Hay que continuar siempre. ¿No es ese tu secreto, Cadio? La sociedad es estúpida, pero el mundo es hermoso. Esas llamas, el sonido de las hojas en los vidrios de la ventana, el reflejo de la luz sobre las planchas del suelo: ¡qué maravilla! Todo ello existía, mas no sentía esa lenta caricia con la cual curan la más profunda herida del deseo. Tu presencia me dice que debe amarse la vida y el aire y la tierra divinos que la rodean. [...] No desdeñar lo natural: amar. Y si se ama, si se ama apasionadamente, nos olvidaremos de nosotros mismos. Entonces estaremos salvados.
Luis Cernuda
A Sara, a Eva, a tantos más...
Cuando oigo eso de que en el año 2012 se acabará el mundo, no puedo menos que sonreír. ¡Como si no se nos hubiera acabado ya el mundo no una vez, sino decenas de veces! Sí, hay que confesar que algunos finales son más catastróficos que otros, y en ocasiones se tarda mucho más tiempo en encontrar los pedazos descompuestos y volver a construir, si no una realidad a nuestra medida, al menos un sueño en el que estemos cómodos. Pero siempre volveremos a encontrarlos, hasta que el mundo vuelva a derrumbarse de nuevo.
Al menos, para los que sabemos llorar. Y con llorar, no me refiero a montar una escenita y que se te queden hinchados los ojos dos días; sino también a llorar por dentro. A sentir. Porque, aunque los sentimientos sean propios de esta especie a la que han llamado homo-sapiens, hay integrantes que han alcanzado un paso más de la evolución humana, y han logrado moverse por el mundo sin que nada les afecte más de lo necesario. La sensibilidad es para ellos un despojo de épocas pasadas, una debilidad innata de algunos seres vivos incapaces de pasar los acontecimientos por el luminoso filtro de la razón. En Desayuno con diamantes, Audrey Hepburn los distinguía entre canallas y supercanallas. Yo los llamo crustáceos de sangre fría. Porque sí; otra cosa no, pero sangre fría tienen… Además de una capacidad innata para hacer malabarismos con los sentimientos ajenos. El crustáceo de sangre fría, el que aquí llamaremos crustáceo común, después de atrapar en un tarro las pequeñas mariposas de los sentimientos, se pone una venda en los ojos antes de comenzar con sus juegos malabares. Hasta que, un día, alguien le recuerda qué son en verdad esas diminutas mariposas. Y el crustáceo común se quita la venda, arquea una ceja y dice: ¿En serio? ¡Vaya, no me había dado cuenta! Y libera las maripositas sin importarle que estas ya no puedan volar, porque el fino polvillo de sus alas ha desaparecido al contacto de los dedos humanos.
Salvador Dalí, "Alegoría del Sol"
Pero al fin y al cabo, el crustáceo común es el más inofensivo de los crustáceos de sangre fría. Hay una variante más evolucionada que ha logrado, además de no sentir nada, desarrollar un pérfido ingenio para destruir las mariposillas más brillantes, las más delicadas, las más inocentes. Son los llamados asesinos de luces –para mi desgracia, me topé con uno de uno de estos hace tiempo, y tuve ocasión de realizar un posterior estudio al respecto. Los asesinos de luces no se conformarán con atrapar todas las mariposas que encuentren; son unos coleccionistas natos a los que solamente les interesan aquellas que encuentren posadas sobre las flores de la inocencia. Después de encerrarlas en un tarro y de toquetear sus alas para que no puedan volver a volar, comenzarán con los juegos malabares; y sin necesidad de venda en los ojos, porque disfrutarán viéndolo. Cuando terminen de jugar, no liberarán a las moribundas criaturas, trazando vanas excusas para justificarse. Las aplastarán con los dedos y las pisarán, les arrancarán de cuajo las alas y se reirán mientras lo hacen. Y en ese momento, morirá una estrella. Después, el asesino de luces buscará por la tierra el cadáver de esa estrella para fulminarlo hasta hacerlo desaparecer. Alguna vez, lo encontrará.
El mundo nunca se acaba para los crustáceos de sangre fría. Cuando nuestro planeta se haya convertido en un cementerio de vida, de colores y de sueños; ellos deambularán por entre las tumbas, ignorantes de lo que ocurre a su alrededor, o más bien impasibles. Seguirán comiendo, durmiendo, riendo, mirando todo desde su prisma de dos dimensiones. Nada habrá cambiado. Los asesinos de luces tal vez sean los únicos que lo sentirán de alguna forma, porque ya no les quedarán inocencias que destruir.
Yo me declaro irremediablemente perteneciente a ese sector más obsoleto de la humanidad al que todavía se le cae el mundo no una vez, sino decenas de veces. Soy capaz de definir el dolor como una garra que atenaza el corazón, y la alegría como una canción con los labios cerrados. Puedo escribir sobre el amor, aunque nunca lo haya sentido correspondido, y también leer poemas y derramar lágrimas. Escuchar un acordeón y experimentar escalofríos. Creer en las hadas y en los Príncipes Azules. Soñar con que algún día, alguien me despertará del Hechizo. Puedo, en definitiva, sentir. Y si para evolucionar hay que dejar de hacerlo, la verdad es que prefiero quedarme en mi mundo de nostalgias y de sueños imposibles, de romanticismo caduco e ingenuidad infinita. Y sé que desde aquí, soy un ser absolutamente vulnerable a los crustáceos de sangre fría, incluso a los asesinos de luces. Es lo malo de la ingenuidad: nunca te permite ver con claridad lo que está fuera de ella. Pero yo puedo sentir… sentir, con todas sus consecuencias. Sin sentimientos, que sería del Arte, y sin el Arte… qué frío se quedaría todo.Viva la derrota.
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