miércoles, 28 de octubre de 2009

Divagaciones

La memoria, René Magritte
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Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.

Rafael Alberti



Acompasas tu respiración suavemente, casi con dulzura, mientras llega hasta ti, distorsionada, la monocorde voz de la profesora. ¿Qué hora es? Las diez y veinte. Qué lento pasa el tiempo en… ¿Periodismo social? Sí, así se llama la asignatura. Suspiras y tratas de que tus párpados no caigan con pesadez, pero sabes que será un intento inútil. La visión de la profesora comienza a desenfocarse. Tiene gafas y una voz de la que resulta milagroso que no se canse ella misma. No le quedan bien las gafas, y menos si su silueta empieza a ser borrosa. ¡Vamos, vuelve a enfocar la vista! Después de todo, estás en segunda fila y ella podría darse cuenta. Mueve las piernas, trata de distraerte. Imposible. Si esta noche hubieras dormido alguna hora más. Pero estabas desvelada, ¿verdad? Estabas desvelada porque echabas de menos a mamá, que tuvo que pasar la noche fuera porque la eligieron para formar parte de un jurado popular. Pero, ¿qué dices? Si eso fue por lo menos hace doce años. Tú ya tienes veinte, ¿recuerdas? Los cumpliste hace muy poco, y casi toda tu clase acudió a celebrarlo a tu casa. Quinto A, un curso inolvidable. La tarta era de chocolate, porque hay niños a los que solo les gusta la tarta de chocolate y las bebidas sin gas, algo que tú nunca has podido entender. Sí, son esos niños a los que se les dan muy bien los deportes y a los que sus padres les llaman campeones. Los campeones duermen toda la noche seguida, sin despertarse una sola vez y sin tener miedo porque vayan a irse una semana de casa por el viaje de fin de curso. ¿Por eso no podías dormir esta noche?

¿En qué estabas pensando para haber cerrado los ojos? Venga, intenta distraerte. Si al menos hubiera apuntes que copiar. Pues dibuja; dibuja algo, cualquier cosa. Una muñeca con el vestido largo y tirabuzones rubios, como las que siempre haces. ¿No tienes lápiz? Qué más te da, si toda la vida has dibujado a boli. ¿Ves como la tentación de cerrar los ojos es menor? Y qué agradable la caricia del sol sobre tu pelo, el trino de los pájaros y un rumor de fondo de televisión procedente del interior de la casa. ¿Cuánto tiempo llevas dibujando? Toda la tarde, desde que terminaste de comer. Además, todavía queda media hora antes de que tengas que encaminarte al cole. No; media hora para que termine Periodismo social. Marina. Es esa voz. Marina. La voz de tu abuela. Marina, ven que te peine antes de que salgamos para el cole. Pero si aún queda media hora, y la profesora todavía no se ha callado. Pero tus trenzas están deshechas. Ah, claro; las trenzas. Siempre han sido un engorro. Suerte que ella sigue ahí para volver a peinarte. Porque sigue ahí, ¿verdad? ¿No se fue hace trece años? Marina. No, definitivamente es su voz. Espera; espera un momento. Antes, termina de dibujar la cara de esa muñeca. ¿Ves como es muy fácil no cerrar los ojos? Así, la profesora nunca sospechará. Quién te mandaría matricularte en Periodismo. Si tú querías ser cantante, o actriz de cine. No, lo que querías ser realmente era princesa, como la Bella Durmiente. Pero para eso primero hay que ser campesina, ¿no? Y que luego llegue el Príncipe Azul y te desvele tu verdadera identidad… Lo malo es que ese tipo de príncipes no existen. En realidad no debería existir ninguno. Es algo obsoleto en nuestra sociedad. Como esta asignatura. Menos mal que hace sol, y que llevas toda la tarde dibujando y aún queda media hora para volver al colegio –y muchas medias horas más para tener que preocuparte por eso tan lejano que los mayores llaman universidad.

martes, 13 de octubre de 2009

Veinte


Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.
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Jorge Guillén
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Hoy luce el sol en Madrid, igual que aquel trece de octubre de hace veinte años en el que abrí los ojos por primera vez en un hospital que llevaba el nombre del día antes de mi nacimiento. Me han contado que hacía calor, que mi madre ingresó con una blusa de tirantes, y que cuando nací no dejaba de mirar a mi alrededor como si no me quisiera perder nada del nuevo mundo al que acababa de llegar. Era viernes y trece, un día que en la cultura anglosajona es considerado de mala suerte, porque precisamente el viernes trece de octubre de 1307 los Caballeros Templarios fueron arrestados por la Santa Inquisición, llevándose consigo océanos de secretos.

Nací a las dos de la tarde, puntual para la hora de la comida, a pesar de que en los meses y años sucesivos mis padres tendrían que ingeniárselas cantándome canciones o distrayéndome con muñecos de guiñol para que me dignara a comer algo. Comer nunca fue lo mío, como tampoco dormir. En realidad me pasaba las horas llorando, los días y las noches; lloraba tanto que incluso me salió una úlcera de ombligo… Cuando solo tenía unos pocos meses, mis padres me llevaron a urgencias, preocupados por mi incesante llanto. De camino, con el traqueteo del coche, me quedé dormida.

Mi pediatra, que se llamaba don Vicente, les dijo a mis padres que yo iba a ser de mayor una caprichosa y que iba a tener muy mal genio. Y no se equivocó, como se cuidaría de recordarles cada vez que en años sucesivos acudía a su consulta. Don Vicente murió cuando yo tenía cinco años, pero mis padres todavía me repiten en ocasiones sus sabias palabras. A pesar de ello, nunca dejaron de mimarme y de consentirme todos –o casi todos- los caprichos, y así crecí yo, convencida de que era la Bella Durmiente y de que mi nombre tenía todo el derecho del mundo a encontrarse en cualquier diccionario, seguido por la definición de «Niña princesa».

Recuerdo todos los treces de octubre adornados por el color de las hojas secas que comienzan a tejer una gruesa alfombra en las aceras y a mi madre cantándome por la mañana el cumpleaños feliz muy bajito, porque me acababa de despertar, y mi ilusión insomne al desenvolver los regalos y descubrir las nuevas Barbies que me había pedido. Me acuerdo de una en particular que tenía un vaporoso vestido azul y venía en la caja junto a un ruiseñor que cantaba cuando le apretabas el pico. Lo encontré un día en casa de mi abuela al volver del cole. Allí celebrábamos siempre mis cumpleaños. El sexto fue muy diferente a los demás, porque por primera vez tuve conciencia de lo que es hacerse mayor, de lo que es el Tiempo en realidad.

Y desde entonces, acompañando a la ilusión y a la algarabía de desenvolver regalos y sentirte la protagonista del mundo durante un día, comencé a convivir en cada cumpleaños con un peso que se me había instalado en el corazón y que me impedía alegrarme de crecer, como les pasaba a mis compañeras de clase. Mi infancia me parecía lo más maravilloso, y me cuidé de aprovecharla al máximo y evitar las prisas.


Lo extraño es que a veces se me ocurre que no he salido de ella, como si me hubiera quedado para siempre enquistada en el verso de una canción que ya no está de moda. Todo ha cambiado pero nada es igual; ahora las cosas aparecen bañadas de una nostalgia inseparable, como en aquella balada de Alberti. Mi colección de Barbies sigue en la estantería, pero extrañamente inmóvil y perfecta, aunque a veces sienta el impulso de volver a cogerlas y cambiarlas de vestido y cepillarles de nuevo el pelo. Al fin he descubierto que los cuentos de hadas no son más que cuentos, pero a decir verdad sigo esperando un final feliz para el mío, o tal vez un nuevo comienzo.

Hoy he desenvuelto los regalos con la misma ilusión de siempre para encontrarme no muñecas, sino libros. Mi madre me ha cantado muy bajito el cumpleaños feliz antes de desayunar e irme a la universidad. Igual que cuando nací, sigo durmiendo lo menos posible y llorando mucho, como me dicta mi inevitable naturaleza caprichosa, cada vez que algo no sale como había previsto. Es martes y trece, día de la mala suerte en los países europeos. Curiosa coincidencia. Y solo se me ocurre pensar que mi propio cuerpo de veinte años no me pertenece, igual que si alguien me hubiera arrojado en él por casualidad.

domingo, 4 de octubre de 2009

Octubre

Procedo a rescatar el poema que me sirvió para ganar el Primer Premio del Certamen de Poesía Rafael Morales en su edición 2008, aunque a día de hoy me parezca tan antiguo...


Octubre viene lleno de promesas doradas,
de pisadas crujientes e imposibles miradas
teñidas de silencio y de melancolía.

Los vientos amarillos que agitan mis sentidos
me hablan de pasados ahora ya remotos,
de niños que jugaban a pisar los caminos
mullidos por el crujir de las hojas secas.

Un resplandor dorado que baña los paisajes,
los sentimientos vanos y los cuartos oscuros
enterrados en los sepulcros que guarda la memoria.

Una risa infantil que se pierde conmigo,
errabunda por los caminos ajenos a la angustia,
blanca como la voz del ululante viento
cargado de semillas, y de hojas y frutos.

Y de hojas y frutos… y de polvo dorado de hadas
que se pierde en el tiempo, allá donde los cuentos
sí tenían final, y donde las princesas
despertaban del sueño de su eterna añoranza.

Pero yo no despertaré, vagaré para siempre
por entre los otoños de oro y fuego, dormida,
susurrando a los vientos antiguas melodías,
mientras el tiempo parece detenerse
en los densos boscajes de mis sueños.

Y por entre los otoños y las melancolías,
renunciaré a mi vana espera;
no se producirá aquel beso
que rompiese el hechizo.

Octubre se va lleno de atardeceres rotos,
y de sueños truncados,
y de caminos vanos que recorre
la doncella hechizada para la eternidad.
Todo bañado por el oro de las hojas marchitas
y el lamento del viento que susurra que
nada en esta vida es realidad.


6 de noviembre de 2007




© Marina Casado



* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

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Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título