inseparable, como en aquella balada de Alberti. Mi colección de Barbies sigue en la estantería, pero extrañamente inmóvil y perfecta, aunque a veces sienta el impulso de volver a cogerlas y cambiarlas de vestido y cepillarles de nuevo el pelo. Al fin he descubierto que los cuentos de hadas no son más que cuentos, pero a decir verdad sigo esperando un final feliz para el mío, o tal vez un nuevo comienzo.

Hoy he desenvuelto los regalos con la misma ilusión de siempre para encontrarme no muñecas, sino libros. Mi madre me ha cantado muy bajito el cumpleaños feliz antes de desayunar e irme a la universidad. Igual que cuando nací, sigo durmiendo lo menos posible y llorando mucho, como me dicta mi inevitable naturaleza caprichosa, cada vez que algo no sale como había previsto. Es martes y trece, día de la mala suerte en los países europeos. Curiosa coincidencia. Y solo se me ocurre pensar que mi propio cuerpo de veinte años no me pertenece, igual que si alguien me hubiera arrojado en él por casualidad.

domingo, 4 de octubre de 2009

Octubre

Procedo a rescatar el poema que me sirvió para ganar el Primer Premio del Certamen de Poesía Rafael Morales en su edición 2008, aunque a día de hoy me parezca tan antiguo...


Octubre viene lleno de promesas doradas,
de pisadas crujientes e imposibles miradas
teñidas de silencio y de melancolía.

Los vientos amarillos que agitan mis sentidos
me hablan de pasados ahora ya remotos,
de niños que jugaban a pisar los caminos
mullidos por el crujir de las hojas secas.

Un resplandor dorado que baña los paisajes,
los sentimientos vanos y los cuartos oscuros
enterrados en los sepulcros que guarda la memoria.

Una risa infantil que se pierde conmigo,
errabunda por los caminos ajenos a la angustia,
blanca como la voz del ululante viento
cargado de semillas, y de hojas y frutos.

Y de hojas y frutos… y de polvo dorado de hadas
que se pierde en el tiempo, allá donde los cuentos
sí tenían final, y donde las princesas
despertaban del sueño de su eterna añoranza.

Pero yo no despertaré, vagaré para siempre
por entre los otoños de oro y fuego, dormida,
susurrando a los vientos antiguas melodías,
mientras el tiempo parece detenerse
en los densos boscajes de mis sueños.

Y por entre los otoños y las melancolías,
renunciaré a mi vana espera;
no se producirá aquel beso
que rompiese el hechizo.

Octubre se va lleno de atardeceres rotos,
y de sueños truncados,
y de caminos vanos que recorre
la doncella hechizada para la eternidad.
Todo bañado por el oro de las hojas marchitas
y el lamento del viento que susurra que
nada en esta vida es realidad.


6 de noviembre de 2007




© Marina Casado



* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Homenaje


Hacen hoy exactamente 107 años del nacimiento, un confuso 21 de septiembre a caballo entre el verano y el otoño, del gran poeta de la Generación del 27 (o del 25, como él prefería llamarla) Luis Cernuda, al que considero mi maestro en la Poesía. A él dedico los siguientes versos, como respuesta a su tremendo poema A un poeta futuro:
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A un poeta pasado


"Si renuncio a la vida es para hallarla luego,
conforme a mi deseo, en tu memoria."

Luis Cernuda


De aquella fuente lejana del futuro
desperté un día de inconsciente letargo,
siendo acogida por vastas realidades
que no se complacían en elevar hacia las nubes
mis inocentes ilusiones cuajadas de luceros.

Y del tranquilo arroyo de la azulada infancia
navegué a la deriva por un río sediento,
como una adolescente herida de silencios
o paredes inmensas que aprisionan un alma.

Crecí, corrí, desafié a las sombras
de mis locos desvelos palpitantes;
quise huir de la tierra, y no fue más que un sueño.
La vieja historia de las alas de cera
se repetía ahora sobre mi propia carne.

Cerca de mí vi pasar otros ríos
con máscara de hombres, nenúfares y niños;
pero jamás he descubierto la compleja verdad de una sonrisa,
y sus dientes tan blancos y afilados
desgarraban con saña mi confusa inocencia.

Es posible que entonces,
en medio de mi pronta incomprensión
hacia las realidades, las luces y los ríos;
escuchara una voz surgida del rincón del espacio
donde se mezcla el tiempo de los hombres
con aquel de los dioses,
algún afán desconocido que clamaba
para ser dominado.

Y dirigí mis pasos allá lejos,
hacia abismales soledades donde habita el olvido,
aquel que comenzara en la flor de tus versos
y hoy se une en cadencia con mis ojos,
estos ojos perdidos en un nuevo milenio que agoniza
entre anónimos rostros que sueñan estar vivos.

El mundo no ha cambiado casi nada
desde el lejano día en que tu voz se alzó
por encima de velos y vergüenzas,
de océanos de odio en tempestad continua,
de helada indiferencia hacia los sentimientos nobles,
de puertas entornadas, de niños imposibles,
de primaveras rotas.

Pero tu incomprendido canto no fue en vano.
Hoy quisiera dejar por un instante
las inconscientes realidades que rodean mi cuerpo
para elevarme con mis alas de cera
y alcanzar aquel muro del espacio
separando mis años de los tuyos pasados;
para decirte con un verso que estás vivo,
conforme a tu deseo, en mi memoria.


13 de septiembre de 2008
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© Marina Casado

* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.

domingo, 30 de agosto de 2009

De caminos y sendas


Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.


Antonio Machado




He aquí unos de los versos más repetidos y popularizados de la historia de la literatura española. Sin embargo, rara vez nos detenemos para tratar de interiorizar su mensaje, y nos pasamos la vida angustiados por un futuro que parece más incierto que nunca, como si la niebla se hubiera apoderado de él. No hay nada seguro y eso nos asusta. A menudo creemos que la línea recta de nuestra vida se ha torcido a causa de haber tomado una decisión equivocada, y nos aterroriza caminar por una senda que no está aún dibujada.

¿Cómo volver al punto del camino a partir del cual mis pasos se torcieron? ¿Cómo regresar al día en que pude haber elegido una carrera en vez de otra? ¿Quién me dice que ahora tendría la suficiente confianza en mí misma para tomar la decisión correcta? Nada va tan mal, sin embargo. Los pasos avanzan en línea recta desde el punto en que el camino se torció, y aunque el camino que recorro ahora no es el que hubiera imaginado, no hay tiempo para mirar atrás. Tal vez el secreto sea dejarse llevar y avanzar a tientas por la niebla, tratando de dibujar una senda que nadie ha recorrido aún.

martes, 18 de agosto de 2009

Nocturno andaluz

(Homenaje a Federico García Lorca)


Oigo el rumor de un bosque de lamentos
aferrado a la cabellera de pájaros estrella
que extienden sus dominios
sobre la lenta Andalucía.

Al apagarse las soñolientas luces
y mezclarse las coloridas tintas del crepúsculo,
las guitarras pasean sones vagos
y lloran con acordes temblorosos
por las oscuras plazas hambrientas de luceros.

La noche prestidigitadora
enarbola en silencio un pañuelo de sangre,
de sangre de los tristes poetas desangrados
por obra de puñales de amoratados odios.

Alguna voz oscura y desgarrada
ausculta el aire desde la lejanía,
notas de fuego en pentagramas invisibles
que la brisa nocturna va arrastrando entre olivos.

Las húmedas nostalgias se confunden,
las risas desbordadas tienen sed de sollozos;
la pasión escondida se escapa a borbotones
por las ciegas esquinas de unos ojos insomnes.

Qué dirían tus lágrimas
si pudieran volver a derramarse
por las mejillas encendidas de estas tierras
de pasión y de embrujo.

Qué dirían tus ojos,
de melancólicas pupilas dilatadas.

El aire compungido de la madrugada
esparce por el campo la incurable semilla
de las cigarras rotas
que desafían a la máscara gris de la muerte.

Espíritus de bronce y de lamento
bailan con las ardientes músicas de entonces,
y las huellas oscuras de sus labios morenos
imprimen sobre las estrellas sus besos imposibles.

Solo las almas conmovidas podrán adivinarlo:
la noche está plagada de imposibles,
de lo que pudo ser aquellos días
en los que paseabas tus amplias soledades
por entre los olivos.

La muerte arranca demasiadas primaveras,
la tristeza desgarra las pasiones más puras,
mis deseos no son más que una estela
de luciérnagas náufragas en el viento nocturno.

Quién sabe.
Quizás mi canto alcance
las teclas desmembradas de tu antiguo piano,
y nubes de azahar traigan un manto
de ensoñaciones y de hechizos de antaño.

Lo que fue, lo que ha sido;
lo que un día será cuando los cuerpos
sean espíritus de sombra y de lamento.
El mundo está tan solo.

Qué dirían tus lágrimas
si consiguieran volver a humedecer
los secos olivares
de las amargas madrugadas andaluzas.

Qué dirían tus ojos.


3 de agosto de 2008



© Marina Casado


* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.



En la madrugada de un 18 de agosto de hace hoy setenta y tres años, en los comienzos de la Guerra Civil española, los falangistas de Granada fusilaron a Federico García Lorca. ¿Su crimen? Ser de izquierdas, ser homosexual, ser Poeta. A día de hoy, todavía no han conseguido acallar su voz.

lunes, 13 de julio de 2009

El aire de Estambul


Ojos bellos de ojeras cercados:
¡ya veréis los palacios dorados
de una vaga, ideal Estambul,
cuando lleven las hadas a Oriente
a la Bella del Bosque Durmiente,
en el carro del Príncipe Azul!

Rubén Darío



A mediodía, por el aire de Estambul flota un aroma a especias y el incesante parloteo de los vendedores ambulantes que esperan la ocasión de lanzarse decididos a por algún aturdido transeúnte. Es un aire tórrido y azul, envenenado de mar y de verano, que otorga húmedas caricias de fuego al contacto con mi piel y que penetra en cada palacio, en cada mezquita, en cada uno de los rincones de esta ciudad a medio camino entre Europa y Asia; encendiendo los ánimos de los habitantes, acumulando el tráfico en las carreteras, haciendo que nada permanezca inamovible, y mezclando los velos con los pantalones cortos, la oscura tez de los turcos con el cabello rubio de los extranjeros, los Günaydin con los Buenos días, los niños que mendigan en la acera con el brillo desmayado de la plata tras los escaparates, Oriente con Occidente, mi euforia temporal con una incierta nostalgia que le otorga a Estambul un sabor agridulce.

El aire transporta oleadas de exótico caos y las arrastra junto a mí por las laberínticas galerías del Gran Bazar, confundiéndome entre masas de turistas, imágenes arrancadas de las Mil y una noches, telas vaporosas, cerámica pintada y lámparas cuyos diminutos cristales forman un espectro de colorines a su alrededor. Luego el aire se eleva por encima de los tejados hasta alcanzar el Mercado Egipcio, donde se viste de fragancias recién descubiertas: hierbas aromáticas, jabones perfumados, frutos secos, té de manzana; y las agita en frenéticas ondas que vuelven a ascender por el cielo hasta desembocar en el Cuerno de Oro que divide en dos la ciudad. Allí el aire es capaz de suspirar al fin, acariciando con su etérea presencia las aguas del Mar de Mármara.


Al atardecer, es el aire quien enjuga el sudor de la frente de Estambul tiñéndolo con los rojizos colores del crepúsculo. Los mercados callejeros comienzan a cerrar en el mismo instante en que se encienden las primeras estrellas, y toda la ciudad adquiere un color más grave y silencioso, amparada por la luz de la luna. El aire recoge los hechizantes cantos morunos que llaman a la última oración del día, sembrando un germen de misterio por las calles que envuelve los muros de Santa Sofía, eriza los lomos de los gatos y sume en un mágico ensueño a la Mezquita Azul, dormida entre sus seis minaretes.

Cuando la noche extiende por completo su manto estrellado sobre Estambul, todas las luces se apagan y las calles se convierten en negras galerías silenciosas por las que cruza de vez en cuando alguna silueta fugitiva, borrosa entre las sombras. Es la hora de los gatos, en las que el aire se pasea a su libre albedrío, invisible, juguetón, convertido en brisa, escuchando el murmullo de la ciudad a ciegas que una vez se llamó Constantinopla.

jueves, 25 de junio de 2009

En junio siempre los días son más largos

La noche estrellada, Van Gogh
.
.
.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

Federico García Lorca, Romancero gitano


En junio siempre los días son más largos, y las noches más cortas. Es por eso que cuando desde mi ventana veo encenderse las pálidas bombillas de las farolas de la calle se me ocurre pensar que no le han concedido a las estrellas el tiempo suficiente para asomarse unos instantes a la noche, tímidamente, antes de que Madrid se vista con la luz artificial de las farolas sembradas dócilmente sobre el pavimento.

Hay que tener humedecidas las pupilas –de lágrimas, o de recuerdos- para que la ciudad se desenfoque y se disuelva en un millón de luces de colores, en borrones de sueño que desdibujen el perfil minucioso de nuestra realidad, y las noches de junio sean aún más cortas.

sábado, 23 de mayo de 2009

Aquel poema


MARIO.-Los niños no deberían morir.
LA MADRE.-(Suspira.) Pero mueren.
MARIO.-De dos maneras.
LA MADRE.-¿De dos maneras?
MARIO.-La otra es cuando crecen. Todos estamos muertos.


Antonio Buero Vallejo, El tragaluz





Cantaba a todas horas. Se creía una gran cantante e incluso soñaba con cantar en un escenario algún día. Jugaba con el vuelo de su falda y daba vueltas, esa era su forma de bailar ante el fervoroso público –padres, tíos, abuelos. Pero ella se creía la mejor bailarina. El tiempo que no cantaba, lo pasaba jugando con las muñecas –hablando con ellas en voz alta- o dibujando. Hacía historias a base de dibujos, porque todavía no se sentía con libertad escribiendo.

Un día, descubrió la existencia de algo llamado diccionario –uno de bolsillo y tapa blanda llamado Iter Sopena-, donde supuestamente aparecían los significados de todas las palabras del mundo. Ella dudaba de que en algo tan pequeño pudieran caber tantas cosas, pero así se lo habían asegurado. Sin embargo, le sorprendió no encontrar su nombre. Alguien debía haberse olvidado de ponerlo. Para solucionarlo, se fue hasta la palabra “harina” y cambió la “h” por una “M”. Tachó el significado y escribió, a lápiz, dos palabras: Niña princesa. Perfecto, ya estaba solucionado el error del diccionario. No importaba que ahora no apareciese la palabra “harina”. Su nombre era mucho más relevante.

Así, poco a poco, fue descubriendo el misterioso mecanismo de la lengua, con todos sus secretos. Los libros de ilustraciones comenzaban a ser aburridos –excepto para decorar a su propio estilo los personajes, a los que dibujaba lazos y pintaba los labios-, y empezó a interesarse por otros de mayores, como “Las brujas”, de Roald Dahl o la serie de “El pequeño Valentín”. Sobre todo, disfrutaba con los diálogos, imitando las distintas voces, tal como hacía con las muñecas. Y cuando la mandaban leer en clase, se enorgullecía de ser la que más rápido lo conseguía. Mientras tanto, había empezado a escribir pequeños relatos sobre gatos y princesas, porque ya lo tenía claro: de mayor no quería ser ni cantante ni actriz de cine; quería ser escritora. A veces, su padre le leía fragmentos de libros titulados “Rafael Alberti para niños” o “Primeras poesías de Juan Ramón Jiménez”. Ella no comprendía el sentido de esas cosas, le parecía algo para gente aburrida o niños tontos. Para ella, la poesía era aquello que la profesora de Preescolar les hacía recitar en clase cuando eran pequeños:

Otoño, viento amarillo,
vientecillo trotador,
que al campo, como un asnillo,
cargas con odres de olor.
Otoño, viento amarillo.


Cuando se había acostumbrado a su propia lengua, se enteró de que aquel curso iba a estudiar inglés. Antes de asistir a ninguna clase, elaboró su propia teoría: para escribir en inglés, solo había que escribir al revés las palabras en castellano. Sí, así tenía que ser, por eso eran palabras tan raras. Y lo había descubierto sola.

Algo más tarde empezó a escribir lo que ella llamaba “poesía”, que en realidad eran breves pareados muy simples y con rima musical, pero que la hacían sentirse orgullosa de sí misma, porque creía que la poesía era eso: algo que rimase y que quedara bonito. Seguía sin soportar leer a ningún poeta.

Pasaron los años, años en los que dejaron de regalarle muñecas –la última fue a los 14- y olvidó la práctica de leer los diálogos de los libros en voz alta. También había dejado de cantar, sobre todo desde que a los dieciséis años descubrió que no se iba a pinchar el dedo con el huso de una rueca encantada. Los exámenes ocupaban un lugar esencial en su vida y al fin había descubierto que ella no era el centro del Universo. ¿Cuándo lo descubrió? En algún momento que hacía frontera entre la inocencia y la realidad -¿tal vez 1998? Ahora existía la tristeza, la incertidumbre y la soledad. Y fue entonces cuando, hojeando un libro de texto de Lengua y Literatura, encontró un poema que, por primera vez, no la dejó indiferente. Porque en ese poema estaba ella misma, no su nombre, como había buscado de pequeña en el diccionario, pero sí parte de su ser. Y lo entendió todo. Buscó más poemas de ese autor, después continuó con otros autores. Pero aquel primero ya no lo olvidaría. Y fue entonces cuando comenzó a sentir la necesidad de escribir, pero esta vez, de escribir de verdad, dejando trocitos muy pequeños de corazón en el papel.



Hace unos días, aquella niña encontró que en el diccionario Iter Sopena de bolsillo de 1996 no aparecía la palabra “harina”, sino otra bien diferente, y recordó todo aquello, que ha sido lo que me ha inspirado para escribir esta historia.

sábado, 16 de mayo de 2009

La inevitable victoria de los sutiles

El mal de la ausencia, René Magritte
.
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La realidad no es nunca lo suficientemente amplia y diversa para que ella nos baste por sí sola. Es necesario ese margen misterioso, de vagas luces y vagas sombras, delicado, exigente y voraz, que la imaginación proporciona. […]

No será exagerado decir que ese libro satisfizo, en tanto que libro, mi demanda. Un libro… Qué extraño e íntimo hallazgo; parecía esperarlo. Y en ese libro el personaje más fascinador, uno de los personajes más fascinadores que conozco […]

¿Será oportuno añadir que lo he buscado vanamente por esta realidad? Mi mayor deseo sería verle.


Si solo eres héroe de poética verdad […], ¿por qué te busco así, materialmente? Tal vez deseo de confiarse a un semejante, tal vez necesidad de incoherencia; yo nada sé. […]

Pronto te estimé como a ningún amigo. […] Desde entonces creí ya para siempre en ti, en los sutiles y en su invisible victoria sobre los crustáceos. Ridículos, terribles crustáceos.


Hay que continuar siempre. ¿No es ése tu secreto? La sociedad es estúpida, pero el mundo es hermoso. […] Tu presencia me dice que debe amarse el aire y la vida y la tierra divinos que rodean la más profunda herida del deseo. […] Y si se ama, si se ama apasionadamente, nos olvidaremos de nosotros mismos. Entonces estaremos salvados.


Luis Cernuda, Carta a Lafcadio Wlikie

* Lafcadio Wlikie es un personaje de Les caves du Vatican, de André Gide.



No podría estar más de acuerdo con estos fragmentos. A veces encontramos en las cosas y seres inexistentes el mágico vínculo que no acabamos de hallar en la realidad y en las personas que se hacen llamar “amigos nuestros”. La amistad es un raro don que rara vez nos concede el destino, y llega en dosis diminutas, pero inmensamente grandes a la vez. Hoy por hoy, puedo confesar que conozco lo que es la amistad gracias a unas pocas personas –pocas, muy pocas, se pueden contar de sobra con los dedos de una mano- que no se han apartado de mi lado cuando las he necesitado, y de las que yo tampoco me apartaré cuando llegue el momento.

A los demás, crustáceos por naturaleza, profesionales de la hipocresía, del escarnio y de la crítica perversa, les respondo con aquel verso –de nuevo, de Cernuda- que dice: No quiero saber de la gloria envidiosa con rabo y cuernos de ceniza. Esa será la verdadera victoria de los sutiles.

martes, 28 de abril de 2009

La causalidad de las casualidades

"El espejo falso", René Magritte


A veces
miras a quien te mira y quisieras tener todo el poder preciso para mandar
que en ese mismo instante se detuvieran todos los relojes del mundo.

A veces
sólo a veces gran amor.


José Agustín Goytisolo, A veces gran amor




No existen las casualidades, ni el azar, ni la buena suerte. Yo ya sabía antes de llegar allí que volvería a cruzarme en el camino de esa mirada que no llegó a borrarse nunca de mi memoria; ni siquiera los calendarios y mi mala experiencia como fisonomista consiguieron apartarla nunca de mí.

No creo que fuera casualidad el resorte invisible que me impulsó a volver la cabeza justo en aquel instante, sin ningún motivo aparente. Resulta imposible definir las milésimas de segundo que transcurrieron entre el momento en que volví la cabeza y aquella mirada penetrante, fija en mí. No pude sorprenderme; nadie lo haría después de tantos años esperando una casualidad, la Casualidad. Luego, el saludo reglamentario, el fin de la magia. Sé que mi corazón no aceptará un nunca más como etiqueta cada vez que se siente en el quicio del tiempo a recordar aquellos ojos y que, si es necesario, me encargaré de alinear los planetas y de sembrar tréboles de cuatro hojas por volver a cruzarme en su camino.

martes, 14 de abril de 2009

14 de abril de 1931


Un día el pueblo español tuvo un sueño. Soñó con liberarse del yugo de la esclavitud, del analfabetismo, de la religión. Soñó con un país libre cuajado de intelectuales, con una Edad de Plata, con uno de los sistemas universitarios más elevados a nivel internacional. Con los campesinos que labraban sus propias tierras, el sufragio universal, el matrimonio civil, el divorcio. Con las reuniones en casa de Aleixandre, las Misiones Pedagógicas, el teatro popular de la Barraca.


Aquel sueño sólo duró seis años, y los españoles despertaron al grito estremecedor de ¡Muera la inteligencia! Fue la culminación de un veneno que nació antes, mucho antes de 1931 y que nadie logró extirpar aquel 14 de abril, y se extendió lentamente durante aquellos meses hasta provocar un despertar sumido en la muerte y en las balas y en el silencio de los desaparecidos. Y en el exilio y el incienso y las palabras prohibidas.


No fue un sueño, sino una realidad que hoy, setenta y ocho años después de aquel legendario 14 de abril, no podemos ni queremos olvidar.



Vosotros no caísteis


¡Muertos al sol, al frío, a la lluvia, a la helada,
junto a los grandes hoyos que abre la artillería,
o bien sobre la yerba que de puro delgada
y al son de vuestra sangre se vuelve melodía!

Siembra de cuerpos jóvenes, tan necesariamente
descuajados del triste terrón que los pariera,
otra vez y tan pronto y tan naturalmente,
semilla de los surcos que la guerra os abriera.

Se oye vuestro nacer, vuestra lenta fatiga,
vuestro empujar de nuevo bajo la tapa dura
de la tierra que al daros la forma de una espiga
siente en la flor del trigo su juventud futura.

¿Quién dijo que estáis muertos? Se escucha entre el silbido
que abre el vertiginoso sendero de las balas,
un rumor, que ya es canto, gloria recién nacido,
lejos de las piquetas y funerales palas.

A los vivos, hermanos, nunca se les olvida.
Cantad ya con nosotros, con nuestras multitudes
de cara al viento libre, a la mar, a la vida.
No sois la muerte, sois las nuevas juventudes.


Rafael Alberti, De un momento a otro

lunes, 13 de abril de 2009

La vida

Avanza ufana, yérguete frente al público.
Te aguarda el escenario entre nubes de escarcha:
nubes de manos, de labios que no besan, de ojos que te miran;
de pisadas vacías, de sueños inconexos y muertes desoladas
ahogadas en un tinte de olvido.

Manos cortadas aplauden, voces perdidas vitorean tu llegada.
Traga tus lágrimas, ajústate la máscara al rostro demacrado,
esgrime las sonrisas como vanos cuchillos frente a la realidad,
y saluda.

Saluda a los días azules,
a las memorias frescas desgarradas del tiempo,
a los enamorados que dicen ser eternos,
a las casas vacías y los niños remotos,
a los amigos cuya palabra se desfigura en la distancia;

saluda a tus propias sonrisas y paredes en blanco
o tristes asesinos de las luces;
no eres más que otro pozo de virtudes resecas.
Completa con encanto una curiosa reverencia.

Solo entonces, podrás retirarte entre aplausos.



8 de mayo de 2008



© Marina Casado


* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.
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lunes, 30 de marzo de 2009

Se anuncian lluvias para los próximos días


AMIGO 2º: La lluvia es hermosa. En el colegio entraba por los patios y estrellaba por las paredes a unas mujeres desnudas, muy pequeñas, que lleva dentro. ¿No las habéis visto? Cuando yo tenía cinco años… no, cuando yo tenía dos…, miento, uno, un año tan solo. Es hermoso, ¿verdad?; un año cogí una de estas mujercillas de la lluvia y la tuve dos días en una pecera.

AMIGO 1º (Con sorna): ¿Y creció?

AMIGO 2º: No; se hizo cada vez más pequeña, más niña, como debe ser, como es lo justo, hasta que no quedó de ella más que una gota de agua. Y cantaba una canción…

Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo
ayer.
Yo vuelvo por mis alas,
dejadme regresar.
Quiero morirme siendo manantial.
Quiero morirme fuera de la mar…

que es precisamente lo que yo canto a todas horas.



Federico García Lorca, Así que pasen cinco años



Y yo también quisiera regresar; regresar siendo ayer, o siendo amanecer, o tal vez sueño. Pero no creo que nadie pierda las alas definitivamente; solo las ganas de volar. Las alas han quedado relegadas a un rincón de nuestros pensamientos, aquel al que solo podemos llegar mientras dormimos. Es la única forma de escapar. Y sin embargo, la lluvia ha llegado de forma inesperada, despertando en mi interior esa pequeña gota de agua que en realidad todos somos, y las notas de esa canción que yo tampoco puedo cesar de repetir.

martes, 17 de marzo de 2009

El elefante de plata

"Los elefantes" Salvador Dalí


Mañana me oiréis afirmar que aún existen alturas donde los oídos perciben el rastro de una hoja muerta diez siglos antes y ese nombre velado que flota en el descenso de las voces desaparecidas.

Ya a mí no me hace falta nada para comprobar la redondez de la Tierra.


Rafael Alberti, Sermones y moradas



Tengo la impresión de que nunca se dará ese cúmulo de casualidades necesarias para transformar de una vez aquel sueño de siempre en forma humana. Es algo inherente al destino. Tan cerca, y sin embargo tan lejos… Pero tu voz ya no existe, y eso es sinónimo de decir que solo existe en mi memoria, y de una forma bastante distorsionada, como las voces de los niños que un día conocimos y que crecieron sin que pudiéramos ser testigos. Por eso, hoy tu voz, esa voz, ya no existe.

Si pienso en ti, un elefante de plata huye por las esquinas recónditas de mis recuerdos, siempre esperando ser alcanzado. Un elefante de plata con la autoestima muy baja a causa de una niña que no sabía agradecer los regalos. Ha huido tan lejos que –esta vez- ya no ha podido ser alcanzado. Y eso que siempre perseguías a los que se dejaban pillar con más facilidad. Cuando los alcanzabas, sonreías triunfante, con una sonrisa casi tan distorsionada como tu voz, y por alguna razón recuerdo un pozo en medio de la arena. Sé que nunca hubo ningún pozo allí, pero en algún sitio nos teníamos que subir para tocar las nubes con la punta de los cabellos. Y para escuchar en mi nuevo walkman aquella cinta antiquísima de sevillanas, aquella que parecía que se iba a romper si la ponía una vez más, de tan vieja que era. Todavía la conservo.

Cada vez que paso por aquel rincón de rejas amarillas y ladrillos blanquecinos, me pregunto qué habría ocurrido si, en vez de irme, me hubiera quedado. Si hubiese seguido contemplando tu rostro día tras día, y escuchando que el rojo era tu color favorito, y regalándote algún secreto de forma ocasional. Hoy, tal vez no tendría este complejo de eterna adolescente que me hace volver a aquellos días. Pero tu voz habría muerto de cualquier modo, y quizá de una forma más definitiva. Puede que lo mejor fuera no romper esa burbuja de cristal que te rodea en mi memoria.

Pero ahora, solo el presente puede modificar el curso del pasado.

viernes, 6 de marzo de 2009

Ensoñación y aturdimiento bajo la cruda luz de mediodía

Era domingo. Un columpio empujaba entre quejidos
la silueta al sol desvanecida de una muñeca inerte.
Los pájaros volvían de excursiones desmedidas,
realizadas para intentar colmar, aunque solo en parte,
los desmembrados sueños de un erizo que dormía despierto.

Silencio en la alameda,
más allá de aquel río inexistente
y del chillido del columpio que jamás se detiene.
Nadie sonríe gratis bajo la luz insomne:
no queda un alma que sostener a grandes bocanadas
entre mis labios azulados.

Silencio; silencio en la alameda,
y en la arena desierta sobre la cual se balancea,
como la horca hendida por el rayo;
la muñeca infinita de ojos desgarrados
y ausencia de mirada bajo sus cuencas rotas.

Y temo lo peor.

Su vacía expresión llena todo el paisaje:
el columpio,
los pájaros rendidos,
el domingo maldito,
la alameda desierta,
los labios congelados de la muerte.
Unos ojos abstractos que jamás se atrevieron a mirarme.
Estoy sola, y no río.

Mis peores temores han sido confirmados:
no pasa nada.



15 de julio de 2008




© Marina Casado


* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.




domingo, 1 de marzo de 2009

Solo recordamos lo que nunca sucedió

Reloj blando en el momento de su primera explosión, Salvador Dalí


Alma Mahler Hotel


Vago por los pasillos de este hotel
construido en los años veinte
(cuando los gansters, la prohibición,
cuando Al Capone, emperador de Chicago) .
Recorro los pasillos fantasmales de un hotel
que ya no existe, o que no existe todavía
porque están erigiéndolo delante de mis ojos,
piso a piso, día a día,
a lo largo del mes de abril de 1991 :
es una proa que navega hacia Times Square,
en donde encallará.
No estuve aquí, no estaré aquí
para ver su culminación en la planta 40,
revestido por la cota de malla nocturna
-lluvia frenética de estrellas
de luciérnagas rojas, verdes, amarillas, azules,
que proclaman el triunfo de las tecnologías
made in Japan, in Germany, in US.A.
Este hotel (y si he dicho otra cosa,
ahora me desdigo) fue construido en 1870.
¿Habrá quien pueda asegurarme
que no es sólo una pesadilla
que va a desvanecerse al despertar?
Me detengo -no puedo continuar ante
la puerta de la habitación 312.
Soy un viajero que ha llegado
de otro nivel del tiempo
pero no sé si pasado o si futuro
(ya no estoy seguro de nada) .
Puede que aún no haya llegado,
que no haya estado aquí jamás,
que ni siquiera exista yo,
o que no sea real mi sufrimiento.
“Alma, mi amor" le grito susurrando,
le susurro, gritando, ante la puerta,
los brazos extendidos,
en la mano la espada flamígera,
para que no transpongan el umbral
del paraíso recobrado en esta habitación;
para que no me hieran.
"Alma, mi amor, no entres".
No quiero que suceda lo que ya sucedió,
lo que va a suceder.
No me ven ni me oyen.
Penetran a través de mí: soy humo
o ellos son humo.
Oigo sonar la transparencia helada
de las copas; pronuncian
palabras que no querría escuchar,
confundidos sus cuerpos en el éxtasis.
"Alma, mi amor, siempre me herirás".
Me abro las venas, me desangro,
como el afluente en el río caudal,
por el torrente de mi música.
Ella restañará la herida,
contendrá, piadosa, la hemorragia.
“Alma, mi amor", y nadie escucha mis palabras.
Este hotel fue derruido
en 1870, en 1920, en 1991.
O acaso nunca haya existido.


José Hierro, Cuaderno de Nueva York




Solo recordamos lo que nunca sucedió. Leí esta frase en la novela Marina (Ruiz Zafón) y ya no la podré olvidar. Nunca nos hemos parado a pensar en la cantidad de recuerdos que no son en realidad más que efímeros miedos o ilusiones que nuestra mente ha sobrevalorado en algún momento de la vida. Sin embargo, no es algo tan ingrávido como podemos imaginar en un primer momento. No lo es, porque precisamente una mezcla de todo –recuerdos verdaderos, ilusiones con vetas de realidad, miedos escondidos en la esquina más remota de la memoria- nos forma a nosotros mismos como personas. Somos lo que fuimos y lo que nunca seremos, y lo que creemos haber sido.

¿El tiempo? Se descompone en las fronteras de los momentos que son demasiado vívidos para pasar a formar parte de los recuerdos comunes. Y si nos situamos en estos momentos, ya no podemos estar seguros de si estamos en el pasado o en un futuro de algo que nunca fuimos. La memoria adquiere la forma de un hotel con cientos de habitaciones cerradas por el paso de la melancolía y por las decisiones que vamos tomando durante nuestra ardua caminata por el calendario.

lunes, 23 de febrero de 2009

Madrid, lunes por la mañana

Esta mañana el lunes nace muerto.
Los transeúntes ciegos de esperanza
buscan a tientas una ilusión lo suficientemente sólida
como para aferrar a ella el sentido de la semana
sin que este se desate.

El rocío envenena con su llanto levísimo
los restos de naturalezas muertas
en el Museo del Prado.

Yo vuelvo de perderme
por las quiméricas empresas de la noche,
de proyectar mis nulas escapadas al futuro
donde ser nada es mi único destino,
de tratar de encontrarme en un poema.
Yo vengo de las galerías distantes del olvido,
conservando en la boca el amargo sabor de un desayuno
a base de galletas y sueños nunca realizados.

En la parada de autobuses todos esperan algo más,
un algo no determinado que nunca se presencia,
pero cuyo reflejo remoto e imposible
reluce en sus pupilas apagadas.
Un algo imaginario que también yo esperaba.
Decenas y decenas de desenterrados
avanzan bajo la mañana cruda
arrastrando sus cuerpos sordos, mudos;
a un autobús que los embarca a la rutina.
Y la presencia absurda
de aquel polígono industrial del horizonte
me despierta una sed feroz
de llover a lágrima viva.

Madrid levanta grandes edificios
para alcanzar la sombra de un sol que no despierta.
La madrugada estaba muerta antes de haber nacido.


20 de octubre de 2008



© Marina Casado


* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.



martes, 17 de febrero de 2009

La ingravidez de la conciencia

Alicia en el País de las Maravillas, Walt Disney



Yo seré buscador de oro en Alaska, cowboy en Australia, torero en Sevilla, o algo más que todo eso: no seré nada, y entonces mi vida tendrá esa admirable gratuidad de las existencias perfectas. Y estas palabras que me asaltan: «el desgraciado contable llora la huida morganática de la jirafa en pantuflas», me llenan de una nostalgia irremediable […]


Luis Cernuda, El indolente




Vivimos dominados por una especie de creencia ciega en los sueños inútiles, en los sufrimientos. Siempre aspiramos a un algo más que resulta imposible de lograr, como imposible es su existencia. ¿Por qué ese eterno inconformismo? Pareciera que nuestra vida se nutre de ilusiones que navegan a la deriva, prestas a chocar contra la brusca forma de la realidad. Y no encontramos otro sentido, a pesar de que no hagamos otra cosa que buscarlo.

No voy a afirmar que no merece la pena soñar. Claro que merece, pero siempre tomando conciencia de la propia esencia onírica de nuestros sueños. Los sueños, sueños son, que dijo Calderón de la Barca. El error, el que vengo cometiendo desde siempre, es pretender mezclarlos con la realidad, sin querer admitir que son como el agua y el aceite, pertenecen a mundos distintos. Es la eterna lucha de realidad y deseo que tan bien supo exteriorizar Luis Cernuda.

Ahora ya muchas de las cosas que importaban se han convertido en frágiles anécdotas que al pasar me guiñan sus ojos invisibles. Y es que he decidido vivir en un mundo regido por mi desbocado anonimato, mi desconfianza hacia el futuro y mis momentáneas ilusiones y rabietas de niña de seis años. No pienso madurar en este mundo tan gris; nadie me puede obligar a hacerme mayor, ni siquiera el Tiempo. He decidido que quiero ser todo y a la vez nada, y reírme de la sensiblería empalagosa y de las ambiciones inocuas y conmoverme con cualquier arranque repentino de vulnerabilidad o de extravagancia. Cómo detesto esa patética seguridad de algunas personas. Creen que sus pasos siguen un sendero determinado por el mundo, como si no existiera el azar o las casualidades, y que sus decisiones siempre son las acertadas. La seguridad es la negación de la humanidad, y toda decisión cierra miles de puertas a lo que pudo haber sido y no fue.

No pretendo ser hielo, pero sí aire. Y deslizarme levemente por el mundo, con cuidado de no permanecer mucho tiempo en el mismo sitio, para que mi corazón no albergue la idea de arraigar en él. Y sonreír a todo desde lejos, haciéndome más fuerte en mi papel de espectadora. Cuando el vacío resulte demasiado insoportable, saltaré a mi mundo de fantasía, ese del que nadie más que yo guarda la llave. Allí todo sucede tal como tiene que suceder, y los sueños son la única realidad. Y nadie me va a impedir tener alas cuando quiera tenerlas, o respirar debajo del agua, o vivir en mi propio palacio de cuento de hadas. Me basta esto para ser feliz –si es que la felicidad es algo más que una abstracción desteñida.

jueves, 5 de febrero de 2009

Indolencia

Viajero frente a un mar de nubes, Caspar David Friedrich
.
El viento veía pasar la vida al lado suyo, tan cerca y tan lejos de él al mismo tiempo. Pero ya no intentaba penetrar en ella con uno de sus antiguos arrebatos salvajes, mostrando al pueblo, a las gentes de abajo, que también él era parte de la vida, como otra criatura cualquiera. Ya no intentaba mezclarse en aquella existencia monótona y enigmática de los hombres. Un sentimiento desconocido, mezcla de pereza e indiferencia, comenzó a regir sus días. Se abandonaba a ese sentimiento y en él encontraba si no la paz, la resignación. […]


Luis Cernuda, El viento en la colina




El viento está cansado de ser viento y quiere volverse brisa, y se refugia, una vez más, dentro de sí mismo, igual que en aquellos días en los que el monocorde tictac del reloj aún no le recordaba a cada paso que solamente era un prisionero más del Tiempo. Ha dejado de hacerse preguntas, porque con ello solo conseguía lanzarse de cabeza a un mar de sufrimientos inútiles y de deseos invisibles –también imposibles. Ha aceptado que nunca podrá ser como el resto, aunque lo deseara con todo su aéreo corazón, pues al final siempre acaba imponiéndose su naturaleza de viento. Su romanticismo es demasiado etéreo como para mezclarse con la mentirosa transparencia del océano.

El viento ha encontrado al fin una cómoda posición de indolencia con respecto del mundo de los humanos, una posición que, si bien no le permite continuar su cruenta lucha con la Realidad –esa que hasta ahora ha mantenido-, sí le concede al menos la posibilidad de permanecer alejado de ella, soñando e imaginando vidas construidas con flores de papel.

domingo, 1 de febrero de 2009

Vacíos inesperados

Roy Lichtenstein


Ahí, detrás de la risa,
ya no se te conoce.
Vas y vienes, resbalas
por un mundo de valses
helados, cuesta abajo;
y al pasar, los caprichos,
los prontos te arrebatan
besos sin vocación,
a ti, la momentánea
cautiva de lo fácil.
"¡Qué alegre!", dicen todos.
Y es que entonces estás
queriendo ser tú otra,
pareciéndote tanto
a ti misma, que tengo
miedo a perderte, así.


Pedro Salinas, La voz a ti debida



Lo que parecía imposible llegó. Terminaron los exámenes. Tanto tiempo aspirando a una perfecta libertad que ahora aparece salpicada de vacíos. Sé que debería estar feliz, pero una vez más no puedo conseguirlo; y me oculto en una máscara de risas, canciones y parloteos inútiles que engañan a todos menos a mí misma.

Esto es una absurdez, porque tengo que estar feliz y orgullosa de mi recién estrenada libertad. La vida resulta muy complicada si siempre andamos buscándole un sentido perfectamente delimitado. Es mejor dejarse llevar y deslizarte por un mundo de valses helados donde lo peor que te puede pasar es quedarte a solas con tu propia conciencia. Una conciencia que no deja de gritar la misma palabra: Vacío, vacío, vacío. Pero, ¿vacío de qué? No quiero escucharla. Sé que ahora todo parece extraño por no tener más exámenes (que por lo menos aportan algo en lo que pensar), pero la normalidad volverá en unos días, cuando comprenda que lo mejor es disfrutar del momento y no tratar de retorcer la realidad con planteamientos demasiado complejos. Me dejaré llevar una vez más… Y que viva la Libertad.

lunes, 19 de enero de 2009

Estoy cansada del estar cansada

Golconde, René Magritte
Estoy cansado


Estar cansado tiene plumas,
tiene plumas graciosas como un loro,
plumas que desde luego nunca vuelan,
mas balbucean igual que loro.
Estoy cansado de las casas,
prontamente en ruinas sin un gesto;
estoy cansado de las cosas,
con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

Estoy cansado de estar vivo,
aunque más cansado sería el estar muerto;
estoy cansado del estar cansado

entre plumas ligeras sagazmente,
plumas del loro aquel tan familiar o triste,
el loro aquel del siempre estar cansado.


Luis Cernuda, Un río, un amor




Monotonía, monotonía, monotonía. Despertarme para comenzar a estudiar, para seguir estudiando. Descubrir que el mecanismo de un bolígrafo puede ser la cosa más fascinante del mundo, dejar la mirada perdida en la ventana que hay frente a mi escritorio, sentir una envidia irracional de la gata, que descansa alegremente sobre la cama. Oír voces lejanas provenientes del resto de la casa, tan lejanas que parecen de otra dimensión. De una dimensión en la que los estudios no constituyen la única realidad. A veces las voces me reprenden: «Descansa un poco, Marina, que te vas a volver loca». ¿Loca? Pero si ya lo estoy. Además, aún faltan cinco exámenes, y uno de ellos es Documentación. Mi cabeza cae con pesadez sobre los apuntes, y me pongo a soñar despierta. Después, alarmada, me doy cuenta de que han pasado más minutos de los que creía.

En épocas de exámenes, cambia mi preferencia normal hacia el día, y paso las horas esperando a que llegue la noche. Nunca he sido capaz de estudiar de noche, así que entonces aprovecho para leer o seguir soñando despierta, que es lo que más me gusta. También dormir –esa actividad que según mi opinión nos hace perder la vida- se convierte en algo interesante; al menos mientras duermes no estás estudiando.

Quedan once días para terminar. La felicidad me espera el 30 de enero. ¿Sobreviviré? Pero estoy cansada del estar cansada

sábado, 10 de enero de 2009

Más días blancos...

Parque Enrique Tierno Galván, Madrid.

Nevada


En el Estado de Nevada
Los caminos de hierro tienen nombres de pájaro,
Son de nieve los campos
Y de nieve las horas.

Las noches transparentes
Abren luces soñadas
Sobre las aguas o tejados puros
Constelados de fiesta.

Las lágrimas sonríen,
La tristeza es de alas,
Y las alas, sabemos,
Dan amor inconstante.

Los árboles abrazan árboles,
Una canción besa otra canción;
Por los caminos de hierro
Pasa el dolor y la alegría.
Siempre hay nieve dormida
Sobre otra nieve, allá en Nevada.


Luis Cernuda, Un río, un amor



Ayer fue un día verdaderamente blanco, en todos los sentidos. Al levantarme, miré de reojo hacia la ventana y me extrañé de la luminosidad que despedía. “Niebla”, me dije, con la indolencia que produce toda época de exámenes. No llevaba puestas las gafas. Me encaminé a la cocina para desayunar, y fue allí, desde el ancho ventanal, cuando me percaté de que había algo más que niebla. Di un saltito infantil y corrí a por las gafas para contemplar el paisaje en todo su esplendor. Y verdaderamente, el mundo parecía cambiado bajo ese manto infinitamente blanco. Las visiones familiares se me hacían extrañas, con una mezcla de misterio, magia y paz. El parque Tierno Galván, que está al lado de mi casa, realmente parecía Andorra. El lago estaba helado. Incluso había gente con esquís… Y yo me abría paso por aquella mullida y blanca alfombra, acordándome del relato de Dublineses en el que la nieve cubría toda la ciudad a modo de un blanco sudario. Era un mundo tan familiar y a la vez tan nuevo…

No dejó de nevar en toda la mañana. Y pensé que era la segunda vez en mi vida que veía nevar así. La primera fue en el lejano diciembre de 1997. Ese día, quise bajar a jugar con la nieve. Pero nunca pude llegar a hacerlo. El espectro de la muerte flotaba alrededor de mi familia, como algo imponente y terrible, hasta entonces desconocido para mí. Por eso, siempre que veo la nieve, recuerdo a mi abuela.

Ayer las horas se volvieron también de nieve, como en el poema de Cernuda. Hoy, queda una fina capa blanca que poco a poco comienza a derretirse bajo la luz cruel del mediodía.

Entradas populares

Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título