René Magritte
“Hay cosas conocidas y cosas
desconocidas, y en medio están las
puertas.”
Jim Morrison
Aquella noche no era la noche
del último día sobre la Tierra. Madrid se disfrazaba de ciudad evanescente,
brumosa de luceros escondidos y de esquinas solitarias. Sucedió en verano, como
todos los sueños hermosos. Porque el otoño es la estación de la melancolía y el
invierno sólo sirve para tiritar y para soñar otra vez con las luces de julio y
agosto.
-¿Me consideras un amor
imposible?
Ella lo miró, espantada.
-¡Qué directo! Yo… -tragó
saliva-. Es mejor no abrir la Caja de Pandora. Lo que es imposible, será
siempre imposible…
-Con tu ley de los amores
imposibles, estás pasando por alto la posibilidad de que yo pudiera enamorarme
de ti.
-¿Enamorarte tú de mí…? ¡No,
ni se te ocurra! Eso sería terrible.
Sus palabras dieron lugar a
unos segundos de silencio en los que él sonrió levemente, como vislumbrando el
final de una historia que siempre había conocido.
-¿Y si ya lo estuviera?
Ella lo miró, sintiendo como,
uno a uno, se rompían todos sus perfeccionados esquemas; calibrando su posición
entre el presente y la invisible puerta desde la cual se vislumbraba el vacío
de lo desconocido. Finalmente, guiada por fuerzas inconscientes, decidió
cruzarla.
-Te respondería que yo también
lo estoy…
Él volvió a sonreír, porque
aquellas palabras no constituían en absoluto una revelación. Se acercó
suavemente a ella y le dijo:
-¿Te atreverías a darme un
beso?
La joven abrió mucho los ojos;
parecía que se fuese a desmayar de un momento a otro. Al fin, consiguió
articular una respuesta, que constituía en realidad otra pregunta:
-¿Y tú? ¿Te atreverías tú?
Él esperó unos segundos antes
de responder:
-Claro…
Fue como saltar al vacío con
los ojos vendados. Y el mundo entonces se resquebrajó en dos: lo que había sido
antes de ese momento, y una historia nueva que empezaba justamente en aquel
beso. Todas las Bellas Durmientes se despertaron, los versos de Salinas se
volvieron realidad, y los maleficios de las brujas malvadas se desvanecieron de
repente. La muchacha abrió los ojos dentro de aquel vacío, y se encontró a sí
misma buceando en lo imposible, cuyas aguas eran de plata, dulces y
aterciopeladas, y la envolvían en un abrazo cuajado de azules, de mares que no
terminan y de finales felices. Aquella no era la noche del último día sobre la
Tierra, pero hubiera podido serlo.
Cuando se separaron, ella, aún
con los ojos como platos, comenzó a acariciar con delicadeza el rostro de él,
memorizando sus facciones, asegurándose de que podría recordarlas cuando despertase.
Él, sin dejar de mirarla, dijo:
-Te he esperado toda la vida.
En el cielo infame de Madrid
se encendieron las estrellas que nunca antes se habían vislumbrado. Y dentro de
aquel sueño, ella soñó con no despertar jamás…
2 comentarios:
Dichoso para siempre sea aquél que alcance la dicha que con tanta emoción has descrito. Porque será feliz para siempre junto al ser amado. Después de una noche de Stevenson y paseos bajo la asociación de William Blake, ella alcanzó a expresar, por fin, lo que tantas veces había soñado decirle. Y él amó por primera vez.
A veces en la realidad se pueden superar los sueños. Dicen que hay que tener paciencia y que todo se presenta aunque los amores reales rara vez se parezcan a los de los sueños, imperfección humana supongo.
Pero ¿quién no soñó alguna vez con no despertar de un sueño así? Es hermoso como transportas con las palabras, de tal forma que uno puede sentirse dentro de la historia. No es un don que tenga mucha gente.
Abrazos
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