domingo, 28 de abril de 2013

Waiting for the sun



"Las rosas sangrantes", Salvador Dalí, 1930


En sus ojos vacíos había dos relojes pequeños; uno marchaba en sentido contrario que el otro.

Luis Cernuda



Abril se desangra en vientos helados, en lluvias, en velos de tristeza. Variando aquel verso de Baudelaire: Voici l’hiver! –otra vez.

El mundo se niega aún a ingresar en un manicomio –o en un hospital psiquiátrico, como los llaman ahora-, a pesar de que, en su locura dirigida, ha cometido más homicidios que algunos de los más temidos presidiarios.

En cuanto al tiempo, mi fiel enemigo, de repente me sonríe y me guiña un ojo, como si quisiera hacerme partícipe de esta segunda oportunidad que me pone en bandeja de plata. Y yo, cobarde, como siempre, me atrevo solo a rozarla con la punta de los dedos, para que la Tierra no tiemble entera y me sacuda a mí en su estornudo final.

Y el tiempo sigue sonriendo, pero con una chispa de indulgencia en sus ojos cansados de relojes. Jamás se atrevería a sobreestimarme, porque no soy más que aire, ni siquiera viento. Y sólo nos presta las cosas; jamás nos las regala. Las oportunidades se marchan, como los días de sol y como las tristezas adolescentes.


¿… pero puedes recordar todo el tiempo que lloramos?


Lo sé, Jim, lo sé. Solo espero el sol; como tú, como todas las flores y como los barcos que sobreviven a las tempestades. Seré valiente, te lo prometo. Quiero vivir intensamente aunque no haya cumplido los veintisiete. Y después, quiero seguir viviendo. Tengo el valor suficiente para hacerlo.

Lo importante es que ahí fuera se den cuenta de que yo sé bailar. Quien no quiera mirarme, adelante, ¡que no me mire! Tengo que salir de aquí. Tengo que bailar un vals con los relojes y acabar dando la vuelta a los calendarios, y que las segundas oportunidades se conviertan en primeras. Tengo que lograr que la luz, la poca que queda en esta primavera muerta, no se marchite.

Si por lo menos amaneciera.

sábado, 20 de abril de 2013

Dentro


Casablanca (1942), de Michael Curtiz




Sí, ya recuerdo cómo empezaba: On a morning from a Bogart movie, in a country when they turn back time… Humphrey nunca fue guapo, ¿verdad? Pero tenía algo en la mirada que… Algo que parecía decir: “Volveré”.



Los acordes de piano son el exquisito prólogo a aquella historia en que la que la muchacha vestida de seda emerge desde detrás del sol para perderse por las calles imposibles de una ciudad en forma de acuarela. Tus pupilas son el lienzo. Todo ocurre allí, en el fondo de tus ojos. La noche se sucede tan rápido que apenas recuerdas fogonazos de luz que aceleran tu corazón y le arrancan fuegos artificiales (MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN).

Es mejor perder el sentido de la orientación, o de la realidad. La realidad también tiene un fondo de acuarela. Al menos, la tuya. Igual que Peter Lorre, contemplas de lejos un crimen, perdida entre la multitud. Eres tú, disparando sobre una proyección de ti misma. Ríes amargamente, porque el arma ni siquiera estaba cargada.

Amanece y, como en la canción, te resistes a salir de allí, aunque sepas que deberías hacerlo. Los acordes de piano no durarán siempre: y los que suenan ahora componen el epílogo. Lo curioso es que son exactamente los mismos del prólogo, y eso te hace soñar con que todo vuelve a empezar de nuevo.

Bueno, ¿y por qué no? La vida puede ser como tú la pintes, dentro de tus pupilas. Una acuarela, un espejismo que dure para siempre. Tienes la íntima certeza de que no estás hecha para el mundo de ahí fuera: siempre olvidarás cómo vivirlo: condenada a sufrir o a causar sufrimiento. Dentro de ti, todo es perfecto. Una vida independiente a la de fuera, que siempre te acompaña aunque nadie más que tú pueda verla.

Tal vez, la acuarela seas tú, y no el mundo. Un personaje de drama en blanco y negro que se desvanece nada más anunciarse el final: un personaje ingobernable. El crimen es exactamente ese: asesinar a la realidad –por no haber sabido cómo manejarla- para viajar a tu propio mundo. Hay veces en que la realidad sangra -no consigues cambiar el final de la historia-, y es terriblemente fría, y entonces solo deseas suicidarte de sueños, y vivir allí dentro. Con los fogonazos (MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN), las ciudades imposibles, los acordes interminables y un guión que te hace saber exactamente cómo actuar. Fuera, Al Stewart se ha callado para siempre, pero dentro, la canción se repite una y otra vez.

Nadie sabe lo que sucedió después: si Rick regresó al aeropuerto para esperar el avión que devolvería a Ilsa a Casablanca; y aunque no se vea en la película, existe una secuela en la que Escarlata O’Hara se marchó a buscar a Rhett Butler, porque sabía que era su amor verdadero. Y a pesar de que Humphrey jamás regrese, su mirada está cargada de ese aire grave y tierno que te permite decolorarte en blanco y negro para seguir soñando con un último beso, que dé a luz, otra vez, al primero. 



Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.


Alejandra Pizarnik

jueves, 4 de abril de 2013

Pincel de tiempo (II)


Villafranca de los Barros, Badajoz


Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.

Antonio Machado



I.

Encinares. El ronroneo suave del motor del coche y, de fondo, la torre del campanario, destacando sobre el delicioso conjunto de casitas bajas. Extremadura, extendiéndose fuerte, reseca, sangrienta de guitarras, ante tus ojos ilusionados.

Villafranca de los Barros. No había un lugar mejor. Eran los tiempos en los que todavía llorabas cuando, pasados los tres o cuatro días de rigor, tu familia decidía volver a Madrid. Los tiempos en los que dibujabas “Titas Mandis” en tus cuadernos –no eran más que monigotes con un garabato rizado a modo de pelo, que todavía no habían evolucionado lo suficiente para que las piernas no les salieran de la cabeza. La Carrera Chica y la Carrera Grande. Las procesiones y tu obsesión por “disfrazarte” de “capirucho” –nazareno. Los merengues del Falces, los pollos del Tito Manolo, Carrán y sus perros. Los gatos de Manuela. El cuadro antiquísimo del pasillo llamado “El barco fantasma”, que te estremecía y te fascinaba a partes iguales.

La última vez, casi volviste a llorar cuando os marchabais. Aunque hubieran pasado tantos años. Aunque la mitad de las cosas que hacían maravilloso el pueblo fuesen solo recuerdos.


II.

En el dormitorio que todos llaman “la sala” había antes un armario fuerte, de madera de roble, lleno de muñecas que fueron de mamá. Las cogías todas –junto con un Dartacán de tu cosecha y algún que otro nuevo invitado extra- y las sentabas en aquellas sillas de mimbre del pasillo. Después llevabas a tu hermanito, como si fuera un muñeco más, y le invitabas también a sentarse. Desde aquel momento, tú eras la profesora, y ellos, tus maravillados alumnos. Lo mejor era poner las notas…

No puedes evitar revivir estas imágenes mientras miras a tus alumnos de carne y hueso, que parecen tan pequeños, a pesar de ser mucho mayores de lo que eras tú en tus primeros días de profesora improvisada…


III.

En el salón de la casa del pueblo hay todavía un retrato que lleva allí desde que te alcanza la memoria. Una mujer joven, de mirada oscura y penetrante, y pelo espeso de ébano. Nunca te planteaste que fuera alguien de carne y hueso.

Recuerdas a tu abuela y siempre la recuerdas cantando, o riéndose. Sentándote sobre sus rodillas, con aquel vestido de cuadros azules y blancos que usaba para estar por casa, o su falda negra de lunares blancos.

Todos en tu familia, y fuera de ella, hablan de ella con adoración, con devoción, como si hubiera sido un hada en vez de una persona real. Tú solo recuerdas que la querías con locura, y piensas que ojalá te hubiera dado tiempo a conocerla mejor.

A los ocho años, cuando ella ya no estaba, descubriste la identidad de la mujer del cuadro del salón.

Entradas populares

Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título