sábado, 23 de mayo de 2009

Aquel poema


MARIO.-Los niños no deberían morir.
LA MADRE.-(Suspira.) Pero mueren.
MARIO.-De dos maneras.
LA MADRE.-¿De dos maneras?
MARIO.-La otra es cuando crecen. Todos estamos muertos.


Antonio Buero Vallejo, El tragaluz





Cantaba a todas horas. Se creía una gran cantante e incluso soñaba con cantar en un escenario algún día. Jugaba con el vuelo de su falda y daba vueltas, esa era su forma de bailar ante el fervoroso público –padres, tíos, abuelos. Pero ella se creía la mejor bailarina. El tiempo que no cantaba, lo pasaba jugando con las muñecas –hablando con ellas en voz alta- o dibujando. Hacía historias a base de dibujos, porque todavía no se sentía con libertad escribiendo.

Un día, descubrió la existencia de algo llamado diccionario –uno de bolsillo y tapa blanda llamado Iter Sopena-, donde supuestamente aparecían los significados de todas las palabras del mundo. Ella dudaba de que en algo tan pequeño pudieran caber tantas cosas, pero así se lo habían asegurado. Sin embargo, le sorprendió no encontrar su nombre. Alguien debía haberse olvidado de ponerlo. Para solucionarlo, se fue hasta la palabra “harina” y cambió la “h” por una “M”. Tachó el significado y escribió, a lápiz, dos palabras: Niña princesa. Perfecto, ya estaba solucionado el error del diccionario. No importaba que ahora no apareciese la palabra “harina”. Su nombre era mucho más relevante.

Así, poco a poco, fue descubriendo el misterioso mecanismo de la lengua, con todos sus secretos. Los libros de ilustraciones comenzaban a ser aburridos –excepto para decorar a su propio estilo los personajes, a los que dibujaba lazos y pintaba los labios-, y empezó a interesarse por otros de mayores, como “Las brujas”, de Roald Dahl o la serie de “El pequeño Valentín”. Sobre todo, disfrutaba con los diálogos, imitando las distintas voces, tal como hacía con las muñecas. Y cuando la mandaban leer en clase, se enorgullecía de ser la que más rápido lo conseguía. Mientras tanto, había empezado a escribir pequeños relatos sobre gatos y princesas, porque ya lo tenía claro: de mayor no quería ser ni cantante ni actriz de cine; quería ser escritora. A veces, su padre le leía fragmentos de libros titulados “Rafael Alberti para niños” o “Primeras poesías de Juan Ramón Jiménez”. Ella no comprendía el sentido de esas cosas, le parecía algo para gente aburrida o niños tontos. Para ella, la poesía era aquello que la profesora de Preescolar les hacía recitar en clase cuando eran pequeños:

Otoño, viento amarillo,
vientecillo trotador,
que al campo, como un asnillo,
cargas con odres de olor.
Otoño, viento amarillo.


Cuando se había acostumbrado a su propia lengua, se enteró de que aquel curso iba a estudiar inglés. Antes de asistir a ninguna clase, elaboró su propia teoría: para escribir en inglés, solo había que escribir al revés las palabras en castellano. Sí, así tenía que ser, por eso eran palabras tan raras. Y lo había descubierto sola.

Algo más tarde empezó a escribir lo que ella llamaba “poesía”, que en realidad eran breves pareados muy simples y con rima musical, pero que la hacían sentirse orgullosa de sí misma, porque creía que la poesía era eso: algo que rimase y que quedara bonito. Seguía sin soportar leer a ningún poeta.

Pasaron los años, años en los que dejaron de regalarle muñecas –la última fue a los 14- y olvidó la práctica de leer los diálogos de los libros en voz alta. También había dejado de cantar, sobre todo desde que a los dieciséis años descubrió que no se iba a pinchar el dedo con el huso de una rueca encantada. Los exámenes ocupaban un lugar esencial en su vida y al fin había descubierto que ella no era el centro del Universo. ¿Cuándo lo descubrió? En algún momento que hacía frontera entre la inocencia y la realidad -¿tal vez 1998? Ahora existía la tristeza, la incertidumbre y la soledad. Y fue entonces cuando, hojeando un libro de texto de Lengua y Literatura, encontró un poema que, por primera vez, no la dejó indiferente. Porque en ese poema estaba ella misma, no su nombre, como había buscado de pequeña en el diccionario, pero sí parte de su ser. Y lo entendió todo. Buscó más poemas de ese autor, después continuó con otros autores. Pero aquel primero ya no lo olvidaría. Y fue entonces cuando comenzó a sentir la necesidad de escribir, pero esta vez, de escribir de verdad, dejando trocitos muy pequeños de corazón en el papel.



Hace unos días, aquella niña encontró que en el diccionario Iter Sopena de bolsillo de 1996 no aparecía la palabra “harina”, sino otra bien diferente, y recordó todo aquello, que ha sido lo que me ha inspirado para escribir esta historia.

sábado, 16 de mayo de 2009

La inevitable victoria de los sutiles

El mal de la ausencia, René Magritte
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La realidad no es nunca lo suficientemente amplia y diversa para que ella nos baste por sí sola. Es necesario ese margen misterioso, de vagas luces y vagas sombras, delicado, exigente y voraz, que la imaginación proporciona. […]

No será exagerado decir que ese libro satisfizo, en tanto que libro, mi demanda. Un libro… Qué extraño e íntimo hallazgo; parecía esperarlo. Y en ese libro el personaje más fascinador, uno de los personajes más fascinadores que conozco […]

¿Será oportuno añadir que lo he buscado vanamente por esta realidad? Mi mayor deseo sería verle.


Si solo eres héroe de poética verdad […], ¿por qué te busco así, materialmente? Tal vez deseo de confiarse a un semejante, tal vez necesidad de incoherencia; yo nada sé. […]

Pronto te estimé como a ningún amigo. […] Desde entonces creí ya para siempre en ti, en los sutiles y en su invisible victoria sobre los crustáceos. Ridículos, terribles crustáceos.


Hay que continuar siempre. ¿No es ése tu secreto? La sociedad es estúpida, pero el mundo es hermoso. […] Tu presencia me dice que debe amarse el aire y la vida y la tierra divinos que rodean la más profunda herida del deseo. […] Y si se ama, si se ama apasionadamente, nos olvidaremos de nosotros mismos. Entonces estaremos salvados.


Luis Cernuda, Carta a Lafcadio Wlikie

* Lafcadio Wlikie es un personaje de Les caves du Vatican, de André Gide.



No podría estar más de acuerdo con estos fragmentos. A veces encontramos en las cosas y seres inexistentes el mágico vínculo que no acabamos de hallar en la realidad y en las personas que se hacen llamar “amigos nuestros”. La amistad es un raro don que rara vez nos concede el destino, y llega en dosis diminutas, pero inmensamente grandes a la vez. Hoy por hoy, puedo confesar que conozco lo que es la amistad gracias a unas pocas personas –pocas, muy pocas, se pueden contar de sobra con los dedos de una mano- que no se han apartado de mi lado cuando las he necesitado, y de las que yo tampoco me apartaré cuando llegue el momento.

A los demás, crustáceos por naturaleza, profesionales de la hipocresía, del escarnio y de la crítica perversa, les respondo con aquel verso –de nuevo, de Cernuda- que dice: No quiero saber de la gloria envidiosa con rabo y cuernos de ceniza. Esa será la verdadera victoria de los sutiles.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título