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Ninguno comprendíamos nada:
ni por qué nuestros dedos eran de tinta china
y la tarde cerraba compases para al alba abrir libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere, puede ser curva o quebrada
y que las estrellas errantes son niños que ignoran la aritmética.
Rafael Alberti
Acompasas tu respiración suavemente, casi con dulzura, mientras llega hasta ti, distorsionada, la monocorde voz de la profesora. ¿Qué hora es? Las diez y veinte. Qué lento pasa el tiempo en… ¿Periodismo social? Sí, así se llama la asignatura. Suspiras y tratas de que tus párpados no caigan con pesadez, pero sabes que será un intento inútil. La visión de la profesora comienza a desenfocarse. Tiene gafas y una voz de la que resulta milagroso que no se canse ella misma. No le quedan bien las gafas, y menos si su silueta empieza a ser borrosa. ¡Vamos, vuelve a enfocar la vista! Después de todo, estás en segunda fila y ella podría darse cuenta. Mueve las piernas, trata de distraerte. Imposible. Si esta noche hubieras dormido alguna hora más. Pero estabas desvelada, ¿verdad? Estabas desvelada porque echabas de menos a mamá, que tuvo que pasar la noche fuera porque la eligieron para formar parte de un jurado popular. Pero, ¿qué dices? Si eso fue por lo menos hace doce años. Tú ya tienes veinte, ¿recuerdas? Los cumpliste hace muy poco, y casi toda tu clase acudió a celebrarlo a tu casa. Quinto A, un curso inolvidable. La tarta era de chocolate, porque hay niños a los que solo les gusta la tarta de chocolate y las bebidas sin gas, algo que tú nunca has podido entender. Sí, son esos niños a los que se les dan muy bien los deportes y a los que sus padres les llaman campeones. Los campeones duermen toda la noche seguida, sin despertarse una sola vez y sin tener miedo porque vayan a irse una semana de casa por el viaje de fin de curso. ¿Por eso no podías dormir esta noche?
¿En qué estabas pensando para haber cerrado los ojos? Venga, intenta distraerte. Si al menos hubiera apuntes que copiar. Pues dibuja; dibuja algo, cualquier cosa. Una muñeca con el vestido largo y tirabuzones rubios, como las que siempre haces. ¿No tienes lápiz? Qué más te da, si toda la vida has dibujado a boli. ¿Ves como la tentación de cerrar los ojos es menor? Y qué agradable la caricia del sol sobre tu pelo, el trino de los pájaros y un rumor de fondo de televisión procedente del interior de la casa. ¿Cuánto tiempo llevas dibujando? Toda la tarde, desde que terminaste de comer. Además, todavía queda media hora antes de que tengas que encaminarte al cole. No; media hora para que termine Periodismo social. Marina. Es esa voz. Marina. La voz de tu abuela. Marina, ven que te peine antes de que salgamos para el cole. Pero si aún queda media hora, y la profesora todavía no se ha callado. Pero tus trenzas están deshechas. Ah, claro; las trenzas. Siempre han sido un engorro. Suerte que ella sigue ahí para volver a peinarte. Porque sigue ahí, ¿verdad? ¿No se fue hace trece años? Marina. No, definitivamente es su voz. Espera; espera un momento. Antes, termina de dibujar la cara de esa muñeca. ¿Ves como es muy fácil no cerrar los ojos? Así, la profesora nunca sospechará. Quién te mandaría matricularte en Periodismo. Si tú querías ser cantante, o actriz de cine. No, lo que querías ser realmente era princesa, como la Bella Durmiente. Pero para eso primero hay que ser campesina, ¿no? Y que luego llegue el Príncipe Azul y te desvele tu verdadera identidad… Lo malo es que ese tipo de príncipes no existen. En realidad no debería existir ninguno. Es algo obsoleto en nuestra sociedad. Como esta asignatura. Menos mal que hace sol, y que llevas toda la tarde dibujando y aún queda media hora para volver al colegio –y muchas medias horas más para tener que preocuparte por eso tan lejano que los mayores llaman universidad.
¿En qué estabas pensando para haber cerrado los ojos? Venga, intenta distraerte. Si al menos hubiera apuntes que copiar. Pues dibuja; dibuja algo, cualquier cosa. Una muñeca con el vestido largo y tirabuzones rubios, como las que siempre haces. ¿No tienes lápiz? Qué más te da, si toda la vida has dibujado a boli. ¿Ves como la tentación de cerrar los ojos es menor? Y qué agradable la caricia del sol sobre tu pelo, el trino de los pájaros y un rumor de fondo de televisión procedente del interior de la casa. ¿Cuánto tiempo llevas dibujando? Toda la tarde, desde que terminaste de comer. Además, todavía queda media hora antes de que tengas que encaminarte al cole. No; media hora para que termine Periodismo social. Marina. Es esa voz. Marina. La voz de tu abuela. Marina, ven que te peine antes de que salgamos para el cole. Pero si aún queda media hora, y la profesora todavía no se ha callado. Pero tus trenzas están deshechas. Ah, claro; las trenzas. Siempre han sido un engorro. Suerte que ella sigue ahí para volver a peinarte. Porque sigue ahí, ¿verdad? ¿No se fue hace trece años? Marina. No, definitivamente es su voz. Espera; espera un momento. Antes, termina de dibujar la cara de esa muñeca. ¿Ves como es muy fácil no cerrar los ojos? Así, la profesora nunca sospechará. Quién te mandaría matricularte en Periodismo. Si tú querías ser cantante, o actriz de cine. No, lo que querías ser realmente era princesa, como la Bella Durmiente. Pero para eso primero hay que ser campesina, ¿no? Y que luego llegue el Príncipe Azul y te desvele tu verdadera identidad… Lo malo es que ese tipo de príncipes no existen. En realidad no debería existir ninguno. Es algo obsoleto en nuestra sociedad. Como esta asignatura. Menos mal que hace sol, y que llevas toda la tarde dibujando y aún queda media hora para volver al colegio –y muchas medias horas más para tener que preocuparte por eso tan lejano que los mayores llaman universidad.