domingo, 19 de mayo de 2013

Las adelfas




O toi, le plus savant et le plus beau des Anges,
dieu trahi par le sort et privé de louanges,

o Satan, prends pitié de ma longue misère!

Charles Baudelaire, "Les fleurs du mal"



Hubo un tiempo en que todo lo sombrío, lo inquietante, lo pérfido; estaba representado por las adelfas.

Lo demás era luz.

Recuerdo aquel patio poblado de rosas, de geranios, de hortensias que se cuajaban de florecitas violáceas de cuatro pétalos, en miniatura –la hortensia es una flor caleidoscópica, múltiple y extraña. Una mesa redonda, de jardín, donde me sentaba a dibujar a mediodía, inmersa en aquel diminuto paraíso cercado por casas de vecinos y, más arriba, por un azul intenso desde el cual bajaban a visitarme las mariposas.  

Todo era suave y luminoso, susceptible de ser acariciado.

Menos aquellas dos adelfas. Alguien me había dicho que eran árboles venenosos.

“Si las tocas, y después te llevas las manos a la boca, te envenenarás”.

Igual que Blancanieves con la manzana de la Reina.

Yo miraba aquellas adelfas, presintiendo que representaban algo siniestro en mi tranquila y tierna existencia. Desde mi ingenuidad, las adelfas simbolizaban el Mal. Y procuraba no acercarme nunca demasiado, dejándome sobrecoger de lejos por sus estilizadas hojas, de un verde oscuro que resultaba sombríamente elegante. Y en primavera, les brotaban preciosas flores: rosas, las de una, y blancas las de la otra.

Nunca pude sentirme completamente tranquila. Mi mirada acababa, irremediablemente, posada sobre las adelfas. Y comprendí que en toda luz siempre existe una parte de oscuridad.




Érase una vez, en un lejano reino, una princesa que jamás había salido de su castillo. Cada día, paseaba por el jardín, hablando con las mariposas y los pájaros, dibujando caricias sobre las flores pálidas, dejándose envolver por el arrullo del sol. La Princesita solo conocía la bondad, y nadie le había hablado de la sombra. La única advertencia de sus padres era siempre la misma: “Que tus labios jamás toquen las flores de la adelfa, sus hojas ni su tallo. Que tus manos no se posen sobre ella”.

Hacía años, antes de que ella hubiese nacido, aquel jardín lo habitaba otra princesa terriblemente bella –hermana de su padre-, de ojos verdes, mejillas rosadas y piel de porcelana. Pero era tan bella como malvada y, para castigarla, un hada buena la transformó en adelfa y la condenó a no abandonar jamás el jardín. El verde de sus ojos se convirtió en pequeñas y elegantes hojas alargadas, invadidas por flores rosas –como lo fueran sus mejillas- y blancas –tan blancas como su antigua piel.

La adelfa era tan hermosa que muchos habitantes del castillo desoían los consejos del Hada y se acercaban para besar la radiante ligereza de sus hojas. A las pocas horas, fallecían irremediablemente.

El Rey nunca quiso cortar la adelfa, porque conocía su verdadera identidad. Aquella princesa mala había sido, a pesar de todo, su hermana. Cuando su hija, la pequeña princesita de labios de cereza, tuvo la edad suficiente para pasear sola por el jardín, el Rey se lo permitió bajo aquella única advertencia: no acercarse a la planta.

La Princesita no podía evitar pasear por el jardín sin sentirse intimidada por la siniestra presencia de la adelfa. Ella no conocía la historia detrás de aquella planta, y no comprendía por qué, siendo tan venenosa, su padre se negaba a cortarla. ¿Tal vez por su belleza? Pero la adelfa enturbiaba su sencilla felicidad, y un día germinóen su interior la idea de acabar con esa situación. Le habían advertido de que algo en sus hojas resultaba mortal, pero todos los que habían muerto, lo habían hecho por rozar sus labios con ellas. La Princesa pensó que, mientras eso no ocurriera, nada malo podría pasarle. Así que reunió todo su valor y se acercó a la planta. Llevó su temblorosa mano hasta una hoja, y la arrancó. En su ingenuidad, creyó que así la adelfa moriría.

De repente, de la hoja arrancada comenzó a brotar un líquido blanco, lechoso, que impregnó toda su mano. La niña sintió que se mareaba y, rápidamente, perdió la conciencia.


Muchos años después –nunca supo cuántos-, la Princesa despertó, lejos de su jardín. Tenía frío, y se encontraba sola y, por alguna razón, triste. Sin embargo, ya no sentía miedo. El jardín había desaparecido pero, con él, también la adelfa.

Se levantó y vio, junto a ella, un elegante espejo. Antes de preguntarse qué hacía allí aquel objeto, se acercó para contemplar su reflejo.

Entonces vio sus ojos verdes. Y comprendió que todo permanecía inamovible.


sábado, 11 de mayo de 2013

La sombra




“¡Conmuévete! Vacila como una columna de tela. Tíñete con un rubor de equinoccio”. Pero los brazos no llegan y el saludo es de uno, de mí, de mí. No de la materia sabida, ni siquiera de su insobornable belleza. Que dimite.

Vicente Aleixandre



Entraste en aquella biblioteca, sin saber que él te esperaría sentado a una mesa, junto a la puerta. Sonreía con sorna. Las estanterías eran altas como edificios descastados del cielo, y una penumbra romántica se extendía artificiosamente sobre tu calavera.

Pronto, no había más que aquella mesa. Te sentaste en el suelo polvoriento, fundiéndose poco a poco tus huesos en él. Era mejor entonces la lúgubre biblioteca que un campo radiante perfumado de nomeolvides… Podías estornudar. Podías fundirte con el suelo. Podías invocar a todos los cielos de tu iris sin acabar sepultada por la primavera.


En otra biblioteca, el cartel de la entrada lo dejaba claro:

SE EXIGE PASAR ACOMPAÑADO

¿Por qué? Porque hay estanterías demasiado altas, cielos demasiado bajos y primaveras que se han convertido en asesinos a sueldo disecados por el frío. La soledad te extraería tanta sangre que incrementaría tu incapacidad de vomitar estrellas en un plato de nácar.

Elegiste a una mujer cualquiera como tu acompañante. No, no a cualquiera: ella no te conocía. Sí que afirmaba conocerte, de pasada, igual que se conocen las piedras y los pájaros que a veces se posan en la memoria. Realidades ahogadas por palabras. Y la elegiste a ella, porque ni siquiera te paraste a pensar. Solo recordabas una calle luminosa y tu sombra que acababa de salir del colegio.

Así que entraste acompañada. Pero a medida que ibas internándote en aquel espacio de penumbra incierta y largas estanterías susurrantes, la voz de la mujer se alejaba con displicencia, como los pájaros intermitentes que emigran del país del frío. Y te quedaste allí, recordando una mezquita que tenía la misma alfombra de entramados confusos sobre la que se paraban tus pies desnudos.

Y allí volvía a estar él: en una mesa, junto a la puerta.

Tu cuerpo se fue anestesiando con una calma infinita, de esferas vacías de reloj, arrancadas las agujas.

“Es oxígeno. Te vamos a poner oxígeno”.

No, no es oxígeno. Es que todas las bibliotecas son la misma, en realidad; y si no fuera por esa presencia, nunca descansarías. Jamás se fundiría tu vestido negro –no azul, ni blanco, sino negro- con el suelo, ni surgiría de las profundidades una voz sin tiempo que te diese la bienvenida a mayo.


Entradas populares

Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título