jueves, 31 de mayo de 2012

Alguien más




Hasta las hojas más íntimas
Ojos de la Tormenta estaba enamorado
aun sin saber de quién.
Enamorado a pesar de los muertos
que por las noches en traje de mañana estiraban el aire
recubriendo los pies de aquel muchacho innumerable
con sonrisa partida como el que siempre espera.

Luis Cernuda, “Alguien más"




Hay noches en las que el mundo se parece a una canción de Al Stewart, y me presiento cuajada de habitaciones de hoteles y de maletas a medio deshacer, en medio de rascacielos indiferentes y de ciudades sin alma. Si estás a mi lado, esas mismas ciudades se encienden y sonríen con fogonazos de neón, y hay voces que gritan a todo color MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN. Nunca comprendo el motivo, pero, en cambio, sé que podríamos pasarnos la noche entera vigilando las tormentas de los transeúntes desde la terraza del piso 72 de aquel rascacielos que todavía ningún arquitecto ha decidido construir.

Me gusta mirarte a los ojos. No los tienes de ningún color; o más bien: los tienes de todos los colores. A veces eres rubio, y después, poco a poco, tu cabello se va oscureciendo y tu sonrisa no es la misma. Eres muchas personas a la vez, y ninguna. Pero tu forma de mirarme no cambia, y siempre que eso  ocurre me acuerdo de aquellas palabras de Goytisolo, aquellas que decían: “Miras a quien te mira y quisieras tener el poder necesario para ordenar que en ese mismo instante se detuvieran todos los relojes del mundo”.

Luego el viento se deshace a nuestro alrededor y la noche se vuelve la nuit, y los colores cortantes del crepúsculo sucumben a aquel París bohemio que solo existe en imaginaciones sobrecargadas de fogonazos (MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN). Al fin y al cabo, de París únicamente queda un trocito junto al Sacré Coeur: un rinconcillo tamizado de acordeón en el que, mirando a través de unas rejas, se puede contemplar la Tour Eiffel. Porque todos los poetas malditos y las historias de revoluciones viajan en tus pupilas, esas cuyo color me gustaría adivinar. Por fin logro escuchar La vie en rose sin la venenosa dosis de tristeza que me desbordaba las entrañas.

Pero si tuviera que elegir una canción de amor, ya sabes cuál sería. Me la reservo para el sueño de alguna noche del verano madrileño en la que incluso las estrellas se atrevan a escapar por el lienzo postimpresionista del firmamento. No me preguntes en qué lugar estamos; no soy capaz de distinguirlo. Me siento hechizada por tu voz, que me envuelve y me acuna despacio, como si no fuera más que una niña que tuviera frío. Me coges de la mano, comenzamos a caminar por calles por las que nunca había pasado –tú, y solo tú, conoces todos sus secretos- y, a lo lejos, la ciudad resplandece. Sí: lo has adivinado. Es nuestra canción: aquella de los Moody Blues que se pierde por las lejanísimas fronteras del siglo veinte. Quisiera volver. No; más bien quisiera que volvieses. Aunque no te vea. O mejor aún: quisiera bailar, pero bailar de verdad, despacio, mirándonos a los ojos –a tus ojos desconocidos. Parece que a todo el mundo se le ha olvidado, ¡y yo que todavía tengo que aprender…! Te estaba esperando; sabía que llegarías, para enseñarme, porque a ti sí te gusta bailar. Moriremos bailando las noches de blanco satén mientras Madrid se consume en su propio fuego de alto voltaje y, al despertar la mañana…


¡…No! Has vuelto a cambiar de canción. ¿Es porque está amaneciendo? ¿Porque lentamente regresamos a Al Stewart y a mi Manhattan imposible y a las horas secuestradas en una maleta sin haberme movido de mi habitación? Sí, ya recuerdo cómo empezaba: On a morning from a Bogart movie, in a country when they turn back time… Humphrey nunca fue guapo, ¿verdad? Pero tenía algo en la mirada que… Algo que parecía decir: “Volveré”.

¿Volverás tú también? Sí; sí que lo harás; todavía no me has enseñado a bailar… pero vuelve convertido en ti mismo, para que pueda mirar tu pelo y el verdadero color de tus ojos.



Te vas otra vez, despacio, como arrepintiéndote. La ciudad comienza a desvanecerse de nuevo en el gris de los aires, y una pregunta se queda flotando entre la niebla.


¿Quién eres? 

martes, 22 de mayo de 2012

La manía persecutoria de las sonrisas


Cisnes reflejados en elefantes, Salvador Dalí


Era cenora y los flexosos tovos
en los relonces giroscopiaban, perfibraban.
Mísvolos vagaban los borogovos
y los verdirranos extrarrantes gruchisflaban.

Lewis Carroll



Jabberwocky. Aurora fue abriendo lentamente los ojos, ahuyentando las confusas imágenes que se agolpaban bajo sus párpados. Jabberwocky. Era lo último que recordaba. Y lo primero que vio, las pupilas contraídas de su gata, posadas en medio de aquel iris inmensamente verde. Jabberwocky, Jabberwocky, Jabberwocky. Los gatos siempre aprovechan la mínima ocasión de acomodarse encima de sus dueños y de crear en ellos complejo de sofá, de cama o de cualquier objeto blandito que se utilice para dormir. Jabberwocky. Los ojos del animal se entrecerraban con altivez, como si tratara de demostrarle lo poco que le importaba el significado de esa palabra: Jabberwocky. Ella sentía que aún no se hallaba lo suficientemente despierta como para pedirle un esfuerzo tan grande a su cerebro, así que se limitaba a pronunciar la palabra una y otra vez, mentalmente.

Jabberwocky, Jabberwocky, Jabberwocky. Jabberwocky.

De repente, el móvil vibró desde el escritorio, y la muchacha pegó un respingo. La gata maulló, contrariada, y bajó de un salto al suelo. Aurora se incorporó con esfuerzo y comenzó a enfocarlo todo. Lo primero, la esfera del reloj, que indicaba que eran más de las seis. Las seis.

¡¡Las seis!!

-¿En qué momento me he quedado dormida, Lua, me lo puedes decir?

Hablar a un gato no resulta del todo inútil. No al menos más inútil que hablarle a ciertos tipos de personas. Si los gatos pudieran responder, sin duda tendrían mucho más que decir que determinados cerebros embotados que merodean por las esquinas de la sociedad. Aurora pensó que, si seguía así, ella misma iba camino de convertirse en uno de aquellos seres descerebrados. Nunca le había pasado eso de quedarse dormida por los rincones. Si al menos durmiera un número de horas decentes por la noche… Pero siempre el insomnio, el terrible insomnio, nacido de aquella manía suya de dar vueltas y vueltas a los pequeños dilemas que se le planteaban a lo largo del día. Indecisión, terrible palabra. Y además estaban las pesadillas.

-Jabberwocky –murmuró, esta vez en voz alta.

Sin duda, Jabberwocky era la consecuencia de pasar demasiadas horas encerrada en una habitación con la única compañía de la gata y un trabajo sobre Lewis Carroll que no parecía avanzar. Y a todo ello había que añadir la inmensa montaña de libros que había florecido sobre el escritorio. Sin embargo, Aurora había aprendido a sobrevivir en medio de aquel desorden; incluso la gata, que a veces se subía a lo alto de la montaña, se hacía una bolita y cerraba los ojos. Los gatos son siempre tan adaptativos…

Los humanos también.

Aurora entonces recordó que el móvil había vibrado una sola vez, como vibra cuando recibes un mensaje, y su incansable mente comenzó a fabular. Se dejó invadir, durante unos instantes, por el engañoso perfume de la incertidumbre y de las falsas ilusiones que teje en torno a él. Reunió las fuerzas necesarias para levantarse y, ansiosamente, mirar el móvil.

Y la realidad volvió a marchitarse. Con sus habitaciones cerradas, sus trabajos de la universidad, sus montañas inútiles de libros y aquel último amor imposible sonriendo desde la pantalla del ordenador, ignorando que Aurora era su más apasionada espectadora, y que lo seguía por aquella pantalla como si su vida fuera en verdad una película. No podía evitarlo. ¡Cómo odiaba los amores imposibles…! Este último ya tocaba a su final, como una serie de televisión que se termina, dejando sin embargo la posibilidad de nuevas secuelas –porque el olvido no existe. Pero pronto aparecerían más, muchos más imposibles. Sí, verdaderamente los humanos son seres muy adaptativos. Desde el suelo, Lua miraba a Aurora, con sus ojos tan verdes abiertos en forma de interrogación.

-Jabberwocky es algo a lo que hay que derrotar –se sorprendió diciendo en voz alta, dirigiendo la mirada hacia uno de esos puntos indeterminados del vacío.

lunes, 7 de mayo de 2012

Azul




Ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

(Alejandra Pizarnik)


Era mi playa, pero estaba vacía. Extrañamente vacía a media tarde. El crepúsculo dibujaba ya remolinos de color en el cielo y las olas ronroneaban dulcemente, jugando a llegar cada vez más allá. Yo permanecía sentada; me gustaría pensar que llevaba un vestido blanco. Te busqué unos instantes con la mirada antes de que aparecieras. Y ahí estabas, taladrándome con tus ojos de aquel color indescifrable, que a veces se torna verde y limpio y otras se deja arrastrar por el fulgor oscuro de la pupila, marchitándose. Tu vestido era blanco como una lágrima de hielo.

-Pero el tuyo es azul –musitaste, componiendo esa frágil sonrisa resignada que solo yo comprendo.
-No es cierto…
-Sigue siendo azul, a pesar de todos los años que han pasado.

Te miré, presintiendo una irremediable melancolía. Azul, después de todo.

-Deberías pintarte los labios y mirar ese barco que se aleja –me dijiste-. Tal vez entonces no corras el riesgo de amanecer con el pecho desangrado.
-Ese barco –busqué el horizonte-, ese barco que nunca ha existido.
-Ten, toma mi barra de carmín. Verás si existe ahora.

Era una flor azul la que me tendías. Demasiado azul para clavármela en el fondo de la garganta. La rechacé suavemente.

-No quiero que te pintes los labios –aseguraste firmemente-. No podrías llorar, y entonces qué sería de ti y del barco que se aleja y de esta playa que no es más que tu pupila emocionada. Crees que soy yo quien te ofrece esta flor, cuando siempre la has tenido.
-Él va en ese barco, ¿verdad?
-No lo sé –volviste a sonreír-. Siempre está lejos.
-Y yo siempre tengo el pecho desgarrado de imposibles.
-Si me hicieras caso y dejarás de enfocarlo todo desde esa nostalgia de azul que te pervierte.
-Lo más irónico es… que… que sus ojos también lo son.
-¿Azules?
-Como un imposible.

Él, que hasta ayer no existía. Él, que hasta ayer se adivinaba en otros rostros y en otras sonrisas que no eran la suya, pero siempre desdibujado. Hasta que un día…

-No “un día” –espetaste, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos-. No hables como si lo conocieras.
-No lo conozco, o al menos eso cree él.
-Él no cree nada, porque ni siquiera se molesta en pensar en ti. Eres como un suspiro: nada. Una minúscula gota salada que ha brotado por una esquina de su existencia. Si alguna vez te mira, no dudes que será de lejos. Por eso siempre lo verás en ese barco… Pero no, no sufras. Todo esto piénsalo si algún día lo vuelves a ver, porque es posible que...
-… siempre desdibujado. Hasta que un día…
-Hasta que un día, te enamoraste sin remedio, de alguien a quien acababas de conocer. ¿Una sola conversación y quedaste atrapada para siempre?
-Estaba enamorada de él incluso antes de conocerlo. Y no lo llames “alguien”. Parece que no hablamos todo el tiempo de la misma persona.
-Ese es tu problema: ¡que siempre ha sido la misma persona! Con otros rostros, incluso con otro color de ojos; pero siempre la misma. Imposible.
-Te equivocas; a él siempre lo he esperado. Y cuando por fin aparece, resulta que apenas me conoce y que no puede imaginarse que tenga el corazón encendido de añoranza.
- Eres demasiado cobarde. Si quisieras, en este mismo momento podrías atravesar las olas y alcanzar aquel barco que solo existe en tu imaginación. Está tan lejos como tú desees.
-Pero soy cobarde. Y mi vestido es azul.
-Y solo te dedicas a soñar… Sigues sin tener remedio.

Suspiré. Tus ojos volvían a ser verdes, y aquel vestido que yo viera blanco era ahora de un azul desvaído, como un sueño a medio camino hacia la realidad. Te miré, es decir, me miré. Sentí la soledad de aquel paraje clavada en mi pecho como un cuchillo. Sola, frente al mar, un mar que tampoco existía. Fue entonces cuando comprendí que las estrellas fugaces perdidas estaban enterradas en lo más profundo del Atlántico, allí donde nadie –ni siquiera aquel barco en el que viajaba mi amor, ignorante de serlo- lograría llegar jamás. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

El mundo es del color de las tormentas



"El grito", de Edvard Munch


Besos, labios, cadencias, soledades que aguardan, sienten la última realidad transitoria. Un humo feliz serviría para dormir los recuerdos. No, no. Se sabe que el hielo no es piel, que la frontera de todo no cede ni hiere, que la seguridad es patente. Se sabe que el amor no es posible. Pulidamente se mira, se ve, se presencia. Adiós. La sombra resbala sobre su previa elegancia, sobre su helada cortesía sin pena. Adiós. Adiós. Si existieran corazones, llorarían. Si la sangre tuviera ojos, las pestañas más lentas abanicarían la ida. Adiós. No flojea el horizonte, porque puede quedarse. Alardea la húmeda transición de sus rectas, de su constancia aplomada, de su traslación íntegra. Se besarían imposibles. “¡Conmuévete! Vacila como una columna de tela. Tíñete con un rubor de equinoccio”. Pero los brazos no llegan y el saludo es de uno, de mí, de mí. No de la materia sabida, ni siquiera de su insobornable belleza. Que dimite.

(Vicente Aleixandre)






Buceas por el mundo, sorteando miradas indiferentes que no son capaces de subtitular tu sonrisa. Una sonrisa que encubre torbellinos de emociones que apenas se dejan traslucir en el brillo imperceptible de tus pupilas, esas pupilas que siempre fueron demasiado grandes. No importa. Caminas delicadamente por el cielo sin estrellas de Madrid y sueñas con otro de tus imposibles. Por mucho que te pese, nunca serás capaz de resignarte a vivir, simplemente; la realidad no contiene los suficientes matices, y es necesario escapar, aunque no sabes adónde, ni sabes con quién; y lo peor es que, siempre que se huye, se huye de alguien. Pero no existe nadie que te persiga. Sería emocionante huir, y no solo escapar.

Siempre ese abrazar al viento. Mirar al cristal que te rodea y desordenar las sombras, jugando a esculpir con ellas fantasmas de amores idealizados, intangibles, inalcanzables; recordando al héroe de cómic de aquel videoclip de Aha que emergía de su universo de papel.

Ya estás soñando. ¿Alguna vez has dejado de hacerlo? No estaría mal que, ocasionalmente, bajaras a la realidad para mirar a tu alrededor y dejarte envenenar por las ilusiones del presente. Tienes miedo de que no existan. Mientras no encuentres la Madriguera del Conejo Blanco, solo te queda pasear por el calendario meciéndote al compás de los vientos como cualquier otro, girando y vibrando y naufragando cada noche para amanecer, una vez más, luchando con el frío. Y pestañeas y vuelves a dirigir una mirada gélida a los ojos del mundo, que te contempla en dos dimensiones, sin sospechar que a ti te ocurre exactamente a la inversa. No comprendes como el fuego que sientes atravesar tus entrañas no derrite tus paredes de hielo. No comprendes cómo pueden caber tantas ideas, tantos sentimientos, tantos recuerdos que deambulan irracionalmente por detrás de tus pupilas; y para no estallar, vomitas palabras en papeles vacíos que arrojas a la tarde desierta.

……………………………………………………

Hay alguien aquí que se aleja. No puedo olvidar. Dos vueltas al reloj de los años y todos volveremos a estar juntos. ¿Todos? No, nunca todos. Siempre existe algo que… Y el crepúsculo. Y la nostalgia inseparable de la que hablaba Alberti. Ni se te ocurra reírte, porque entonces… Pero estoy aquí, aquí. Mírame. Ahora, mírame de manera diferente.  Búscame, encuéntrame. Todavía intento despejar la incógnita que justificaría la paradoja según la cual las personas hipersensibles son las que menos se hacen notar en el mundo. Voy a estallar, y mi grito se escuchará en las fronteras de la realidad: ese mar al que a veces intento acceder sin éxito. Tal vez así el universo llore, de alegría, de pena; qué importa.  Solo sé que lloverá, que llorará, que al fin algo dará sentido a este olor húmedo del viento, al color gris que domina los paisajes. Después saldrá el sol. Siempre debería salir el sol.

Nada. Esa palabra que me ahoga y me atormenta, que me descompone. Y ya no sé si preferiría dejar de sentir o descubrir que el resto del mundo también es capaz de hacerlo. Descubrir algo que no se encuentre vacío.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

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Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título