Casablanca (1942)
Es la nueva canción,
y la vieja canción...
¡nuestra pobre canción!
¿Quién soy yo?...
Mi vida está en el aire dando
vueltas.
León Felipe
Hay mundos que se esconden en
una bola de cristal. A veces, me entretengo en agitar la mía, esa que siempre
reposa sobre mi escritorio, al lado de la pantalla del ordenador. Tiene dentro
el recuerdo de una ciudad. Y cuando la agito, vuelve la nieve, y yo estoy
dentro.
Vuelve el frío y las noches
prematuras. Los puentes de piedra. Los guantes, las horas de insomnio. Estabas muy
sola en tu disfraz de sombra. Los pasados no nos persiguen, ¿o sí? Ayer me
choqué súbitamente con uno y se me llenaron los ojos de lágrimas.
Camino casi desvanecida en el
aire, pensando que hay pasados que nunca volverán. Querer no sirve de nada. Las
cosas se escapan irremediablemente, como pompas de jabón. Somos un suspiro:
polvo en el viento. Siempre me ha emocionado esa canción. Kansas me recuerda a
Simon y Garfunkel, a tiempos en los que se hacía música de verdad, tiempos no
vividos pero sí intuidos, que parecen más míos que los años que me rodean.
Qué sería de la vida sin la
música. Vivir no es más que resbalar por canciones encadenadas: cada momento y
cada persona tienen su propia canción. Mi abuela cantando Ojos verdes –“¡como
los tuyos!”- de Conchita Piquer, mientras hacía la comida. Los encinares del
pueblo y aquella vieja sevillana de los Amigos de Gines: La vuelta del camino. Groenlandia
y mi ilusión infantil cada vez que escuchaba el verso en el que el cantante
decía que sería capaz de buscar a su amada por los anillos de Saturno. Al alba:
la primera canción que me enamoró. Sábado a la noche me producía la euforia de
sentirme rockera en el salón de mi casa –eran los únicos momentos en los que no
quería ser princesa de cuento-. Toda mi vida he querido dedicarle a alguien Te doy una
canción, la de Silvio Rodríguez, cuando mi padre pinchaba el vinilo después de
cada cumpleaños, después de que los invitados se hubieran ido y él mirase el
viejo tocadiscos con una copa en la mano y lágrimas en los ojos –es posible que
también tropiece muy a menudo con los pasados-.
Mi madre siempre será aquellos
versos de Goytisolo, cantados por Paco Ibáñez, que me dan esperanzas cuando
toda la luz de la tierra parece haberse apagado: "tendrás amor, tendrás amigos"… Una
vez encontré un tango de Gardel, titulado No te quiero más, que escuchó Luis
Cernuda mucho antes que yo. Y cada vez que lo vuelvo a oír, le siento más
cercano. Después llegó Jim Morrison, con su melena de adolescente rebelde,
incitándome a perderme por los acordes alucinógenos de su Barco de cristal… “Antes
de que caigas en la inconsciencia, permíteme darte otro beso”. La próxima vez
que vuelva a Venecia, podré recordar aquel efímero y platónico amor y cobrará
sentido la canción de Aznavour: Venecia sin ti. París, para mí, será el de La
bohéme, y no aquel otro con el que me topé de bruces un verano, aquel tan
inmenso y deshumanizado.
Pero la canción de amor por
excelencia es Nights in White satin, de los Moody Blues, que me invita a
derretirme caminando por las calles de una ciudad cuyas luces se difuminan a
causa de las lágrimas, de la mano de la única persona que sepa interpretar esas
luces y traducirlas al lenguaje de los sueños.
Cuando desaparece alguien,
siempre me queda su canción. Las personas se refugian en canciones y las
ciudades en bolas de cristal en las que nunca deja de nevar…
1 comentario:
"La vida es una canción, yo me la aprenderé" cantaba Fran Fernández. Y así es, las personas son canciones y encierran sus vidas en ellas.
La música tiene el poder de evocar, de traer recuerdos, de trasladarnos a situaciones y sitios en los que antes (o tal vez nunca) estuvimos.
Coincido en que si las bolas de cristal encierran ciudades, las canciones son bolas de cristal para las personas.
Me gustó mucho este texto.
Fuerte abrazo.
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