
[…]
-Existen, sin embargo- le observo -, sentimientos grandes que compensan de todo lo demás por la felicidad que nos dan. El amor, por ejemplo, y la amistad.
Y Federico me interrumpe:
-Felicidad… que también es sufrimiento- replica –por lo que estos sentimientos tienen de transitorio y de incierto. En el amor predominará siempre el diálogo inconciliable, el eterno problema de la incomprensión de los seres que, por quererse tanto, no hacen más que torturarse mutuamente. En cuanto a los amigos, en general, salvo raras excepciones, tampoco son durables. Un amigo- dice con gracia, como definición –es un tipo que conocemos bien y que queremos, “a pesar de todo”, con la condición de que no deje de serlo. Pero yo- agrega con desenvoltura –ya no sufro como antes con las ingratitudes e inconsecuencias que suelo recibir de unos y otros. El amigo que deja de serlo, pienso, no lo ha sido nunca de verdad y se transforma para mí en un extraño; no lloro ni me aflijo; a lo sumo siento una pequeña nostalgia íntima: algo así como “la tristeza de no sentirme triste”.
Y es aquí donde lo creo menos sincero, por cuanto lo he visto sufrir y llorar ante estas desilusiones que suelen darnos los seres por los cuales habríamos afrontado todos los sacrificios […]
Carlos Morla Lynch, En España con Federico García Lorca
Siempre esa indolencia a la que aspiramos cuando algo nos defrauda o muere una ilusión. Solemos pensar que, si no expresamos en voz alta la dimensión de nuestro sufrimiento, este se reducirá. E inevitablemente nos equivocamos, pues como se dice, “la procesión se lleva por dentro”. No es fácil componer una sonrisa, fingir que todo va bien y que los acontecimientos no te afectan, cuando tu interior se deshace en lágrimas. Pero tal vez es la necesidad de no sentirnos vulnerables ante los demás, o la de hacernos creer a nosotros mismos que nada es tan grave como parece. En cualquier caso, hay demasiados sentimientos que nacen en el corazón y mueren en él sin haberse atrevido a salir nunca, sin que nadie sepa realmente el verdadero efecto que han tenido en nosotros unas simples palabras, o tal vez una pregunta.
En el Teatro de la Vida, todos tenemos que representar papeles en ocasiones. Y algunos somos mejores actores que otros –lo cual no es, desde luego, una virtud.
-Existen, sin embargo- le observo -, sentimientos grandes que compensan de todo lo demás por la felicidad que nos dan. El amor, por ejemplo, y la amistad.
Y Federico me interrumpe:
-Felicidad… que también es sufrimiento- replica –por lo que estos sentimientos tienen de transitorio y de incierto. En el amor predominará siempre el diálogo inconciliable, el eterno problema de la incomprensión de los seres que, por quererse tanto, no hacen más que torturarse mutuamente. En cuanto a los amigos, en general, salvo raras excepciones, tampoco son durables. Un amigo- dice con gracia, como definición –es un tipo que conocemos bien y que queremos, “a pesar de todo”, con la condición de que no deje de serlo. Pero yo- agrega con desenvoltura –ya no sufro como antes con las ingratitudes e inconsecuencias que suelo recibir de unos y otros. El amigo que deja de serlo, pienso, no lo ha sido nunca de verdad y se transforma para mí en un extraño; no lloro ni me aflijo; a lo sumo siento una pequeña nostalgia íntima: algo así como “la tristeza de no sentirme triste”.
Y es aquí donde lo creo menos sincero, por cuanto lo he visto sufrir y llorar ante estas desilusiones que suelen darnos los seres por los cuales habríamos afrontado todos los sacrificios […]
Carlos Morla Lynch, En España con Federico García Lorca
Siempre esa indolencia a la que aspiramos cuando algo nos defrauda o muere una ilusión. Solemos pensar que, si no expresamos en voz alta la dimensión de nuestro sufrimiento, este se reducirá. E inevitablemente nos equivocamos, pues como se dice, “la procesión se lleva por dentro”. No es fácil componer una sonrisa, fingir que todo va bien y que los acontecimientos no te afectan, cuando tu interior se deshace en lágrimas. Pero tal vez es la necesidad de no sentirnos vulnerables ante los demás, o la de hacernos creer a nosotros mismos que nada es tan grave como parece. En cualquier caso, hay demasiados sentimientos que nacen en el corazón y mueren en él sin haberse atrevido a salir nunca, sin que nadie sepa realmente el verdadero efecto que han tenido en nosotros unas simples palabras, o tal vez una pregunta.
En el Teatro de la Vida, todos tenemos que representar papeles en ocasiones. Y algunos somos mejores actores que otros –lo cual no es, desde luego, una virtud.