Los transeúntes ciegos de esperanza
buscan a tientas una ilusión lo suficientemente sólida
como para aferrar a ella el sentido de la semana
sin que este se desate.
El rocío envenena con su llanto levísimo
los restos de naturalezas muertas
en el Museo del Prado.
Yo vuelvo de perderme
por las quiméricas empresas de la noche,
de proyectar mis nulas escapadas al futuro
donde ser nada es mi único destino,
de tratar de encontrarme en un poema.
Yo vengo de las galerías distantes del olvido,
conservando en la boca el amargo sabor de un desayuno
a base de galletas y sueños nunca realizados.
En la parada de autobuses todos esperan algo más,
un algo no determinado que nunca se presencia,
pero cuyo reflejo remoto e imposible
reluce en sus pupilas apagadas.
Un algo imaginario que también yo esperaba.
Decenas y decenas de desenterrados
avanzan bajo la mañana cruda
arrastrando sus cuerpos sordos, mudos;
a un autobús que los embarca a la rutina.
Y la presencia absurda
de aquel polígono industrial del horizonte
me despierta una sed feroz
de llover a lágrima viva.
Madrid levanta grandes edificios
para alcanzar la sombra de un sol que no despierta.
La madrugada estaba muerta antes de haber nacido.
20 de octubre de 2008
© Marina Casado
* ADVERTENCIA: Todas las poesías han pasado por el Registro de Propiedad Intelectual.
