miércoles, 25 de noviembre de 2009

Amaneceres grises

"Pistol River", René Magritte


Tristeza de la luz
de acetileno y de los zócalos
tan blancos de los hospitales y de la lenta
respiración de la basura y de los charcos
al pie de las farolas del amanecer.

José Manuel Caballero Bonald



Cuando se acaba el verano, las mañanas de cada día de diario se visten de luz eléctrica y de frío, de voces de fondo y ruido de vasos y de platos desde la cocina. Nunca he podido evitar despertarme antes de lo que debería, y entonces me acurruco entre las sábanas, invadida por una sensación de vacío ante las horas que se me presentan, agotando los leves minutos que faltan para las siete y veinte. Fuera, hace frío y está comenzando a amanecer. Las calles se convierten en largos desfiles de automóviles que demuestran su prisa tocando el claxon, como si la mañana no fuera lo suficientemente desagradable de por sí, para además tener que aguantar ese horrible estrépito. El aire es gris, igual que en las películas en blanco y negro, pero sin el toque entrañable y acogedor que estas poseen.

Al llegar al metro, siempre dudo entre bajar andando las escaleras mecánicas o dejarme llevar, sin pararme a pensar que, en el fondo, el tiempo ganado no va a tener la más mínima importancia. Me evado del mundo, inmersa en la música que sale de mis cascos, que puede ser desde una balada de Silvio Rodríguez hasta la más escandalosa canción de Nirvana. Todo depende del día y de mi ánimo. Y entonces el resto del mundo comienza a parecerme una película, y yo la espectadora que contempla al otro lado de la pantalla. En el vagón el ambiente se impregna de miradas furtivas que ya no saben a dónde dirigirse, de olores extraños y de rugidos de motor; todo ello mecido por el traqueteo de la vía. Y cuando llego a la estación de Plaza Elíptica siempre me invade el malhumor al escuchar a lo lejos las notas del teclado de Carlos Morla. Carlos Morla es un hombre de mirada triste que se sitúa todos los días en el mismo pasillo para tocar melodías populares en su teclado y ganar unas monedas. En realidad, dudo bastante que se llame Carlos Morla, pero es así como le he bautizado, por su increíble parecido físico con el famoso amigo chileno de García Lorca. Cuando es muy temprano deja en su puesto a una señora, que debe ser su mujer o su hermana, y cuya mirada posee un grado de indiferencia hacia el mundo y de tristeza ante el que resulta imposible no sobrecogerse. Ella nunca se molesta en tocar; enciende el modo automático y deja que las notas surjan mientras quita el polvo de las teclas mecánicamente. A menudo la gente que pasa por primera vez no puede evitar reírse. Hay días en los que, en vez de la mujer, está un chaval que debe ser el hijo de ambos, al que yo he bautizado Carlitos, y que tiene la misma mirada tristona que sus padres, pero suavizada por el velo de la juventud. Pero yo, cada vez que paso por delante del teclado, me siento invadida por un malhumor irracional porque a esas horas siempre tocan la misma canción y la música suena demasiado alta y me obliga a quitarme los cascos y a volver a enfrentarme al mundo durante el tiempo que tardo en recorrer ese pasillo.

El autobús nunca tarda demasiado en llegar. Antes siempre esperaba encontrarme con alguien, pero últimamente prefiero abstraerme en mi música y en mis pensamientos, y sentarme en el lado de la ventana, que es donde me ha gustado ir desde pequeña, para contemplar el paisaje. Al salir del intercambiador de Plaza Elíptica, el autobús pasa al lado del Tanatorio Sur, y cada mañana me estremezco al comprobar que siempre se ve gente paseando por su terraza. Luego el paisaje se llena de fábricas grises y de polígonos industriales que me hacen sentirme pequeña y vulnerable, hasta que comienzo a vislumbrar de lejos las siluetas de las facultades de la universidad Carlos III, amenazadoramente regias. Y entonces, si hay alguien sentado a mi lado, empiezo a ponerme nerviosa buscando mentalmente las palabras exactas que formularé para pedirle amablemente que me deje salir, porque no puedo evitar pensar todo mucho antes de abrir la boca, y eso convierte cada mínimo obstáculo en una dificultad. Cuando al fin lo consigo, bajo del autobús y aumento el volumen de la música, y empiezo a caminar hacia la facultad de Periodismo, haciendo equilibrio sobre el bordillo de la acera, porque la mañana ya es suficientemente aburrida y me gusta sentirme un poco infantil, y elevar la mirada hacia el cielo gris y hacia los árboles, teñidos ya con los ruborizados colores del otoño. Porque sé que, en unos pocos minutos, la realidad me arrancará con crueldad de mi propio mundo de ensoñaciones…

martes, 10 de noviembre de 2009

Indecisión

La invención colectiva, René Magritte



SOMBRAS BLANCAS

Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa,
Dormidas en su amor, en su flor de universo,
El ardiente color de la vida ignorando
Sobre un lecho de arena y de azar abolido.

Libremente los besos desde sus labios caen
En el mar indomable como perlas inútiles;
Perlas grises o acaso cenicientas estrellas
Ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.

Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;
Bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.
Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas.
La luz también da sombras, pero sombras azules.

Luis Cernuda


Nadie repara en las sombras blancas, tal vez ni ellas mismas son conscientes de su condición. Pero están ahí, entre nosotros, dirigiendo sus pasos sin rumbo fijo o abandonándose en las playas que la indolencia sembró antes de que la primera persona planificara su existencia.

Las sombras blancas no pueden planificar nada, y si lo intentan, siempre les saldrá mal, porque viven en un mundo al que solo ellas pueden acceder, como si la Realidad les hubiera cerrado las puertas y hubieran de exiliarse hacia sus propias fantasías.

Se sienten aterradas por las decisiones, precisamente debido a ese desconocimiento del mundo al que me refería; y al final siempre acaban dejándose llevar por esa nada que las envuelve, después de comprender que los mundos perfectos solo existen en sus sueños infantiles. Y por mucho que intenten colorearse, su inevitable blancura palidecerá el rumbo equivocado de sus decisiones, la inutilidad de sus besos sin sentido, la angustiosa confusión que finalmente las lleva a abandonarse en la más insultante apatía…

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título