Pablo Neruda y Albertina Rosa
“Pablo, perdóname, ya sé que
no sirvo para nada. Ha sido sin querer.”
Releo estas palabras, escritas con una caligrafía blanda y fluida,
de trazos a veces separados y en otras ocasiones unidos, que no siguen una regla
lógica, produciendo un conjunto que da la impresión de algo líquido e
impulsivo. Dichas palabras van seguidas de una firma ininteligible en la que
solo se distingue la “a” del final y, tal vez, con mucha imaginación, una “l” y
una “i” previas. ¿Julia? ¿Celia?
Las palabras se encuentran en
un papel diminuto y amarillento, de cuadros, como los que hay en los cuadernos.
La autora no se molestó en quitarle el borde, lo que permite ver que se trata
de una hoja arrancada de un pequeño bloc de notas. Está doblada a la mitad, oculta
en la segunda página de un libro bastante antiguo. Es una interesante edición
de 1974 titulada Cartas de amor de Pablo Neruda, publicada por Rodas, con
introducción y epílogo de Sergio Fernández Larraín. El libro estuvo olvidado durante
muchos años en una estantería, en casa de mis abuelos; hasta que hace muy poco,
haciendo limpieza, cayó en mis manos.
Me dirijo a la página donde encontré la nota,
con la esperanza de hallar alguna pista. Corresponde al título. Debajo, hay un
nombre compuesto y una fecha, “verano del 75”. Conozco ese nombre: pertenece a
una antigua novia del primer poseedor del libro. No es ni Celia ni Julia, ni
nada que se le parezca. Tampoco se trata de la misma caligrafía: esta es de
trazos más redondos y dulcificados. La tinta es azul, al contrario que la de la
nota, que es negra.
Pablo y Celia. O Julia. O algo
similar. He preguntado a mi familia por estos nombres, pero nadie parece
recordarlos, ni siquiera el propio poseedor del libro. ¿No los recuerda, o no
quiere hacerlo?
Me enfrasco en la lectura de
las Cartas de amor. Están llenas de nombres en clave. Lombriz regalona. Lombriz
zalamera. Niña de los secretos. Mocosa mía.
Rana, culebra, araña. Mi pequeña. Escarabajo. Mala pécora. Muñeca adorada. Pequeña
canalla. Mocosa de los recuerdos. Mi chiquilla fea. Chiquilla bonita. Ratoncilla.
Caracola. Abeja. Arabella. Amareza. Fea mía. Netocha. Mi Netocha de los
recuerdos. Netocha, como la Netocha de Dostoievski.
Albertina Rosa es el nombre
oculto detrás de todos ellos. Albertina Rosa, la inspiradora de los Veinte
poemas de amor, la hermosa compañera de
ojos tristes: el primer amor de Ricardo Neftalí, que también escondió su
nombre bajo el de Pablo Neruda. Su compañera de francés en el Instituto
Pedagógico, coprotagonista de un apasionado romance –muy epistolar- que se
consumió en pocos años.
Después, Ricardo escondería
mucho más que su nombre. A su primera esposa, María Antonieta Hagenaar, no le
ocultaría a su amante, Delia del Carril, con la que se amaba delante de ella y
de la hija de ambos, la pequeña Malva Marina, que sufría de hidrocefalia. Neruda
no dudó en dejar abandonadas a su mujer y a su hija en España, al final de la
Guerra Civil, para marcharse fuera con Delia. Pero a Delia, veinte años mayor
que él, activa y alegre, sí le escondió sus secretos encuentros con Matilde Urrutia,
a la que conoció viviendo ya en México, y desposado con Delia.
Fue amante de ambas mujeres
hasta que, finalmente, abandonó a su esposa por Matilde. Y la dualidad
sentimental se repitió una vez más, con la sobrina de Urrutia, una muchacha
llamada Alicia. La doble relación de Neruda se mantuvo en secreto hasta la
muerte del poeta.
Vuelvo a releer la nota. Pablo
y Julia, o Celia. ¿Qué historia se esconderá detrás de esos nombres? Ambos podrían
ser nombres en clave. O tal vez Celia, o Julia, solo estuviese escribiendo al
recuerdo de Neruda, igual que yo a veces siento deseos de escribir a Cernuda,
porque se me ocurre que él sí me comprendería.
Quién sabe. Me gustaría
averiguar por qué la autora trata de disculparse, y a quién. Presiento que fue
una historia profunda y tormentosa la que inspiró esa nota, y creo que algún
día escribiré una novela para resucitar palabras que tal vez ocultan un amor
furiosísimo, o quizá triste: un amor olvidado en el tiempo, vivo en el papel,
como el de aquel Neruda de pocos años que escribía a Albertina…
Pequeña, ayer debes haber
recibido un periódico, y en él un poema de la ausente (Tú eres la ausente). Te
gustó, Pequeña? Te convences que te recuerdo? En cambio tú. En diez días, una
carta. Yo, tendido en el pasto húmedo, en las tardes, pienso en tu boina gris,
en tus ojos que amo, en ti. […] Qué harás a esta hora, mi dolorosa querida: te
veo la cabecita mía alegre o enfurruñada, te recuerdo desde la frente hasta las
uñitas del pie, todo, todo me hace falta hasta la angustia, como tú nunca,
nunca podrás comprenderlo, vida mía. […] Te quiero mucho, siempre. A veces,
hoy, me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar
conmigo, siempre.
Largos besos de tu
Pablo
Septiembre 16. De noche.