Salvador Dalí, "Girafa ardiendo"
Emplearé todo el resto de mi
vida en contemplar el suelo seriamente
ahora que ya nos importan cada
vez menos las hadas,
ahora que ya las luces más
complacientes estrangulan de un golpe las primeras sonrisas de los niños
y exaltan a puntapiés el
arrullo de las palomas
y abofetean el árbol que se
cree imprescindible para el
embellecimiento de un idilio o
de una finca.
Mira siempre hacia abajo.
Nada se te ha perdido en el
cielo.
El último ruiseñor es el
muelle mohoso de un sofá muerto.
Rafael Alberti
Alicia emerge del Espejo y mira
a uno y otro lado. Junto a un sauce marchito, un grupo de niños forman una
fila. Llevan unos sacos rojos cubriéndoles la cabeza. Frente a ellos, otra fila
de niños vestidos de azul lanzan pelotas de goma, que rebotan en el cuerpo de
los de la primera fila y vuelven a sus manos. Hay un cartel de madera
incrustado en el césped, en el que se puede leer: PASADO. Algunas pelotas se
escapan de esa franja del jardín y caen en otra en la que el césped está
marchito. En la que se encuentra Alicia.
-Este jardín es hermoso como
un suicidio, ¿no crees? –interviene, de repente, una voz a sus espaldas.
Alicia se vuelve, para
encontrarse junto a Jim Morrison. Lleva el cabello desordenado, como siempre, y
los ojos inyectados en bruma, perdidos en algún submundo al que solo se accede
desde la cocaína. Alicia sonríe y, cuando lo hace, muestra una mancha de carmín
en sus dientes. En ese momento, el cielo comienza a vomitar meteoritos cubiertos
de fuego.
-Qué hermosa es esta lluvia –dice
Jim-. Estoy tan aburrido que debería asesinar a alguien.
-Mi cabello ha dejado de ser
rubio, definitivamente.
-Por favor, no me sugieras el
veneno. Eres Alicia, no Blancanieves, y ni siquiera tienes las agallas de Eva
para probar una manzana si alguien te recomienda no hacerlo.
-No te hablaba de eso. ¿Por
qué no me escuchas cuando te hablo? He decidido que dedicaré el resto de mi
vida a tratar de estornudar más fuerte.
-¿Quién te oirá?
-El problema es que nadie en
este mundo estornuda fuerte. Es de mala educación, dicen.
-Y tú eres demasiado inglesa.
-Te equivocas. Me he dejado el
corazón en el mar de Cádiz. Esto que llevo aquí es un agujero negro.
-¿Cómo el cielo?
-Como el Dios que no existe.
-¡Ya sé! Le asesinaré a él. No
quiero cometer otro crimen y pasar más años encerrado en una guitarra.
-¿De qué tienes más miedo,
Jim?
-Pam, ¿por qué siempre que me
preguntas eso acabas dejándome? Sabes que siempre volvemos, nena. Me necesitas.
-No soy Pam, soy Alicia.
-Quieres decir que… ¿Pam no va
a volver?
-Se ha quedado al otro lado
del Espejo.
-¿Y a ti? ¿Qué te asusta,
pequeña Alicia?
-¿Qué no me asusta? Cierro los
ojos y sigo viendo esa calavera, Jim. Me agarra y no me deja ir. La adoro. Tengo
miedo de no poder asesinarte en este instante.
-¿Quieres arrebatarme el
derecho al suicidio?
-Salgamos de aquí, Jim. Subámonos
al edificio más alto de Madrid y hagamos ondear la bandera de la República. Luego
entraremos en combustión. Creo que serías un cadáver bellísimo, Jim.
-Solo si bailas conmigo un
vals mientras todo a nuestro alrededor se desvanece.
-Le estaba reservando el
último a alguien que nunca vendrá.
-Entonces, ¿por qué
reservárselo?
-Precisamente por eso, Jim. Si
bailara contigo, no tendría motivos para seguir estornudando más y más fuerte. El
último vals se habría consumado. Ya no tendría nada que esperar.
-Me gustabas más cuando eras
la Bella Durmiente. Tu espera era triste y soñadora, teñida de azules y de inocencia.
-Inocencia. Esos niños con
sacos cubriendo su cabeza también lo son.
-Alicia… Mira cómo se deshace
el cielo. Arde, pequeña. Como tu cabello. Es rubio, aunque tú no lo quieras
ver.
-No soy Alicia, Jim. No soy ya
nadie. Quiero volar y escapar para siempre. Volemos, Jim, dejemos esta ciudad y
tal vez podamos ver amanecer en una nueva dimensión.
-Tendrías que haberlo pensado
antes, niña. Ahora el cielo arde, ¿cómo emprender el vuelo? Pero no te
preocupes, siempre podemos escapar en mi barco.
-¿Tu barco de cristal? ¡Está
abocado al naufragio!
-Pero eso ya lo sabías cuando
saliste del Espejo…
(De los árboles comienzan a
brotar carcajadas grotescas y sobrenaturales).
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