Todas estas cosas había una vez
cuando yo soñaba un mundo al revés
José Agustín Goytisolo
Parece un planteamiento tan lógico que nunca te has parado a profundizar en él. Es algo que se da por hecho, igual que abrir los ojos la Noche de Reyes equivale a que sus Majestades descubran que no estás dormida, y por tanto te quedes sin regalos; igual que esa razonable división de edades que has forjado en tu cabeza: hasta los dos años se es un bebé, a los dos alcanzas la categoría de niña, que dura hasta los seis, donde ya te podrás considerar una niña mayor. A los diez ya serás una mayor, una categoría que no sabes muy bien donde encuadrar. Y a los veinte… bueno, a los veinte ya te podrás considerar una verdadera adulta. Y más allá… más allá no hay nada, salvo el aburrido mundo de los adultos. Prefieres no pensarlo.
Estás sentada en la cama de mamá y miras por la ventana. Un rayo dorado de otoño acaricia tu rostro y te obliga a entornar los ojos, y se pasea por la fachada del edificio de enfrente y por las ramas del árbol que casi se cuelan por la ventana. Eres consciente de que podría llegar en cualquier momento, destrozando el pavimento con sus grandes y poderosas patas, superando con su altura a cualquier edificio de la ciudad, rugiendo mientras deja ver sus enormes y afiladas fauces; sus diminutos y brillantes ojos de reptil inyectados en sangre.
Eres consciente de que, algún día, tiene que ocurrir. ¿Por qué, si no, se muere la gente? La gente muere porque, llegado un determinado momento de su vida, un feroz tiranosaurio-rex aparece y los devora sin compasión. Pocos escapan.
Y sabes que eso es cierto. La gente muere al ser devorada por un tiranosaurio; no por un lobo, o por un león: por un tiranosaurio. No por las enfermedades: las enfermedades las curan los médicos. Las enfermedades, como mucho, implican quedarte en casa unos cuantos días y que mamá te ponga paños húmedos en la frente y te dé ese jarabe con sabor a fresa que está tan rico. Y que todo el mundo esté más pendiente de ti… Las enfermedades no son tan malas, al fin y al cabo.
Sabiendo todo eso, estás segura de que a ti no te encontrará; ya te encargarás de ser más lista que cualquiera de esos monstruos. Te espera la inmortalidad…
Tu mundo continúa en perfecta armonía. Quedan unos días, tal vez incluso semanas, para que alguien pronuncie la frase que descompondrá tu realidad tal como la ves ahora:
-¡Pero, nena! Los dinosaurios se extinguieron hace millones de años…
cuando yo soñaba un mundo al revés
José Agustín Goytisolo
Parece un planteamiento tan lógico que nunca te has parado a profundizar en él. Es algo que se da por hecho, igual que abrir los ojos la Noche de Reyes equivale a que sus Majestades descubran que no estás dormida, y por tanto te quedes sin regalos; igual que esa razonable división de edades que has forjado en tu cabeza: hasta los dos años se es un bebé, a los dos alcanzas la categoría de niña, que dura hasta los seis, donde ya te podrás considerar una niña mayor. A los diez ya serás una mayor, una categoría que no sabes muy bien donde encuadrar. Y a los veinte… bueno, a los veinte ya te podrás considerar una verdadera adulta. Y más allá… más allá no hay nada, salvo el aburrido mundo de los adultos. Prefieres no pensarlo.
Estás sentada en la cama de mamá y miras por la ventana. Un rayo dorado de otoño acaricia tu rostro y te obliga a entornar los ojos, y se pasea por la fachada del edificio de enfrente y por las ramas del árbol que casi se cuelan por la ventana. Eres consciente de que podría llegar en cualquier momento, destrozando el pavimento con sus grandes y poderosas patas, superando con su altura a cualquier edificio de la ciudad, rugiendo mientras deja ver sus enormes y afiladas fauces; sus diminutos y brillantes ojos de reptil inyectados en sangre.
Eres consciente de que, algún día, tiene que ocurrir. ¿Por qué, si no, se muere la gente? La gente muere porque, llegado un determinado momento de su vida, un feroz tiranosaurio-rex aparece y los devora sin compasión. Pocos escapan.
Y sabes que eso es cierto. La gente muere al ser devorada por un tiranosaurio; no por un lobo, o por un león: por un tiranosaurio. No por las enfermedades: las enfermedades las curan los médicos. Las enfermedades, como mucho, implican quedarte en casa unos cuantos días y que mamá te ponga paños húmedos en la frente y te dé ese jarabe con sabor a fresa que está tan rico. Y que todo el mundo esté más pendiente de ti… Las enfermedades no son tan malas, al fin y al cabo.
Sabiendo todo eso, estás segura de que a ti no te encontrará; ya te encargarás de ser más lista que cualquiera de esos monstruos. Te espera la inmortalidad…
Tu mundo continúa en perfecta armonía. Quedan unos días, tal vez incluso semanas, para que alguien pronuncie la frase que descompondrá tu realidad tal como la ves ahora:
-¡Pero, nena! Los dinosaurios se extinguieron hace millones de años…
(Sí, nostalgia al llegar mi 21º cumpleaños...)
1 comentario:
Me recuerda aquel cuento breve de Monterroso y cuando desperte el dinosaurio estaba alli...
Besos
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