sábado, 22 de junio de 2013

A una sonrisa que pronto será un fósil


Pamela Courson y Jim Morrison



A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Alejandra Pizarnik



El escritor más cínico tenía el corazón cubierto de parches: he ahí el secreto de su cinismo. Pamela Courson era una mentira de ojos azules; Jim Morrison resultó mucho más inocente de lo que parecía.

Recuerdo aún el sabor de la sed: ese sabor que ascendía por la garganta desde un fondo de tiempos soñolientos en los que los seis años constituían el culmen.

Aspiramos a convertirnos en un recuerdo; no en un recuerdo cualquiera, sino en uno con manos y dientes, con rostro, afilado de sonrisas. Un paréntesis atemporal en la memoria de aquellos que no nos olvidan. Es la única forma de escapar de nuestro propio destierro.

Los recuerdos con lágrimas son los más codiciados, porque son más que recuerdos: constituyen una parte inalcanzable de nosotros mismos.

El verano no es más que un final edulcorado.

La ausencia huele a besos de niebla, sin labios, y tiene un fondo de pechos oprimidos.

Bésame hasta que no te queden primaveras en las encías.

miércoles, 12 de junio de 2013

El Escondite del Águila


"Jardín florido", Vincent Van Gogh

Qué silencio. ¿Es así
el mundo?... Cruza el cielo
desfilando paisajes,
risueño hacia lo lejos.

Tierra indolente. En vano
resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
sueño y pienso que vivo.

Mas el tiempo ya tasa
el poder de esta hora;
madura su medida,
escapa entre sus rosas.

Lus Cernuda




¿Dónde había sido asesinado aquel niño? Solo disponíamos de un vídeo  borroso, en el que se veía la frágil cabecita ahogándose en un remolino de agua. Nos desplazamos hasta su casa para tomar unas fotos de la bañera en la que supuestamente se había cometido el crimen. Después, volvimos al despacho y contrastamos concienzudamente las fotos con aquel vídeo escalofriante. Finalmente, un chico del equipo descubrió un diminuto agujero en el mármol, por detrás de la cabecita, en las imágenes grabadas. Un agujero que no habíamos visto al inspeccionar la bañera, y que no existía.

-Así que ese no fue el lugar del crimen –concluí- ¿Tenemos alguna otra idea?

Dos compañeros del equipo se miraron con cautela, interrogándose silenciosamente. El chico del descubrimiento fue quien habló:

-Tenemos que ir al Escondite del Águila. El origen de este caso se encuentra allí.

Dudé.  Es por todos sabido que en el Escondite del Águila habita un monstruo legendario y terrible, sin cabeza, que devora carne humana.

-Está bien –acepté, sin darme demasiado tiempo a pensarlo-. Debemos subir hasta la azotea para llegar a la trampilla de acceso, ¿verdad?
-No… La entrada es descendiendo por esas escaleras.

Mi compañero señaló unas escaleras de caracol que bajaban y bajaban, sin adivinarse el final. Me arrepentí de mi decisión en ese instante, pero ya era tarde para pensarlo mejor. Todos avanzaban en aquella única dirección, y me limité a seguirlos.




No recuerdo nada de aquel trayecto, pero me veo a mí misma, al final de las escaleras, maravillada ante el inmenso jardín que constituía el Escondite del Águila. Flores manchadas de sol y un azul sangrante sobre las comisuras del cielo.

Mis compañeros del equipo ya no estaban. En su lugar, me hallaba acompañada por mis padres y Paula, que lo miraba todo con cejas de alerta.

Fuimos caminando hasta llegar a un porche, cimbreado de rosas, en el cual esperaba pacientemente el Monstruo. Nada más verlo, supe que no podían ser ciertas las leyendas que lo concebían como un temible devorador de hombres. Por alguna razón, me enternecía la resignada ausencia de su cabeza, sus manos amarillas, aquella gabardina verde que le otorgaba un aire romántico y atormentado, decadentista y entrañable.

El Monstruo nos saludó amablemente y nos colocó a los cuatro debajo del porche, donde nos explicó que, desde aquel momento, éramos sus prisioneros, y podíamos caminar libremente por todo el jardín. Antes de que me pudiese dar cuenta, mis padres y Paula echaron a correr, como si se hubieran puesto de acuerdo, en dirección a las escaleras por las que habíamos bajado. Estuve a punto de seguirlos, pero el Monstruo me tomó delicadamente de un brazo, diciéndome:

-No te esfuerces: te alcanzaría.

Desde aquel día, fui prisionera del Monstruo en el jardín encantado. La convivencia resultó muy llevadera: descubrí en el Monstruo una personalidad generosa, dulce, benevolente, herida hasta las entrañas más profundas de soledad. Por las mañanas trabajábamos en el jardín, cortando las malas hierbas, recolectando frutos, hinchándonos de sol. A menudo nos acompañaba Clavelito Limón, una bondadosa señora rubia, que iba a todas partes con una larga bata amarilla, y que llevaba viviendo en aquel lugar casi tantos años como el propio Monstruo.

Por las tardes, el Monstruo y yo –y en ocasiones, también Clavelito Limón- nos sentábamos en torno a un fuego exquisito que perfumaba el cielo de fragancia a leña quemada. Una de esas tardes, el Monstruo me confesó que yo era la única amiga que había tenido en toda su vida. Yo creo que se había enamorado de mí.

Lo cierto es que acabé olvidando el motivo por el que un día decidiese entrar en el Escondite del Águila.

Pero todas las cosas que comienzan han de encontrar también su final. Y el final de mi vida en aquel jardín llegó cuando tuve una conversación abierta y sincera con el Monstruo, durante la cual le dije que echaba terriblemente de menos a mi familia. El Monstruo entonces decidió que había llegado la hora de concederme la libertad. Me despedí de Clavelito Limón, emocionada, y partí con el Monstruo hacia las escaleras que tiempo atrás me condujeran al jardín.

-Me he dado cuenta –dijo el Monstruo- de que Clavelito también ha sido mi amiga desde siempre, pero yo no la sabía valorar. Ahora que te vas, será mi única compañía…
-No digas eso, Monstruo –le pedí, con lágrimas en los ojos-. Yo volveré de vez en cuando a visitarte.
-Me encantaría… -musitó- Ten, llévate este mapa. Ha pasado mucho tiempo desde que llegaste aquí, pero allá afuera solo ha transcurrido una semana. Este mapa te mostrará donde se encuentran tus padres y Paula.
-Gracias, Monstruo –dije cogiendo el mapa.

Después, le estreché en un fuerte abrazo. Sería la última vez que podría contemplar su delicado cuerpo sin cabeza, envuelto en aquella vieja gabardina.

Y comencé a subir escalones, uno tras otro, en una marcha interminable. Cuando había perdido de vista al Monstruo y a su jardín, miré el mapa. Y vi que mis padres y Paula se hallaban inexplicablemente lejos, perdidos por el mundo, cada uno en un lugar distinto. Una congoja terrible se apoderó de mi ser.

-¿En solo una semana se han olvidado de mí?

Era posible. Igual que yo olvidé el misterioso motivo que me había conducido un día hasta el Escondite del Águila.


domingo, 2 de junio de 2013

Desde la Luna



Joan Miró, "Asteroide azul"


Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.

Federico García Lorca


Acurrucada en el mar más sombrío de la Luna, sola con el aire inexistente, consigues volver a evocar aquella antigua canción. Nada ha cambiado. Sigues siendo un trocito de pájaro envenenado, un cúmulo de miedos inconcretos que ni tú lograrías comprender. Igual que un río que termina desapareciendo.

Piensas que alguien se ha debido llevar el verano en sus ojos, y ni las playas de Cádiz lograrían recuperarlo. Y a ti, te queda el frío. Y un mareo suave que se extiende por tu cuerpo, ese cuerpo que ni siquiera es tuyo, que notas vacío, extraño, casi siniestro. Pero viajar… ¿a dónde? ¿Por qué?  

Viajar a la Luna y permanecer encerrada entre los barrotes de sus venas de diamante. Viajar dentro de un recuerdo. Lejos, acurrucada en el cuerpo que no es tuyo. Todos somos prisiones superpuestas.

La última imagen que pasa por tus labios antes de dejar caer los párpados, pesados cual sentencias, es una ciudad. Una ciudad que agita su cabellera de viento, en son de despedida.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título