miércoles, 26 de septiembre de 2012

El frío




Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.

Y lo perdimos para siempre.

(Ángel González)


Hoy lo he sorprendido, al frío. Se había colado por una rendija de la puerta y, sin que nadie lo viera, se había acercado peligrosamente a la cama donde yo soñaba con habitaciones blancas. Desperté a tiempo y, con un estremecimiento, me tapé con el edredón.

Sin embargo, no pude evitar que ese mismo frío se instalara dentro de mi alma. Así fue como comprendí que ha regresado el otoño.

Esta mañana, un viento descarnado agitaba las copas de los árboles. Todo me hablaba de otoños y de soledad: la lluvia, el café caliente, las orejas heladas de la gata, la desconfianza del sol que no ha terminado de salir aún, las palabras que nunca fueron pronunciadas. Aquellas otras que jamás lo serán.

Volveré a refugiarme en canciones antiguas, a escribir versos que anestesien mi corazón desbocado, a soñar con paraísos que se esconden en los mares del sur, a mendigar la esperanza en los bordes de las semanas que terminan. “La soledad no está fuera, sino dentro de mí”. ¿Dónde leí esa frase? Pero la respuesta parece lógica. 

El verano se aleja, llevándose consigo todos sus espejismos... Regreso a mi eterna región de melancolías solas.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Veintiuno de septiembre


Luis Cernuda en 1928

No conozco otro mundo sino es éste,
Y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,
Como a una sombra…

Luis Cernuda


Cada 21 de septiembre muere el verano. Las horas, como hojas crujientes, comienzan a sucederse a un ritmo implacable. En el paisaje que hay tras la ventana de mi cuarto se refleja el sol de la tarde, y la llegada del otoño parece un secreto aún.

Pero yo sé que acecha el frío detrás de cada sombra, detrás de cada sonriente rayo de luz. El frío y los noviembres húmedos de nostalgias inciertas. Me invade el espíritu otoñal, a pesar de que en la calle hagan más de treinta grados, y de que todavía no hayan cerrado las piscinas. El fantasma del otoño viste de dorado y de memorias sueltas, de cabellos pálidos y sonrisas tristes. De adagios de Albinoni y tangos de Gardel; de versos de Cernuda.

-Es tremendamente curioso que yo naciera, precisamente, el día en el que muere el verano –dice Luis, emergiendo de uno de sus libros y sentándose a mi lado-. ¿Por eso siempre me acompañará esta nostalgia?
-Siempre esta nostalgia, esta inseparable / nostalgia que todo lo aleja y lo cambia… -recito casi de forma inconsciente.
-¿Rafael Alberti? –me reprocha Luis con sorna- Te creía con más gusto.
-Es mi segundo poeta favorito, por detrás de ti –me apresuro a puntualizar.
-Alberti es la frivolidad hecha persona… un ignorante lleno de simpatía que se suma sin ningún tipo de complejo a las modas literarias del momento…
-Qué duro eres a veces, Luis –le regaño-. No deberías prejuzgar a las personas de esa forma. Nadie que haya leído Sobre los ángeles podría defender la supuesta frivolidad de Alberti. ¿Lo has leído?

Luis se remueve, incómodo, y espera unos segundos antes de responder:

-Sí, lo he leído.
-Entonces sabrás que surgió de un desengaño amoroso, igual que tu Donde habite el olvido.
-¿Maruja Mallo? ¡Ja! No puedes comparar lo mío con Serafín y lo suyo con esa…
-¡Luis! ¿Por qué tienes que ser tan duro juzgando a las personas sin conocerlas en profundidad? No soporto que mis dos poetas favoritos tengan que llevarse mal entre ellos.

Luis guarda silencio, con los brazos cruzados y un gesto de elegante altivez.

-Pues solo me faltaba que ahora te enfadases también conmigo… -digo.
-Creía que tú me comprendías, pero ya veo que sigo estando solo.
-¿Por qué dices eso? Sabes que yo siempre he estado y estaré a tu lado…

Entonces, Luis relaja la expresión y suspira.

-Sí, ya lo sé. Estabas incluso antes de poder estar.

Hay una soledad palpable en el timbre de su voz.

-A veces pienso que el amor no es posible porque está perdido en épocas, en años, en generaciones –continúa-. Somos tan pocos, y tan mal repartidos. ¿Qué harías si el amor de tu vida estuviera en el siglo dieciocho?
-Eso ha sonado mucho a naipes y barajas perdidas, Luis.
-Pero no me digas que nunca te lo has preguntado. Imagínate que todos pudiéramos reunirnos un día, por encima de los tiempos, en un siglo sin número, en una dimensión alternativa.
-Hubieras sido mi mejor amigo –confieso, insistiendo en algo que ya conoce-. Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses / fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo, / unida con la tuya se acordaría en cadencia… Y eso no es Alberti.

Le guiño un ojo. Luis sonríe levemente, antes de continuar:

-… Y alcanzar aquel muro del espacio / separando mis años de los tuyos futuros.

Sus palabras dan paso a un cómodo silencio, aquel que solo se puede establecer entre dos almas que conectan entre sí. La mirada profundísima de Luis almacena un cúmulo de sentimientos encontrados, y en ninguno de ellos se encuentra el desprecio. Sé que, al final, le acabaré convenciendo de que Alberti es buena persona, porque ni siquiera él está convencido de lo contrario. Me gustaría poder guardarme esa mirada para volver a perderme en ella cada vez que yo también me encuentre sola.


Abro los ojos. Es el otoño, disfrazado aún de verano, quien vuelve a llamar a mi ventana en este veintiuno de septiembre extraviado en un siglo gélido.

-Feliz cumpleaños, Luis –susurro para mí, suponiendo que nadie más me oirá.

Entonces, las copas de los árboles que hay frente a mi ventana se estremecen levemente, agitadas por el aire que a veces se confundía con su persona…


Tal día como hoy, hace 110 años nacía en Sevilla Luis Cernuda, el poeta de la soledad. Sirva esta entrada como homenaje a su memoria.

martes, 18 de septiembre de 2012

Diarios conileños (III)

Conil de la Frontera


Una mujer dormida
lanzó el mar en la arena esta mañana,
una mujer creada por ti bajo las olas
ya hace tiempo.
No se parece a nadie, sólo a ella.
¿Quién es? El mar la mira.
Mudo está el mar. ¿Acaso
puede saber el mar lo que tú inventas?

Rafael Alberti


3 de agosto de 2012:

La playa de Conil es ancha e interminable; su cielo manchado de gaviotas se confunde con el azul del Atlántico, ambos separados por una línea recta, apenas perceptible para el ojo humano.

Caminas a buen paso por la orilla, estremeciéndote con cada sacudida de la marea sobre tus pies, respirando muy profundamente, como si quisieras retener para siempre en tus pulmones el olor limpio del mar. A lo lejos, muy lejos, recortado sobre el horizonte, se erige el misterioso Torreón.

El Torreón es una edificación abandonada en medio de la arena, en un lugar en que la playa termina para el turista común, en un paisaje al que no han llegado los hoteles ni los apartamentos, y que se halla colonizado por las dunas y los acantilados. No podrías definirlo con exactitud. Bien pudiera tratarse de las ruinas de una antigua fortaleza de la que se hubiera perdido todo, salvo una torre: esa explicación justificaría el hecho de que alrededor de ella no haya nada más que arena y cielo.

Tu loca imaginación de poeta, sin embargo, te susurra que, sin duda, ese Torreón fue la prisión de una princesa que envejeció esperando a un aguerrido caballero que la liberara.

De lejos, en el Torreón se distingue una ventana diminuta, por la que debía asomarse la Princesa cada anochecer. Tal vez aún, cuando brilla la luna llena y se refleja sobre la oscuridad insomne del Atlántico, una silueta fría, desvanecida en la distancia, vuelva a asomarse por aquella ventana.

Porque tú sabes que el aguerrido caballero nunca llegó: que la Princesa sucumbió al Tiempo y se deshizo como una hoja crujiente en el otoño, soñando con alguien que nunca la encontraría. Porque la mayoría de cuentos están equivocados, y los caballeros en realidad nunca lograron liberar a las princesas de sus respectivas prisiones, movidos por un sentimiento de amor infinito capaz de derrumbar montañas. Porque la eternidad no es válida para los amores correspondidos, suponiendo que estos en verdad existan.

No hay ningún camino que conduzca al Torreón. Se encuentra este posado sobre la arena, inmóvil y frágil, y a la vez desafiante ante el paso del tiempo, porque nadie se atreverá jamás a derruirlo. Igual que tú tampoco te atreverías a llegar hasta él y cruzar por su puerta, en busca del cadáver de la princesa marchita. Tal vez porque temas romper para siempre la leyenda.

Y así, el Torreón para ti nunca dejará de ser un límite: el punto máximo al que consigues llegar caminando por la playa. Porque si no te impusieras ningún límite, quizás seguirías caminando y caminando por la orilla hasta bordear la costa entera del universo, acariciada por la lengua salada del mar.

El misterioso hechizo del Torreón reside en que, por mucho que camines, siempre parece inmóvil en su lejanía, como fundido con la inalcanzable línea del horizonte.

lunes, 10 de septiembre de 2012

(Paréntesis)


Conil de la Frontera


Quisiera estar solo en el sur.

(Luis Cernuda)



Miro la noche naciente a través del cristal, penumbrosa como el final truncado de un cuento de hadas. Madrid afila cuchillos de farola y, en el séptimo firmamento, arde una estrella solitaria. En mi habitación solo se escucha el rumor apagado del aire acondicionado y los levísimos suspiros de la gata, profundamente dormida sobre la colcha.

La inspiración es hoy un fantasma cobijado en los rincones del no ser. Abandonada, siento fluir por mis venas una incierta melancolía que me conduce a añorar los azules del Atlántico. Leeré poemas de Rafael Alberti para invadirme de azul, para quemarme los pies de arena finísima de las playas gaditanas bajo el contacto de un sol constante e indolente, para viajar por cielos tachonados de gaviotas insomnes.

Voy a cerrar los ojos y a pensar que estoy frente al mar. Que el rumor apagado del aparato del aire acondicionado es el rugido suave de las olas embistiendo dulcemente la orilla. Que la luz de farola contorneada sobre el negro sin esperanzas del cielo madrileño es en realidad la silueta anaranjada de la luna llena, reflejada también sobre las aguas. La playa, solitaria y grave, me susurra secretos de eternidad.

Voy a pensar que no tengo nada en lo que pensar. Voy a dejarme caer sobre la arena fría de mi playa, esperando oír aquellas voces conocidas y sonrientes que me llaman por mi nombre y aguardan, como cada año. Voces salpicadas de verde, de mares del norte, de viento.

Igual que el levante que parece haberse instalado en mi imaginación, trastornándola…


Definitivamente, leer a Alberti en plena nostalgia conileña es abrir la puerta a una insana –pero necesaria- evasión de la realidad. Y qué diablos hago yo tan lejos del océano…

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Diarios conileños (II)


Conil de la Frontera

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
Tú, verdad solitaria,
Transparente pasión, mi soledad de siempre,
Eres inmenso abrazo;
El sol, el mar,
La oscuridad, la estepa,
El hombre y el deseo,
La airada muchedumbre,
¿Qué son sino tú misma?

Luis Cernuda


2 de agosto de 2012:

Tu estado de ánimo se debate entre la cercanía del mar y la acuciante falta de intimidad que te embarga. La soledad se vuelve tan necesaria como añorada, porque resulta difícil para los demás comprender al alma propensa a la poesía. Comprender que, a veces, el viento regala oraciones que solo se escuchan con los ojos y los labios cerrados; que a la hora de traducir en palabras el ronroneo suave del océano, la más inocente de las miradas resulta indiscreta.

Compartir con alguien un silencio, sin que este se vuelva incómodo o raye las fronteras del hastío, es la más alta demostración de complicidad, de conexión entre almas, que casi trasciende lo humano.


Levantas la cabeza del cuaderno y dejas que tus cabellos  se estremezcan bajo el murmullo de la brisa, igual que las palmeras que saludan con sus hojas al sol de mediodía. Cuando tus ojos buscan la línea del horizonte para encontrarse con el azul cansado del océano, sonríes al descubrirlo todo borroso, y coges las gafas de forma resignada, automática. Es la realidad, de nuevo, imponiéndose sobre la belleza de lo evanescente, sobre las ciudades construidas por tu soñar insomne; recordándote maliciosamente tu frágil condición humana.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Diarios conileños (I)


Conil de la Frontera

En sueños la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.

Rafael Alberti


1 de agosto de 2012:

A medida que anochece, tu alma se va desprendiendo levemente de las cortezas del invierno. La ilusión, siempre inmóvil en la esquina más oscura del pensamiento, irrumpe de repente con afanes de estrella y te estremece como una marea.

Es la noche gaditana.

Todo un año soñando con volver a sentir en la piel la presencia invisible del Atlántico, su caricia húmeda y traviesa que descompone tu cabello y le otorga un toque salvaje y leónido; un toque que parece querer decir “has vuelto”, como si el océano te reprochara haberte alejado durante tantos meses formando, como formas, parte de él.

Piensas todo eso mientras tus sentidos se desatan y florecen al contacto con un aroma de azahar y de dama de noche que flota en el viento. La luna llena otorga una claridad insomne al firmamento, ocultando todo rastro de luceros. La contemplas así, enmarcada de palmeras que te regalan recuerdos imposibles de oasis y de velos, y de perfumes y canciones milenarias.

Caminas hacia el pueblo blanco, posado sobre el mar, y casi de forma inconsciente te vas internando por sus calles estrechas que juegan a esconderse y a deslumbrarte con un nuevo tesoro esperando detrás de cada esquina.

Todo te atrae con un magnetismo misterioso: los puestos ambulantes que exponen fulares, objetos de cuero, estrellas de mar; el olor andaluz a pescaíto frito y las aceras invadidas por sillas y mesas donde cenan los turistas. Y más allá, una guitarra española que se desangra.

Desde el cielo, por encima de los tejados, la luna y su hechicera claridad lo envuelven todo en un nimbo de misterio, de ensoñación, despertando una parte de ti que lejos del Sur presientes dormida, como si hibernara. La pasión que te recorre el alma te hace recordar épocas que nunca has vivido, te hace creer que, tal vez, un día también caminaste por aquella ciudad entre sombras y maleficios y danzas orientales. Es un presentimiento fuerte, palpitante, viejo como el tiempo.

Y entonces -¡oh, entonces!- piensas en el amor: en esa dimensión siempre irreal o lejana, siempre inalcanzable –por uno u otro motivo-, siempre oculta. Y tus afanes insatisfechos se elevan directamente hacia la luna, que los expulsa en forma de viento para acunar pausadamente las olas del Atlántico.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título