Deja la aguja, Sofía.
En el telón de estrellas,
tú eres la Virgen María
y Caperucita encarnada.
Todos los pueblos te cantan de
tú.
De tú
que eres la luz
que emerge de la luz.
Rafael Alberti
Es un estereotipo demasiado
obvio: llegan las Navidades, te invade la melancolía. Y sin embargo, resulta
muy cierto, al menos en mi caso –y en mi casa. Las luces del Árbol son las
mismas. Yo no soy la misma. Primer choque espacio-temporal. El canguro se erige
una vez más, desafiante, sobre las montañas del Portal de Belén. Si tuviera que
elegir una figurita con la que identificarme, creo que elegiría ese canguro. Después
de todo, yo estoy perdida, sí, pero aquí ninguno es quien dice ser: Herodes no
tiene corona, en realidad es un San José retirado de su papel de San José cuando
hace muchos años me compraron, en un Todo a cien, otro que tenía la túnica
azul, en vez de morada. Y ya se sabe, la que me traigo yo con el azul… Y no se
compran los San Josés por separado: venía con Virgen incluida, muy mona ella,
sentada en un taburete y con cara de sufrimiento –y eso que acababa de nacer su
hijo. ¿Y dónde pasó la antigua Virgen María? Pues se hizo lavandera, que es un
oficio mucho menos rentable, porque ni te llevan oro, incienso o mirra, ni una
mala oveja. Y por ahí anda, cerca del río de papel de plata, camuflada entre
las otras lavanderas. Como Virgen, era una Virgen muy normalita; pero la verdad
es que como lavandera, es la más bella de todas. En parte, porque hay muchas
que están desteñidas, puesto que eran del Belén que ponía mi padre hace
cuarenta años.
Y es que aquí no se jubila
nadie. Dentro de poco, como la política siga igual en este país, nos va a pasar
lo mismo que a las figuritas. ¿Solución? Todos a lavar al río. O a hacernos
Herodes –sin corona, eso sí, que ya tenemos suficiente con los Bo[r]bones.
El mío debe ser el único Belén
del mundo que tiene un canguro –exceptuando alguno de Australia, por aquello
del patriotismo y esas cosas; creo que me encantaría conocerlo-, así que fuera
de mi casa, si me convirtiera yo en canguro, tendría poco que hacer. En ningún
Belén querrían un canguro, y encima ateo.
Divagaciones navideñas, que no
falten. Prefiero eso a escribir una parrafada larguísima y melodramática sobre
por qué no felicitaré las fiestas a quien no me quiere –y es que no hace falta
ser canguro para no resultar querido. Basta con ser, en el buen sentido de la
palabra, buena –sí, a veces me pregunto si no viviremos todos al otro lado del
espejo por el que Alicia cruzó aquel día… Pero yo me llevo los recuerdos, como
buena sentimental, y esos nadie me los quita. Tengo una sábana de lágrimas tejida
con recuerdos que cada Nochebuena dejo caer sobre el firmamento de Madrid, para
que las luces de la ciudad se desenfoquen –las lágrimas nunca fallan; eso o
quitarse las lentillas- y se me olvide por un instante el año, lo que me falta
y hasta mi propia persona. Me gusta jugar a tener seis años, a ser una niña
estereotipada que se pone triste con la llegada de las Navidades –un poco más
triste que de costumbre- porque se acuerda de que hay personas que ya no están,
y el vacío quema en el corazón como un hierro candente.
Definitivamente, no puedo
dejar de ser una sentimental. O un canguro. Sí; si tuviera que elegir ser una
figura del Portalito, sería un canguro: la figura que no existe. ¿Y un
villancico? Pues ese que empieza diciendo: “En los pueblos de mi Andalucía, los
campanilleros por la madrugá…”. Así, con sus guitarras de acompañamiento y sus
acordes flamencos; nada de la versión hortera de Raphael, no os vayáis a pensar…
Porque se me mezcla la vena de canguro con mi sangre del sur, y se forma un
batiburrillo marinístico del que todavía no he podido salir. Y si añadimos a
Bob Marley haciendo de paje del rey Baltasar, obtenemos una ecuación que
desconcertaría al mismísimo Lewis Carroll.
Humor marinístico para
contrarrestar la nostalgia navideña… Pero en el fondo echo de menos todo. Echo de
menos incluso lo que todavía no he perdido, y tengo la sensación de que lo que
ocurre a mi alrededor, ahora, es un tesoro, un tesoro que un día echaré de
menos, cuando también lo pierda y pase a formar parte de ese manto tejido con
lágrimas que desenfoca hasta las luces de los semáforos. Y abrazo estos
momentos y los estrecho contra mi corazón, porque los presiento mágicos.
Y me alegro de no ser
rencorosa. A las personas que quiero, las quiero siempre, y si me hacen daño,
sigo queriendo a su recuerdo. El recuerdo de cuando ellas también me querían a
mí. Lo de querer tanto, y querer verdaderamente, no sé si es una virtud o una
debilidad, porque nunca te puedes enfadar del todo. A mí no se me nota mucho,
porque la gente me dice que soy fría y antipática -¡si ellos supieran!-, un
poco a lo Luis Cernuda. Y eso que a veces siento que se me va a salir el
corazón del pecho.
Tengo la debilidad de querer,
de sentir mucho. Soy vulnerable, como un canguro en las montañas del Belén. Y os
lo confieso justo hoy, para contribuir un poco al atracón de estereotipos y de
Papás Noeles escaladores que se ven por estas fechas…
Feliz Navidad a todos.
1 comentario:
Supongo que en cierto modo ese echar de menos es bonito, porque de otra forma no nos acordaríamos de las cosas ni de personas que ya no están. Cada cual elige la época del año que más le gusta para ponerse melancólico. Algunos el otoño les trae por la calle de la amargura, a otros la primera, los menos el verano y a los más clásicos el invierno con su navidad, sus lucecitas, sus turroncitos y sus sonrisas megafalsas. Y otros en la vida se ponen tristes ni melancólicos porque en la vida han echado, ni echarán nada en falta, pero tampoco los envidio lo más mínimo.
Tener un canguro en un Belén mola, como mola tener una jirafa o un hipopótamo, que más da ¿acaso no son estas las fiestas de todos? basta ya de usar viejos clichés. Hay que renovarse o morir :-) y no creo que por estar en un sitio que aparentemente no le corresponde ese canguro sea vulnerable. Quizás el ser único pueda volverse a su favor y los demás lo teman un poco...quién sabe.
Feliz navidad también a ti.
Abrazos.
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