sábado, 24 de septiembre de 2011

Naufragios


Ahí, detrás de la risa,
ya no se te conoce.
Vas y vienes, resbalas
por un mundo de valses
helados, cuesta abajo;
y al pasar, los caprichos,
los prontos te arrebatan
besos sin vocación
a ti, la momentánea
cautiva de lo fácil.

“¡Qué alegre!, dicen todos.
Y es que entonces estás
queriendo ser tu otra,
pareciéndote tanto
a ti misma, que tengo
miedo de perderte, así.

Pedro Salinas

.

Atruena la música, y un sinfín de cuerpos desencadenados se estremecen amén de los acordes. Tú eres un cuerpo más, aunque nunca lo hayas buscado. Se deslizan las miradas entre el mar arrasado de cabezas, y te sientes formar parte de algo muy grande que te hace ser un poco menos persona. No pienses; déjate llevar por esa música que ni siquiera te entusiasma. Al final acabas tarareándola, como todos los demás, porque no eres nadie especial y el rincón es un lugar demasiado melancólico. Porque al final, todas esas cabezas buscan lo mismo, ¿no? Es el miedo a la soledad, que se traduce en un inmenso rebaño humano –o humanoide- que naufragan, uno a uno, por las notas difusas del alcohol y el ritmo desenfrenado e inútil.

Pero tú no naufragas. Navegas, te camuflas, giras con la marea como un junco flexible que se dobla a merced del viento; te haces pasar por un de ellos. Aunque realmente no lo seas, y ese cristal que rodea tu figura permanezca ante ti, imperceptiblemente infranqueable. Y así lo prefieres. Pero entonces, descubres una mirada profundísima que te abrasa desde varios metros más allá, y cada vez que alzas la vista te chocas con ella. Dudas. ¿Acaso no ha visto tu muro invisible? Te mueves, giras, haces como que cantas, vuelves y… la mirada continúa allí, y está más cerca. Te observa detenidamente, con un vaso de cubata, sin prisa, con una media sonrisa confiada. Igual que un lobo acecha a una oveja. Tienes miedo: ¿así que al final resultas ser como una oveja más de las que están allí? La insistencia del lobo parece confirmarlo. Te indignas, pero dentro de ti descubres una parte que sonríe, casi con esa misma sonrisa confiada lobuna, y procuras que no se refleje en el exterior. Tú no eres así.

Llega el momento y el cazador se acerca, murmurando una retahíla de palabras banales que solo entiendes a medias. Casi te parece escuchar cómo se quiebra el cristal que te rodea. Devuelves la sonrisa y te sientes traidora a algo que no sabrías identificar, porque las intenciones del lobo no son buenas. Desde el principio, sabes que no lo son. Y sin embargo hay algo en esa mirada que te impide repetirte Tú no eres así. Sonríes otra vez, bailas, respondes a sus estúpidos parloteos; y de repente te sientes una más de entre todos. Naufragando irremediablemente. Algo en tu interior siente nostalgia de los rincones y de las niñas perdidas en una fiesta, y de no saberte la letra de las canciones que van poniendo, una a una. Tú no eres así. Te sigues doblando como un junco, pero ya no hay papel que representar; la música atruena y dejas de reconocerte, y la mirada sin promesas del lobo te envuelve. Te encuentras tan dentro de la marea humana que ya casi no sientes claustrofobia, como si todos en verdad fuerais uno.

De pronto, sientes miedo. Tú no eres así. Quieres volver atrás el reloj y modificarlo todo desde el instante en que esa mirada se acercó, o tal vez desde mucho antes. Vuelves a percatarte de la inmensa masificación que te rodea, a ti y a tu cristal, y dejas de sonreír. El lobo te sigue contemplando, sin poder adivinar lo que pasa en ese momento por tus pensamientos. Al fin y al cabo, es un lobo; y tú una princesa que se alejó demasiado de su cuento. Pero estás segura de que la Bella Durmiente fue incapaz de esperar dormida durante cien años; o quizá, al contrario que tú, tenía un sueño muy profundo, o un Príncipe Azul posible. Y el problema de alejarse de tu propio cuento es que por el camino, irremediablemente, acechan los asesinos de luces y los lobos; y si no, que se lo digan a Caperucita.

Das un paso atrás, repentinamente. Se desvanece todo. Representas un último acto para alejar al lobo sin levantar sospechas; para sortear el mar de cabezas perdidas que buscan encontrarse a base de olvidos. Dejas de escuchar la música, el frío de la calle te devuelve un nombre. Y tú, arrepentida, melancólica y sola; te alejas. Tú no eres así… Y sin embargo…

5 comentarios:

Mandarina dijo...

Adoro a Pedro Salinas y su poema ha hecho que siguiera leyendo el resto del texto. Extraña pareja, pero me gusta!

Enrique Amargo dijo...

Con mi rostro distinto de cada día, / ¡Aseseinado por el cielo! Tienes un gran estilo. Yo tengo en un lugar alto a Salinas, pero me orientaría a la pasión esteticista o no de Lorca, indagaría en el arrepentimiento oscuro e insondable del Don Giovanni, en vez de en la belleza melancólica, y muy aceptada (¿de verdad?) popularmente del Lago de los cisnes.

Un saludo.

Marina Casado dijo...

Muchas gracias por tus palabras. Lorca para mí es uno de los Tres Grandes -con Cernuda y Alberti-, sobre todo el Lorca Surrealista. Y Don Giovanni, con ese comienzo atormentado, es ideal para los otoños fríos y lluviosos y sin horizonte, como este (y, por cierto, a Cernuda le encantaba...).

Un saludo.

Enrique Amargo dijo...

Gracias Marina, pienso que Don Giovanni es un viaje al infierno que se vive en la tierra, cuando pierdes a una persona a la que quieres y te ha querido, pero que siempre te ha atormentado.

Un saludo. Peter Shaffer es un historiador desorientado, pero un dramaturgo genial.

No veo claro el surrealismo de Lorca en Poeta en Nueva York. Se sirve de él, pero no participa en sus principios.

Marina Casado dijo...

Estoy de acuerdo en cuanto a lo de Lorca. De hecho, ya que lo mencionas, escribí un artículo sobre ese particular "surrealismo lorquiano", después de asistir a una conferencia de Caballero Bonald. Te dejo el enlace por si le quieres echar un vistazo:
http://acaballoenelquiciodelmundo.blogspot.com/2011/02/surrealismo-lorquiano.html

Un saludo.

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