jueves, 22 de julio de 2010

Andrea

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Hay lágrimas que no se pierden nunca
mejilla abajo, en los pañuelos
con que inocentemente pretendemos
cortarles su querencia. Su querencia
se cumple: lo que quieren es unir.
Y nunca que se llora se está lejos.

Pedro Salinas


Le gusta pasar un poco desapercibida por el mundo, tal vez porque le resulte demasiado inmenso e incomprensible, tal vez porque sea ella la que se siente demasiado pequeña. Por eso, en un principio corres el riesgo de no fijarte en su presencia.

Es guapa, aunque ella no sea capaz de admitirlo. Tiene una nota dulce en la mirada –oculta por las gafas-, y cuando sonríe sabes que lo hace de verdad, porque también sonríen sus ojos. No habla demasiado, y menos de sí misma, pero sabe qué decir en cada momento para hacerte sentir bien.

Detrás de su aspecto serio, hay un alma infantil que sale a flote en los momentos menos pensados. Le gusta teñirse el pelo de distintos colores, jugar con sus sobrinitas y reírse a carcajadas, con una risa de niña pequeña que siempre se te acaba contagiando. Pero igual que ríe, también a veces llora, y también lo hace de verdad. Y como casi todas las personas hipersensibles de este mundo, intenta ocultar sus emociones para no sentirse vulnerable, para que nadie la haga daño. Por eso es tan difícil llegar a conocerla, porque para conocerla hay que apartar el escudo tras el que se esconde. Entonces, es cuando conoces no a Andrea, sino a Andreini, la chica que es toda dulzura y sentimientos, que se emociona con una película pastelosa o con unos versos de Salinas y que sigue creyendo en ese raro y desconocido concepto que es el amor verdadero.

Cuando está lejos, no puedes evitar echarla de menos. Porque sabes que es una de esas pocas personas que merece llevar el valioso título de amiga, porque sabes que desde ahora siempre va a estar ahí, ocupando una esquinita de tu corazón. Y que por muy lejos que se encuentre, nunca estaréis del todo separadas.

Feliz cumpleaños.
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lunes, 19 de julio de 2010

Después de todo

Reloj blando en el momento de su primera explosión, Salvador Dalí


Hace ya 100.000 siglos que pienso en que tú eres más tú cuando te acuerdas del barro
y una teja aturdida se deshace contra tus pies para predecir otra muerte.
El espanto que suben esos ojos deformados por las aguas que envenenan al ciervo fugitivo
es la única razón que expone mi esqueleto para pulverizarse junto al tuyo.

Rafael Alberti



Otra vez vuelvo a ti. En realidad, nunca me he ido, a pesar de haberme intentado aliar con el tiempo para olvidarte. Pero tantos meses tratando de huir de ti, o de mí misma, me han servido para comprender que todo sigue igual, que quererte sin remedio es una dimensión más de mi persona, igual que ser tímida u obsesionarme con los estudios.

Tú no tienes la culpa. Es el mecanismo de este mundo el que falla, el que no entendió que estamos hechos el uno para el otro –tan opuestos y a la vez tan similares- y que eres la pieza que falta por encajar en el puzle de mi existencia. Por eso la casualidad ha hecho que jamás puedas verme como algo más que una amiga. Y ser consciente de esto fue lo que me hizo huir…

A lo largo de unos pocos años, te he querido y te he odiado a partes iguales; pero no soy capaz de seguir corriendo en dirección contraria a tu mirada. Negar ese impulso es negar una parte de mí misma tan importante como respirar; y sé que nunca podré olvidarte, igual que nunca podrás quererme tú de esa forma. Pero qué importa…

La vida sigue. En cada esquina del mundo puede existir un corazón dispuesto a conectar con el mío, un amor que aporte notas de primavera al pentagrama gris de mi soledad, y estoy segura de que ambos nos enamoraremos –cada uno por su parte-, tal vez incluso varias veces. Pero eso no me impedirá seguir amándote en secreto, como cuando me abrazaste por primera vez, hace ya tres años. Los sentimientos pueden convivir y sobreponerse a la lógica y al tiempo, ¿verdad? Los míos para ti no son un secreto, aunque jamás hablemos de ellos. Sabes también que nunca te dejaré ir, que nunca dejaré de ser tu amiga.

Después de todo, siempre serás mi eterno imposible.


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sábado, 10 de julio de 2010

Niebla



Un sueño sin faroles y una humedad de olvido
pisados por un nombre y una sombra.
No sé si por un nombre o muchos nombres,
si por una sombra o muchas sombras.
Reveládmelo.

Rafael Alberti


El misterio ha sido, desde tiempos inmemoriales, algo que ha impulsado la curiosidad humana hasta límites insospechados. La sola palabra –misterio- guarda en sí misma una veleidosa y sugerente atracción.

Hoy la playa de Conil está cubierta por una insólita niebla, un fenómeno al que los lugareños conocen con el ingenioso nombre de manto de la Virgen, y que según nos cuentan es muy frecuente en agosto. A pesar de llevar años acudiendo a veranear a este pueblo gaditano, jamás había sido testigo de tan curioso hecho. Un aura de magia y tinieblas parece emerger del silencioso paisaje, desierto salvo por nosotros y algún que otro indolente turista. La línea del horizonte se encuentra totalmente difuminada por la suave bruma que domina nuestros sentidos, que parece adormecerlos. Me llego a preguntar dónde termina el mar y en qué momento se funde con el cielo, ambos de un desolador gris plomizo. ¿Realmente nos encontramos en la bahía gaditana? Siempre he pensado que un paisaje así es más propio del norte.

Mi padre, mi hermano y yo comenzamos a caminar por la orilla, fundiéndonos con la prestidigitadora e indómita naturaleza. A nuestro paso, lentamente la niebla se va espesando; tanto que casi se puede palpar. Los cabellos, las cejas, las pestañas; todo nuestro cuerpo empieza a ser depositario de diminutas gotas de agua procedentes de la condensación de las nubes.

En un momento, la niebla nos rodea. Nuestros rasgos comienzan a desdibujarse en el extraño hálito de aire, y ya ni siquiera somos capaces de apreciar el contorno del paisaje más próximo. Nos convertimos en tres figuras avanzando sin rumbo, tratando en vano de orientarnos, puesto que cada vez nos hallamos más prisioneros en medio de la bruma. El único sonido a nuestro alrededor es el rugido del mar, que se impone sobre nuestro silencio con sus armoniosos y distantes acordes, dándome la sensación de que nos encontramos en un espacio atemporal. De vez en cuando, la silueta de algún veraneante se recorta entre la niebla y atraviesa nuestro campo de visión cual un fantasma surgiendo de la nada.

Durante nuestro extraño paseo, no puedo evitar pensar en la célebre nivola de Unamuno y preguntarme qué es lo que voy a encontrar cuando la niebla comience a disiparse. Mis dudas emergen en forma de interrogaciones que flotan entre las juguetonas nubes. El tiempo, el espacio… la nada. ¿Qué es la nada? ¿Acaso no me encuentro ahora mismo sumida en ella? Pero no; la armoniosa y estremecedora melodía del mar aún resuena en mis oídos. Y la palabra nada ya implica algo en sí misma. ¿Se trata, pues, de una palabra vacía? No puede serlo, porque ninguna realidad está absolutamente vacía; ni siquiera esta pastosa y densa niebla que nos aprisiona. Llego a la confusa conclusión de que nada es una palabra que nadie debería utilizar, puesto que carece de un significado. Pero entonces, ¿qué es lo que sienten nuestros cuerpos en el momento antes de nacer y cuando ya hemos dejado de existir? Quizá mi propio cuerpo esté rememorando la misma sensación de vacío que tuvo que sentir alguna vez, antes de que mi existencia se hiciera patente. De nuevo me invade esa sensación de dejá vu. Alguien me susurra que trate de escuchar el lejano canto de un ruiseñor. Pero, no; no estamos en mayo y ni siquiera es de noche. ¿Qué escuchar, además del infinito rugido del Atlántico?

Mis pensamientos se van disipando junto a la niebla…


Conil, 2 de agosto de 2008
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Ángel González

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Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título