viernes, 22 de marzo de 2013

Nombres

Pablo Neruda y Albertina Rosa


“Pablo, perdóname, ya sé que no sirvo para nada. Ha sido sin querer.”

Releo estas palabras,  escritas con una caligrafía blanda y fluida, de trazos a veces separados y en otras ocasiones unidos, que no siguen una regla lógica, produciendo un conjunto que da la impresión de algo líquido e impulsivo. Dichas palabras van seguidas de una firma ininteligible en la que solo se distingue la “a” del final y, tal vez, con mucha imaginación, una “l” y una “i” previas. ¿Julia? ¿Celia?

Las palabras se encuentran en un papel diminuto y amarillento, de cuadros, como los que hay en los cuadernos. La autora no se molestó en quitarle el borde, lo que permite ver que se trata de una hoja arrancada de un pequeño bloc de notas. Está doblada a la mitad, oculta en la segunda página de un libro bastante antiguo. Es una interesante edición de 1974 titulada Cartas de amor de Pablo Neruda, publicada por Rodas, con introducción y epílogo de Sergio Fernández Larraín. El libro estuvo olvidado durante muchos años en una estantería, en casa de mis abuelos; hasta que hace muy poco, haciendo limpieza, cayó en mis manos.

Me dirijo a la página donde encontré la nota, con la esperanza de hallar alguna pista. Corresponde al título. Debajo, hay un nombre compuesto y una fecha, “verano del 75”. Conozco ese nombre: pertenece a una antigua novia del primer poseedor del libro. No es ni Celia ni Julia, ni nada que se le parezca. Tampoco se trata de la misma caligrafía: esta es de trazos más redondos y dulcificados. La tinta es azul, al contrario que la de la nota, que es negra.

Pablo y Celia. O Julia. O algo similar. He preguntado a mi familia por estos nombres, pero nadie parece recordarlos, ni siquiera el propio poseedor del libro. ¿No los recuerda, o no quiere hacerlo?



Me enfrasco en la lectura de las Cartas de amor. Están llenas de nombres en clave. Lombriz regalona. Lombriz zalamera. Niña de los secretos.  Mocosa mía. Rana, culebra, araña. Mi pequeña. Escarabajo. Mala pécora. Muñeca adorada. Pequeña canalla. Mocosa de los recuerdos. Mi chiquilla fea. Chiquilla bonita. Ratoncilla. Caracola. Abeja. Arabella. Amareza. Fea mía. Netocha. Mi Netocha de los recuerdos. Netocha, como la Netocha de Dostoievski.

Albertina Rosa es el nombre oculto detrás de todos ellos. Albertina Rosa, la inspiradora de los Veinte poemas de amor, la hermosa compañera de ojos tristes: el primer amor de Ricardo Neftalí, que también escondió su nombre bajo el de Pablo Neruda. Su compañera de francés en el Instituto Pedagógico, coprotagonista de un apasionado romance –muy epistolar- que se consumió en pocos años.

Después, Ricardo escondería mucho más que su nombre. A su primera esposa, María Antonieta Hagenaar, no le ocultaría a su amante, Delia del Carril, con la que se amaba delante de ella y de la hija de ambos, la pequeña Malva Marina, que sufría de hidrocefalia. Neruda no dudó en dejar abandonadas a su mujer y a su hija en España, al final de la Guerra Civil, para marcharse fuera con Delia. Pero a Delia, veinte años mayor que él, activa y alegre, sí le escondió sus secretos encuentros con Matilde Urrutia, a la que conoció viviendo ya en México, y desposado con Delia.

Fue amante de ambas mujeres hasta que, finalmente, abandonó a su esposa por Matilde. Y la dualidad sentimental se repitió una vez más, con la sobrina de Urrutia, una muchacha llamada Alicia. La doble relación de Neruda se mantuvo en secreto hasta la muerte del poeta.



Vuelvo a releer la nota. Pablo y Julia, o Celia. ¿Qué historia se esconderá detrás de esos nombres? Ambos podrían ser nombres en clave. O tal vez Celia, o Julia, solo estuviese escribiendo al recuerdo de Neruda, igual que yo a veces siento deseos de escribir a Cernuda, porque se me ocurre que él sí me comprendería.

Quién sabe. Me gustaría averiguar por qué la autora trata de disculparse, y a quién. Presiento que fue una historia profunda y tormentosa la que inspiró esa nota, y creo que algún día escribiré una novela para resucitar palabras que tal vez ocultan un amor furiosísimo, o quizá triste: un amor olvidado en el tiempo, vivo en el papel, como el de aquel Neruda de pocos años que escribía a Albertina…

Pequeña, ayer debes haber recibido un periódico, y en él un poema de la ausente (Tú eres la ausente). Te gustó, Pequeña? Te convences que te recuerdo? En cambio tú. En diez días, una carta. Yo, tendido en el pasto húmedo, en las tardes, pienso en tu boina gris, en tus ojos que amo, en ti. […] Qué harás a esta hora, mi dolorosa querida: te veo la cabecita mía alegre o enfurruñada, te recuerdo desde la frente hasta las uñitas del pie, todo, todo me hace falta hasta la angustia, como tú nunca, nunca podrás comprenderlo, vida mía. […] Te quiero mucho, siempre. A veces, hoy, me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar conmigo, siempre.

Largos besos de tu

Pablo

Septiembre 16. De noche.

sábado, 16 de marzo de 2013

Désarmer un silence




Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo.

Alejandra Pizarnik



I.

A veces escribir es vengarse del silencio a destiempo. En este caso, la poesía más bien sería un arma cargada de pasados.

II.

La historia nos ha demostrado que la literatura puede escandalizar, ofender, doler y ser responsable de un asesinato. La otra, la que solo acaricia, pasa desafortunadamente desapercibida.

La rabia es el antídoto más fuerte contra el silencio.

Escribo, luego existo.

III.

La contradicción en dos modalidades que, a su vez, se contradicen: tratar de demostrar que alguien no te importa y delatarte; decir “me importas” y ceder a las tentaciones del olvido.

Variación de un refrán popular: La indiferencia tiene las patas muy cortas.

IV.

Hay silencios enfermos de derrota, también los hay que son cómplices del orgullo. Todos ellos ocultan un abanico de miradas a escondidas en las esquinas del presente.

Los olvidos que no lo son sólo por su nombre jamás eligen voluntariamente el disfraz del silencio. Lo demás, no llegaría a ser algo distinto del recuerdo de un olvido.

V.

El silencio nunca será el prólogo de un final. Es necesario que estalle la tormenta para que una historia pueda haber sido una historia. La tormenta sería el verdadero crepúsculo.

Como en aquella canción, sigo esperando la lluvia de verano.

martes, 12 de marzo de 2013

Pincel de tiempo (I)


Septiembre de 2005




Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Luis Cernuda



I.

No importa los años que pasen: siempre arrastrarás tras de ti la sombra de aquella niña solitaria que dibujaba muñecas en los márgenes en blanco de los cuadernos, que adelantaba los deberes de clase en los recreos, que jugaba a pincharse el dedo con el portaminas imaginando que ello le haría caer en un sueño tan profundo como el de la Bella Durmiente.

Has crecido, sí. Te defiendes bien en sociedad –al menos, decentemente-, te mueves en varios círculos y cada vez dispones de menos tiempo para conversar con tu alma por medio de la poesía. Sin embargo, en ocasiones destellan fogonazos de épocas lejanas, de fines de semana solitarios, viendo llover por detrás del cristal. De princesas de boca de fresa, prisioneras en los poemas de Rubén Darío.

Esa persona también fuiste tú, y todavía bucea dentro de tu sangre, y se refleja en tus pupilas cuando algo en la realidad parece más fuerte que tú misma, y te desarma. Quienes te conocieron en esos años no se han olvidado, y mezclan aquella imagen con la otra nueva que pretendes consolidar, que no termina de echar raíces y a veces tiembla y se desdibuja, desmintiéndote.


II.

Ella te conoció cuando eras esa otra persona. Ella te vio crecer, evolucionar, abrirte al mundo y despertar a la realidad de la nieve que se deshace. La sentiste tan dentro que a veces olvidas que ya no esté, y te parece que su silencio es sólo uno más.

No puede ser real, te dices. La amistad, para ti, era ella. En el sentido más amplio y profundo de la palabra. Pero sí es real el cuchillo afilado de la indiferencia. Cualquier insulto, bronca, reproche, hubiera sido mejor que el hielo sombrío de su mirada.

La herida cicatrizará, pero jamás serás capaz, de nuevo, de sentir tan intensamente la amistad en alguien. De caminar junto a esa otra persona, deshaciendo la noche, compartiendo sueños mientras el mundo gira y, sin daros cuenta, os vais haciendo mayores.

Ahora empiezas a comprender que siempre faltaron lágrimas.


III.

Descubres unos poemas antiguos en archivos aún más antiguos. Los escribió tu otro yo en alguna tarde de tormenta, mirando por la ventana y soñando con un beso imposible.

Son poemas tan emocionados, tan ingenuos, que casi podrías volver a enamorarte del protagonista –y antagonista- de sus versos. No se corresponde con la persona de carne y hueso que ahora camina desgarbadamente sobre el asfalto del presente. Lo miras y te sorprende la falta de complicidad que os separa.

Hay un cristal. Al otro lado, está él.

Y sin embargo, aquel amor inconsciente y en cierto modo imaginario fue el faro que te guió lejos de la niña introvertida y solitaria que no se atrevía a hablar en público. Pero si aquel amor no tenía un destinatario real, significa que tú eres la única responsable de tu propia evolución.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título