martes, 5 de junio de 2012

La tristeza que tuvo tu valiente alegría




A las tres de la mañana, Federico cambia de asiento una vez más. Coge un cigarrillo que no enciende. Fuma poco y, cuando lo hace, no aspira el humo.

-Ahora –anuncia, girando sobre el taburete del piano en el que se ha instalado-, antes de irme, y os pido perdón por hacerlo tan pronto, voy a cantaros “La canción del burro”.

Y, tras un delicioso preludio tocado con sutileza, comienza a cantar:

Ya se murió el burro,
que acarreaba la vinagre,
ya se lo llevó Dios
de esta vida miserable.
Que tururururú,
que tururururú…

Y la musiquilla es tan exquisita, tan tierna y contagiosa, que terminamos, detrás de él, cantando en coro una estrofa y otra, otra más […]. Federico aplaude. Bueno. Pero ya es hora de retirarse. En la puerta nos refiere todavía la emoción incomparable que ha experimentado en la carretera ante el extraordinario espectáculo “de un zapato colgado en la rama de un árbol”.

-¡Cosa tremenda –exclama- que vale la pena ir a ver!
-Ponte el abrigo, hombre, que hace frío…

Como si nos hubiéramos conocido siempre.

Luego vuelve para recoger un paquete que por último, no había traído. Se le oye gritar desde un rellano de la escalera:

-¡Que se ha “apagao” la luz!

Claro. Ha tardado tanto en despedirse… Se siente el golpe estrepitoso de la puerta de la calle. Se ha marchado.

Y se produce entonces una cosa inesperada, que no es normal, que tiene algo de sortilegio. El vacío de su ausencia. Y ha venido hoy por vez primera.


Carlos Morla Lynch, En España con Federico García Lorca




Hoy me he acordado, misteriosamente, de la primera vez que vi sus pupilas inmensas mirándome desde una fotografía en blanco y negro, en la portada de un disco de Ana Belén que habían comprado en casa titulado Lorquiana, en el que la cantante versionaba varios de los poemas más famosos del granadino –con resultados, en algunos casos, emocionantes. Se trataba de un montaje en el que se veía a Ana Belén junto a un jovencísimo Lorca que posaba en una silla, con chaqueta oscura y pajarita, el cabello ensortijado y la mano izquierda sujetándose la mejilla en gesto reflexivo. Yo era pequeña, y su mirada me parecía grave y profundamente triste; y esta sensación se intensificó cuando mi madre me dijo que lo habían asesinado por ser poeta, por ser de izquierdas y por ser homosexual, a comienzos de la Guerra Civil. Debía ser muy pequeña, porque recuerdo que no tenía demasiada conciencia de la temporalidad, y que me pareció perfectamente normal ver allí a Ana Belén, posando junto a Federico, y que pensé “Vaya, así que ella pudo conocerle, y debieron ser amigos”. La fecha “comienzos de la Guerra Civil” sonaba demasiado borrosa por entonces. 

Era la primera vez que veía una fotografía de Lorca, aunque me acordaba de algún poema suyo, de un libro llamado Federico García Lorca para niños, que mi padre me había traído de la biblioteca del colegio. Empezaba así: “Amanecía en el naranjel, / abejitas de oro / buscaban la miel. / ¿Dónde estará la miel? / Está en la flor azul, Isabel; / en la flor del romero aquel”. Me sabía el poema de memoria, porque Isabel era mi nombre favorito. Yo quería haberme llamado Isabel, en vez de Marina. Mi abuela también se llamaba Isabel.

Recuerdo, más adelante, aquella primera lectura obligada del Romancero gitano, ya a los trece años, que tan árida me resultó. La profesora de Lengua nos había dado a elegir entre esa obra y las Rimas de Bécquer, pero me decidí por Lorca siguiendo el consejo de mi padre, que me dijo que “era mucho más moderno”. El caso es que me arrepentí, porque cuando leía en los libros de algunos compañeros aquellas rimas tan cortitas y tan románticas, renegaba de las imágenes lorquianas, tan misteriosas e incomprensibles, que hablaban de asesinatos y de venganzas y de pasiones que yo encontraba violentas y lejanas.

Nadie me podía decir, por entonces, todo lo que Federico García Lorca acabaría representando en mi vida. Pero aun hoy, después de haber leído decenas de biografías, de ensayos, de memorias que hablan sobre él, sobre su inmenso optimismo y su corazón desbordado, sigue prevaleciendo en mí la primera imagen que conservo: esa en la que –hoy lo sé- no tenía más de 21 años y aparecía sentado en una silla, con gesto grave y aquella “tristeza que tuvo su valiente alegría”.



Preferí recordar todo esto, a comenzar mi pequeño homenaje diciendo, una vez más: Tal día como hoy,  5 de junio, hace 114 años, nacía en la Vega de Granada Federico García Lorca…

2 comentarios:

Óscar Sejas dijo...

Creo que muchos conocimos a Lorca gracias al poema de la miel :-)

Yo sabía que a Lorca lo asesinaron porque de pequeño vi una película que contaba algo de la guerra civil y uno de los personajes era Lorca, no me acuerdo del nombre de la película pero recuerdo aquella imagen impactante de varios hombres siendo fusilados...

A veces, cuando echas atrás la memoria y piensas en todo lo que la "humanidad" le ha arrebatado a la propia humanidad se te encoge el corazón...

A veces creo que si Lorca y otros poetas hubieran vivido más años tendríamos respuestas a muchas preguntas que todavía hoy nos hacemos.

Se pueden hacer muchos homenajes y empezar de muchas maneras distintas pero dudo mucho que se puedan hacer con más cariño.

Un abrazo grande.

Oski

Federico dijo...

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
...................................................
Llena, pues, de palabras mi locura
o dejame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

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