miércoles, 31 de diciembre de 2008

Un día abrí los ojos: he venido.


Un año más que se pierde en los vaivenes insondables del pasado, en esos senderos desconocidos labrados de relojes, recuerdos sin cicatrizar y sonrisas infantiles. Y en el laberinto del pasado, no existe un orden lógico de los acontecimientos. De repente, me parece creer que el que esperamos va a ser el año 2000, ese año tan temido y a la vez tan deseado. ¡Hasta el siglo que viene!, exclamé a alguien aquella noche del 31 de diciembre de 1999. Y después entré en casa, donde esperaba mi pequeña pero unida familia. Como cada año, ya sea 2000 o 2009. Y pronto cambiaremos de década, quién lo iba a decir.

Balance del 2008… no ha sido tan terrible como pienso a veces. He viajado a lugares hasta ahora desconocidos para mí, como Sicilia o Cataluña; y he ganado mi primer (y espero que no último) premio literario: el primer premio del certamen de poesía Rafael Morales de la Universidad Carlos III de Madrid. Allí he cursado mi primer año en Periodismo, y ya estoy a la mitad del segundo. La vida universitaria no es como esperaba, me siento muchas veces como naipe cuya baraja se ha perdido, pero por ahora voy sobreviviendo. He perdido algunas amistades (o al menos, como tal las consideraba) y no he ganado casi ninguna. Pero las personas que siempre han estado ahí, siguen estando. He aprendido un par de lecciones amargas por obra y gracia de mi odiada y a la vez anhelada Realidad, empeñada siempre en recordarme su presencia mediante la afilada punta de su sable. Pero como tantas veces, me he librado de ella en el último momento, dejándole como rehenes algunas ilusiones descosidas. Y los momentos de mayor decadencia anímica me han servido como estímulo para escribir algunas de los versos que más me enorgullecen –dejando aparte el hecho de que mi poesía cada vez resulta más pesimista.

¿Propósitos para el nuevo año? Principalmente, el de siempre: tratar de publicar mi primera obra poética. Seguiré presentándome a concursos con la esperanza de ganar alguno y ver mi obra publicada. Si algo tengo claro en esta confusa vida es que mi vocación es la poesía, y no dejaré de luchar por hacerme un hueco en el inalcanzable mundo literario. Y si al final resulta que no tengo talento… no pienso dejar de soñar.

Tengo otro propósito, un poco más realista que el anterior. Mi estrecho mundo me aburre en ocasiones, quisiera ampliar horizontes, conocer gente con la que no tenga que disimular mis aficiones literarias, o simplemente alguien que esté fuera del universo que conozco. Cualquier cosa que sea nueva y me lleve a formularme preguntas, a forjarme ilusiones o a descubrir que aún me queda sed de aventuras. No quiero quedarme encerrada para siempre en mi cárcel infantil, donde ya conozco todo y a todos. Sé que resultará complicado, partiendo de mi patológica introversión, pero aun así trataré de abrirme a nuevas experiencias. Tal vez en una esquina del mundo espera el momento o la persona que siempre busqué sin saberlo.


Feliz salida y entrada de año, y gracias a todos aquellos que habéis seguido mi blog y me habéis hecho sentir menos inexperta en este asunto… el año que viene prometo escribir más y mejor. Y para finalizar esta última entrada del 2008, os dejo uno de mis poemas favoritos del poeta más grande de todos los tiempos, que resume lo que ha sido este año y, tal vez, lo que ha sido hasta ahora mi vida.


He venido para ver


He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.


Luis Cernuda, Los placeres prohibidos

viernes, 26 de diciembre de 2008

Distorsionando realidades





De invierno


En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.

El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Aleçón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño:
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño

como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.


Rubén Darío, Prosas profanas




Este poema de Darío me da una cálida sensación que, incomprensiblemente, me despierta un olor a Navidad. En cuanto a la foto… mi hermano, en las Navidades de 1996.

Para mí, las Navidades son un vasto espacio atemporal, un lienzo donde se mezclan los pasados, presentes y futuros, contaminado todo ello de nostalgias, melancolías e ilusiones infantiles. Diciembre es la entrada a un antiguo sueño, el mismo sueño de todos los años por estas fechas. Es sentirse alegre y triste a un tiempo, y pensar que a pesar de todos los años sigues siendo la misma niña ilusionada que cantaba villancicos y tocaba la pandereta.

De repente, creo que aún no hemos cruzado el umbral del siglo XXI cuando paseo con mis padres y mi hermano por las engalanadas calles del Centro de Madrid. Todo ha cambiado y a la vez nada lo ha hecho. Y entonces, recuerdo aquella mítica frase de “El Gatopardo” y la interpreto a mi manera: Es necesario que todo cambie para que todo siga como está. Los recuerdos a menudo parecen más vividos que el incierto presente, a pesar de haberse alejado de las borrosas fronteras de la Realidad. Sí, ya no son más que recuerdos, ¿y en qué se diferencian estos de los sueños? Solo recordamos lo que nunca sucedió. Esa es otra frase de la novela “Marina”. Creo que comienzo a divagar; las Navidades desvanecen cualquier rastro de realidad que pudiera quedar en mis pupilas.

Las sonrisas tienen manía persecutoria, y a veces me empeño en creer en mi absoluta soledad, cuando esta no es cierta. No del todo, al menos. Creo que la soledad es una especie de tumor maligno que a veces se instala en el corazón y nos pone una venda en los ojos. Y de vez en cuando se hace necesario levantarla y contemplar a nuestros seres queridos, que no son los que ostentan con hipocresía el título de “amigos” y se desvanecen bajo el pincel del Tiempo, sino las personas que siempre han estado y estarán ahí, y que forman parte de ti de una manera tan próxima que incluso a veces te olvidas de su presencia.

La primera imagen que me viene a la cabeza cuando pienso en esta época del año es yo misma, en el asiento trasero del coche, de vuelta a casa después de haber celebrado la cena de Nochebuena en el piso de mis abuelos. Voy llorando por algo –de pequeña siempre estaba llorando, por una razón o por otra-, y al entornar los ojos las lágrimas me nublan la vista y distorsionan las luces del alumbrado navideño, alargándolas y mezclándolas con el oscuro firmamento. Entonces pienso que casi ha merecido la pena llorar por lograr esa imagen tan mágica y difusa sobre el oscuro firmamento. Millones de luces lanzándome guiños y difuminándose en constante lucha contra la Realidad. Y es que a veces, es necesario distorsionar las cosas para ver en ellas algo que nunca hubiéramos imaginado.




Feliz Navidad.

martes, 16 de diciembre de 2008

¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?

Balada para los poetas andaluces de hoy


¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora?
¿Qué miran los poetas andaluces de ahora?
¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora?

Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde están los hombres?
con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres?
con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres?

Cantan, y cuando cantan parece que están solos.
Miran, y cuando miran parece que están solos.
Sienten, y cuando sienten parecen que están solos.

¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?
¿Que en los mares y campos andaluces no hay nadie?

¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?
¿Quien mire al corazón sin muros del poeta?
¿Tantas cosas han muerto que no hay más que el poeta?

Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.

No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo
encerrado. Su canto asciende a más profundo
cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres.



Rafael Alberti, Baladas y canciones del Paraná





Me ha parecido oportuno adjuntar el video que elaboré hace un tiempo como homenaje a la Generación del 27, con fotografías de la época y voz del propio Rafael Alberti acompañado de la cantautora Rosa León. Hoy es un día señalado en la historia de la Literatura española por dos motivos. El primero: se cumplen ochenta y un años desde el homenaje a Góngora que tuvo lugar en el Ateneo de Sevilla y que fue el nacimiento de la sublime Generación del 27, el germen de aquella Edad de Plata española.

El segundo motivo: un dieciséis de diciembre, tal como hoy, de 1902, nacía en el Puerto de Santa María (Cádiz) el colosal poeta Rafael Alberti Merello, el eterno marinero, perseguidor de la Libertad, capaz de ser ligero y juguetón en sus versos (“Marinero en tierra”, “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”…) o de tornarse grave y meditabundo, casi desgarrador (“Cal y canto”, “Sobre los ángeles”, “Sermones y moradas”…). El que sentía que dormir era una pérdida de tiempo y se llamó a sí mismo hombre de la madrugada, comprometido con la luz primera, el que gastó el dinero del Premio Nacional de Poesía en comprar helados. Aquel que gritó eso de La libertad no la tienen los que no tienen su sed.

El mundo cada vez parece más vacío, más ausente de emociones, más superficial, banal, insulso; sin esas voces que cantaron por la vida y la muerte, la libertad, el amor y la soledad: Federico, con su alegría contagiosa, su duende y su genialidad; Luis Cernuda, prisionero de sí mismo, delicado cristal capaz en un instante de romperse; Vicente Aleixandre, con su bondad sobrehumana; Salinas, poeta del amor por excelencia; Manolito Altolaguirre, el benjamín de la generación, con su eterna inocencia de niño; Emilio Prados, escondido en silencios y sombras…

Casi todos, obligados a marcharse de su país o a permanecer en él bajo la máscara de la conformidad. A Miguel Hernández lo dejaron morir como un perro en la cárcel, encerrado en condiciones infrahumanas. Y Federico, asesinado a sangre fría. Siempre me hago la misma pregunta: ¿qué hubiera sido de España si no hubiese estallado la Guerra Civil, si la cultura que proclamaba la República hubiera triunfado sobre el fanatismo religioso y el espíritu conservador y bélico?

A veces me siento sola en medio de un mundo que no parece entenderme, aunque en realidad sea yo quien no entiende a este mundo; sola con mi poesía y mis sueños imposibles, ridículamente estúpida en un universo en el que ya no se lleva el romanticismo, y me encuentro hablando de todas estas cosas al viento o al silencio; y cuando canto, miro o siento, parece que estoy sola. Y echo de menos a todos los poetas a pesar de la infranqueable barrera de los años, porque a veces creo conocerles mejor que a muchos vivos.

Pero entonces, en esos momentos en los que la soledad y la melancolía irrumpen en mi corazón, de repente oigo que oyen otros oídos, veo que miran otros ojos, siento que palpita otra sangre. Es entonces cuando descubro el secreto del Tiempo, un secreto que me dice que ellos no están muertos, que me susurran a través de sus versos y me animan a seguir escribiendo, a perseguir los sueños imposibles. No estoy sola.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Si el aire hablase


No recordaba cuánto tiempo hacía que había empezado a hablar solo en voz alta cuando no tenía nadie con quien hablar. En los viejos tiempos, cuando estaba solo, cantaba; a veces, de noche, cuando hacía su guardia al timón de las chalupas y los tortugueros cantaban también. Probablemente había empezado a hablar en voz alta cuando se había ido el muchacho. Pero no recordaba. Cuando él y el muchacho pescaban juntos, generalmente hablaban únicamente cuando era necesario. Hablaban de noche o cuando los cogía el mal tiempo. Se consideraba una virtud no hablar innecesariamente en el mar y el viejo siempre lo había considerado así y lo respetaba. Pero ahora expresaba sus pensamientos en voz alta muchas veces, puesto que no había nadie a quien pudiera mortificar.

-Si los otros me oyeran hablar en voz alta creerían que estoy loco- dijo en voz alta -. Pero, puesto que no estoy loco, no me importa […]


Ernest Hemingway, El viejo y el mar



Yo también hablo sola a menudo. Lanzo las palabras por el aire, las contemplo unos segundos y luego las dejo evaporarse bajo el manto del silencio. Porque a veces, el silencio es mejor confidente que cualquier persona de carne y hueso. Porque tienes la certeza de que no te traicionará, de que no se aterrorizará por nada de lo que le cuentes, de que no esperará a que te des la vuelta para comentar con el primero que se cruce en su camino. A menudo, los seres que no existen son los que mejor podrían comprendernos, mejor que cualquiera de esos que aseguran comprenderte y en su interior se regocijan porque, con lo que les has contado, ya tienen un nuevo tema de conversación para quedar bien delante de otros.

No sé si hablar sola es una forma de perseguir la soledad o si, al contrario, se trata de una manera de evadirla. Pero lo que resulta claro es que la soledad se impone como elemento imprescindible. Yo, que siempre la he temido, últimamente empiezo a congraciarme con ella, como si hubiera asumido el hecho de que estamos destinadas a permanecer unidas. Ella es el testigo invisible de mis más extravagantes reflexiones, la misteriosa cómplice que me ayuda a quitarme la máscara de fortaleza con la que día a día me presento ante los demás. A veces no es necesario hablar en voz alta, a veces basta con escribir un par de versos evanescentes que cada uno interpretará después como quiera, y que te hacen sentirte un poco más cerca del sueño de ser poeta.

Si el aire hablase, podría dejar tantos secretos al descubierto. Las personas dejarían de ser las que nosotros conocemos para convertirse en las que siempre han sido, y todo se volvería un caos, porque hay pensamientos que nunca deberían salir a la luz. El aire está cargado de millones de palabras formuladas en soledad, de los secretos más profundos y oscuros de toda la Humanidad, desde el principio de los tiempos. Hay instantes en que cierro los ojos y me parece escucharlos como leve caricia sobre el silencio, y me percato de que esos secretos son también los míos…

lunes, 8 de diciembre de 2008

Los cisnes no cantan cuando mueren


Me trajeron un cisne medio muerto. Era una de esas maravillosas aves que no he vuelto a ver en el mundo, el cisne cuello negro. Una nave de nieve con el esbelto cuello como metido en una estrecha media de seda negra. El pico anaranjado y los ojos rojos.

Esto fue muy cerca del mar, en Puerto Saavedra, Imperial del Sur.

Me lo entregaron casi muerto. Bañé sus heridas y le empujé pedacitos de pan y de pescado a la garganta. Todo lo devolvía. Sin embargo, fue reponiéndose de sus lastimaduras, comenzó a comprender que yo era su amigo. Y yo comencé a comprender que la nostalgia lo mataba. Entonces, cargando el pesado pájaro en mis brazos por las calles, lo llevaba al río. Él nadaba un poco, cerca de mí. Yo quería que paseara y le indicaba las piedrecitas del fondo, las arenas por donde se deslizaban los plateados peces del sur. Pero él miraba con ojos tristes la distancia.

Así cada día, por más de veinte, lo llevé al río y lo traje a mi casa. El cisne era casi tan grande como yo. Una tarde estuvo más ensimismado, nadó cerca de mí, pero no se distrajo con las musarañas con que yo quería enseñarle de nuevo a pescar. Se estuvo muy quieto y lo tomé de nuevo en brazos para llevármelo a casa. Entonces, cuando lo tenía a la altura de mi pecho, sentí que se desenrollaba una cinta, algo como un brazo negro me rozaba la cara. Era su largo y ondulante cuello que caía. Así aprendí que los cisnes no cantan cuando mueren.

[…]


Pablo Neruda, Confieso que he vivido



En mi opinión, la vida humana se divide en dos edades: la infancia y la añoranza de la infancia. Dejé de ser una niña real para convertirme en una niña invisible, oculta siempre bajo este cuerpo que es mío y ni siquiera me pertenece. Nunca quise crecer, y solo de pensar en ello me embargaba una profunda desolación; pero es que jamás pensé que hubiera lugar para mí en el complejo mundo de los adultos. En cierto modo, no me equivocaba.

La inocencia muere de repente, sin darnos tiempo para asumir que los cuentos de hadas son mentiras disfrazadas de belleza. De que los cisnes no cantan cuando mueren. De que los finales felices son una utopía, porque no existen los finales, ni felices ni tristes, ya que la existencia es un continuo ciclo. Ni siquiera la muerte constituye en sí misma un final, porque todo permanece en forma de recuerdos, y a veces la imaginación es una forma de vida mucho más fuerte que la propia vida.

La inocencia muere en algún lugar de la frontera entre las dos edades, de forma sutil, volátil, imprecisa, tan suavemente que ni nos damos cuenta. Solo cuando nos encontramos demasiado prisioneros de la Realidad, nos volvemos para preguntarnos en qué momento de nuestras vidas murió la inocencia. Y la etérea respuesta permanece tan perdida como aquel canto imposible del cisne moribundo.

martes, 2 de diciembre de 2008

Extraña de mí misma


Cancioncilla sevillana


Amanecía
en el naranjel.
Abejitas de oro
buscaban la miel.

¿Dónde estará
la miel?

Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor;
del romero aquel.

(Sillita de oro
para el moro.
Silla de oropel
para su mujer.)

Amanecía
en el naranjel


Federico García Lorca, Canciones para niños




Cada vez que leo este poema me asaltan lejanos y entrañables recuerdos de aquellas tardes de colegio en las que nos hacían repetir los versos de Lorca una y otra vez. Solo que a los cinco años no sabíamos quién era Lorca, o tal vez teníamos una vaga noción de que se trataba de un poeta –uno de esos señores tan aburridos que escribían cosas incomprensibles. Pero aquella cancioncilla nos gustaba. Y esa otra de Miguel Hernández, la que empezaba “En cuclillas ordeño una cabrita y un sueño…”. Hace muy poco me enteré de que era de Miguel.

Marina, la verdadera Marina –esa que prefería llamarse Nana-, la que no tenía miedo de decir lo que sentía en cualquier momento, la que interrumpía en clase y se pasaba el día dando órdenes a los demás, cantando y jugando a las muñecas; emerge del rincón oscuro de sus cinco años y me recuerda que en aquellos tiempos me encantaba el nombre de Isabel, y se indigna de verme tan tímida, tan sumisa, tan melancólica. ¿Cuándo se produjo el cambio?

Hoy, rodeada de ojos que me persiguen allá donde vaya, de voces que susurran a mis espaldas y comercian con secretos y juegan con los corazones como si estos fueran balones de fútbol; me gusta recordar que entonces los niños aún no habían aprendido a ser crueles de verdad, y las mentiras eran dulcemente inocentes. Si te sentías destrozada no tenías que disimularlo bajo la máscara de la indiferencia, sino que te echabas a llorar y alguien corría a consolarte, para al cabo de un rato volver a sonreír. Y entonces, las sonrisas eran de verdad.

Desde sus lejanos cinco años, Marina me pregunta quién soy yo y qué he hecho con la niña que fui.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

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Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título