sábado, 31 de diciembre de 2011

La primera luz

"Nube", René Magritte

[…] Buscaba alguna palabra para aparentar comunicación. Mas ¿qué decir? Sentía tal frío que ya casi no era cuerpo, sino una idea: la idea de frío, perdida durante un crepúsculo de enero por un triste rincón de la tierra. Sin embargo ¿dónde estaba la tristeza, en mí o en las cosas? No te engañes, Albanio: vivir es sentir intensamente la falta de algo […] Todos esos deseos que llevas ahí, bien clavados en el pecho, nada responden ni demuestran. Limítate a vivir, simplemente. ¿Te acostumbrarás a ello? ¿No? Peor para ti.

Luis Cernuda, Diario de un viaje



Otro año que se muere. Se aleja hacia la orilla opuesta del tiempo, dejando un sabor agridulce en la comisura de los labios. Diminutos instantes de luz en medio de un paisaje anguloso y adverso, enemigo de la imaginación. Diminutos instantes cuyo recuerdo arrastra tras de sí una sombra inmensa, un agujero inexpugnable de oscuridad. Irremediablemente. Pero sin luz, entonces no…

En algún momento indeterminado he comprendido al fin por qué las pupilas son siempre negras. Lo son para ocultar el miedo que se esconde por detrás de los ojos: el miedo a que no pase nada, el miedo a lo que pueda pasar. Tumbarse en la arena de cara al mar tiene el mismo grado de riesgo que cerrar los labios y utilizar una soga de nubes para alcanzar la luna. O que coleccionar bigotes de gato. Nunca descubrirás si lo que tienes enfrente es realmente el mar y, por muchas nubes que encadenes, la luna estará siempre lo suficientemente baja para que no consigas alcanzarla. Después te quedará la opción de descender a los infiernos, que además resultan mucho más tentadores en diciembre.

Vivir es sentir intensamente la falta de algo. Es la única enseñanza que el año moribundo puede proporcionarme, aunque no voy a infravalorar la contribución de los anteriores en dicho descubrimiento. Insatisfacción. Ocurre igual que en esas pesadillas en las que, por mucho que corres, no consigues avanzar ni un centímetro. Así son los deseos: demasiado altos –o bajos, como la luna- para realizarlos. Deseos como copas medio vacías –sí, me declaro pesimista- o como intentos por atrapar el sol con un cazamariposas. E incluso si lo consiguieras, te invadiría una nostalgia irremediable por no ser una humilde estrella, en vez del sol, la que ahora expirara en tu tarro de cristal. Y es que el cielo está cuajado de realidades inalcanzables.

Tengo demasiados poemas y demasiados nadies a quienes dedicárselos. Demasiadas historias que han perdido su protagonista, o demasiados protagonistas sin historia. Prefiero no tener que traducir las letras de las canciones en inglés, y a menudo se me olvida recordar algo que me dejé olvidado mientras caminaba por el mundo. En un día del que tampoco me acuerdo. Y sí: yo soy de esos infelices que no se acostumbran a vivir, simplemente. Todavía conservo la esperanza de que algún día, mirándome al espejo, mi verdadera imagen se asomará por detrás de las pupilas, sonreirá y me tenderá una mano hacia un cuento del que yo sería la protagonista perdida. ¿Huir? Sí; ya sé que es el recurso romántico. Y tal vez ni siquiera de ese modo estaría satisfecha. Pero también el tiempo se va sin preguntar, envuelto en su disfraz de años y de Nocheviejas borrachas de propósitos imposibles.

No olvidemos encender la luz cuando terminen las doce campanadas… En 2012.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Feliz Navidad


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Pablo Neruda


Diciembre. Vacaciones. Mañanas en pijama. Absurdas comedias navideñas de TVE. Especiales en las series de dibujos animados. La maleta vieja donde se guardan todos los adornos. Separar las ramas del Árbol de Navidad. El canguro de las montañas del Belén. Nieve de corcho. Cadenetas. Anuncios de perfumes. El Calvo. Frío. Bufandas, guantes, gorros de pompón. Panderetas. Pasamontañas. Bromas de la Plaza Mayor. Circo. Chocolate con churros en el Café Comercial. Luces que se desvanecen cuando lloras. Villancicos. Ese Papá Noel que nunca viene a casa porque estás abonada a los Reyes. El otro Papá Noel que permanece en tu estantería el resto del año, y que canta una canción si le das cuerda. Cochinillo asado. Fotos, más luces. Mamá. Orejas de reno. Recuerdos. Lejanía. Olores encontrados. Otra casa, otro salón, otro Árbol. Una niña sentada a la mesa, soñando sueños hoy envejecidos. Envejecidos, pero no muertos. Los mismos ojos, las mismas lágrimas, los mismos labios de cereza madura. Borroso. Nostalgia. Siempres deteriorados por las esquinas. Feliz Navidad.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Presentimiento


"No mires atrás, Shaime. Si miramos atrás en los andenes, la imagen permanece como una promesa."

(Un toque de canela, 2003)


Todo se parecía demasiado a un cuento de hadas, hasta ese momento: el momento de la despedida. La playa entonces se estremecía en naranjas y rosados al efecto del crepúsculo. Cuando se separaron, ella comenzó a caminar y, no habiendo dado cinco pasos, volvió la cabeza, esperando que él también la volviera. Pero él seguía alejándose sin detenerse un solo segundo. Él no se volvió.

Una súbita inquietud comenzó a tomar forma dentro de ella. Tenía un presentimiento, y es que el hecho de que no se volviera para mirarla no podía anunciar nada bueno. Pero en aquel momento, el veneno de la felicidad aún hacía efecto sobre su frágil corazón. Las primeras estrellas sonreían ya desde el firmamento; el mar se había convertido en una masa de agua negra, impenetrable; nocturno escenario de una historia cualquiera del romanticismo. Así que, sonriendo, desechó aquellos sombríos pensamientos y siguió su camino. Alejándose hacia una realidad en la que faltaba el color azul.

En general, nunca solía errar en sus presentimientos. De la misma forma que, cuando veía por primera vez unos ojos con un brillo especial, podía adivinar en ellos a un amigo. O cuando, después de probarse un conjunto, su madre la sometía a esa especie de escáner silencioso al que seguiría un sucinto “¿Qué tal te quedaría con otra camiseta?”. Esa íntima satisfacción consecuencia de la leve sonrisa dibujada en los labios de un profesor que pasaba por delante de su mesa durante el examen y, casualmente, vio su respuesta a la pregunta número 3; o cuando, al intentar comunicarse con los amigos para ver si salían o no, de repente todo el mundo desaparecía: un claro indicio de que nadie tenía intención de salir. Era lo mismo que preguntar en casa “¿Qué hay de cenar?” y no recibir respuesta. Irremediablemente, algo que no le gustaba; tal vez pescado.

Él no se volvió entonces, pero tampoco se volvió nunca más. Ella debió haberlo sabido con certeza desde aquella primera –y única- despedida. Pero, como alguien dijo, nos aferramos a nuestros sueños tan desesperadamente como a nuestra vida. Instinto de supervivencia; ni más ni menos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Desasosiego


Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad. Gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derritió con leve susurro al tropezarme. Anduve más y más.

Luis Cernuda


Recuerdo las calles de París, tamaño XXL; para cruzar la calzada casi había que coger un autobús. Caminábamos y caminábamos bajo el sol de agosto, y el horizonte se manchaba de edificios aún más inmensos, de formas perfectamente cuadriculadas. Una no podía evitar sentirse diminuta, como Gulliver en el País de los Gigantes. La grandeur parisien, la llamaban.

Hoy he soñado que volvía a caminar por esas calles infinitas, solo que en esta ocasión estaban desiertas. Me invadía un desasosiego arquitectónico que lentamente iba llenando de plomo mi pecho, encogiéndome el cuerpo y embotándome los pensamientos. Todo a mi alrededor resultaba sobrecogedoramente hermoso, igual que mirar hacia altamar con unas gafas de buceo y presentir que más allá no existe nada, salvo mar.

Me avergoncé de mi ridículo sentimentalismo, de esperar una ciudad entretejida de acordeones o un Príncipe Azul a quien no le importa luchar contra el dragón que lanza llamaradas por la boca. París no tiene por qué ser París; puede más bien ser una estación vacía en el corazón, una inseguridad recalcitrante o un inexacto miedo que habita en las raíces imposibles del romanticismo. París me persigue como un eco, recordándome día tras día, hora tras hora, que no existe el mundo que imaginaba. Que todavía no he dejado de imaginar. Hoy he soñado que caminaba por aquellas calles vacías, y ni siquiera estaba dormida.


Sigo buscando una verdad entre todos los elementos desvanecidos del mundo. Fuera de mí, no la encuentro. Y entonces no puedo evitar preguntarme dónde está mi cuento, y en qué momento me alejé de él para perderme por estas realidades inmensas. El cielo, a lo lejos –muy lejos- me responde enviándome desnudos rayos de luz, sin rastro de sombra en sus definidos perfiles. En ese momento, descubro que nunca he existido.


jueves, 20 de octubre de 2011

La edad de los Cisnes


Cuando nada sucede,

y el verano se ha ido,

y las hojas comienzan a caer de los árboles...


Ángel González


Como todos los minutos, este parece que se ahoga. Me falta tiempo para bajar un instante de la rutina que nos devora y ponerme a reflexionar acerca de esos veintidós años con forma de cisne que son míos desde hace una semana. Me falta tiempo para indignarme con aquellos que se llaman amigos, y tiempo también para contemplar de lejos las cosas que debiera haber olvidado. A lo mejor es que incluso me falta tiempo para olvidarlas, o tiempo para fingir que ya lo he hecho, que alguna vez lo haré –son tantos y tantos años ya. Pero no importa; ni siquiera tengo tiempo para tratar de descubrir si, entre mirada y mirada, te das cuenta de que no te ignoro.

Me falta tiempo para mirar al pasado y alimentar la desagradecida fiera del rencor, presente en distintos espacios y en similares corazones; hoy por hoy solo existe un presente en el que el sentido de la amistad se mide por el hecho de que una persona esté ahí en el momento preciso. Sin importar el pasado, sus favores o perjuicios antiguos. Porque la amistad, al igual que el amor o que la luna, es cambiante y prisionera de las emociones, y en modo alguno se trata de un convencionalismo que toma forma una vez al mes a través de una cena en la que todos se miran sin verse. La amistad se quiebra y se recompone, pero siempre de un modo tan brusco y pasional que no puede dejar de llevarse consigo trocitos de corazón envueltos en lágrimas, ya sean de alegría o de decepción. Yo cuando miro a mi alrededor y lo veo tan frío, tan desprovisto de matices emotivos, solo puedo sentir una lánguida tristeza por esa ausencia de algo más profundo que me una a todos ellos. Porque algo hay que nos une, sí; pero temo que no sea más que una costumbre, una maldita costumbre vestida de hipocresía y de ganas de solventar la ociosidad. Amigo es un título demasiado precioso para aplicarlo a gentes con las que, si acaso, algún día hubo confianza. Con la que hoy ni siquiera existe una mínima complicidad.

No espero encontrar amigos en esta edad de cisnes duplicados. Las personas se mueven muy rápido porque también les falta tiempo, sobre todo para detenerse y tratar de ser delicados o pensar en los demás. Y ya nadie parece conocer a nadie, a pesar de que cada vez se conoce más gente, y cada vez más deprisa, y todos hablan y todos quieren verte, y en el fondo ninguno se acuerda de tu nombre. Por eso, encontrar en ese mar de rostros cambiantes uno solo que me sigue siendo familiar, que a pesar de desaparecer a ratos, como la luna, permanece inalterable; me hace pensar que todavía es posible creer en esa utopía llamada amistad. Y curiosamente, los verdaderos amigos nunca tienen prisa.

Al final, aquí estoy divagando, como si yo tampoco la tuviera. Lo confieso: la desesperanza me abruma y veo necesario escribir. Ya lo dijo Ángel González; que en octubre nada sucede, y nada pasa salvo el tiempo y las ilusiones, que parecen veladas por el correr inútil de la rutina gris disfrazada de amaneceres pálidos. Lo bueno de no tener tiempo es que tampoco lo tengo para lamentarme, ni para pensar en un futuro opaco, un futuro que hoy solamente cobra forma de noviembre. De nuevo el gélido noviembre, esperando tras la esquina gastada del ahora.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Naufragios


Ahí, detrás de la risa,
ya no se te conoce.
Vas y vienes, resbalas
por un mundo de valses
helados, cuesta abajo;
y al pasar, los caprichos,
los prontos te arrebatan
besos sin vocación
a ti, la momentánea
cautiva de lo fácil.

“¡Qué alegre!, dicen todos.
Y es que entonces estás
queriendo ser tu otra,
pareciéndote tanto
a ti misma, que tengo
miedo de perderte, así.

Pedro Salinas

.

Atruena la música, y un sinfín de cuerpos desencadenados se estremecen amén de los acordes. Tú eres un cuerpo más, aunque nunca lo hayas buscado. Se deslizan las miradas entre el mar arrasado de cabezas, y te sientes formar parte de algo muy grande que te hace ser un poco menos persona. No pienses; déjate llevar por esa música que ni siquiera te entusiasma. Al final acabas tarareándola, como todos los demás, porque no eres nadie especial y el rincón es un lugar demasiado melancólico. Porque al final, todas esas cabezas buscan lo mismo, ¿no? Es el miedo a la soledad, que se traduce en un inmenso rebaño humano –o humanoide- que naufragan, uno a uno, por las notas difusas del alcohol y el ritmo desenfrenado e inútil.

Pero tú no naufragas. Navegas, te camuflas, giras con la marea como un junco flexible que se dobla a merced del viento; te haces pasar por un de ellos. Aunque realmente no lo seas, y ese cristal que rodea tu figura permanezca ante ti, imperceptiblemente infranqueable. Y así lo prefieres. Pero entonces, descubres una mirada profundísima que te abrasa desde varios metros más allá, y cada vez que alzas la vista te chocas con ella. Dudas. ¿Acaso no ha visto tu muro invisible? Te mueves, giras, haces como que cantas, vuelves y… la mirada continúa allí, y está más cerca. Te observa detenidamente, con un vaso de cubata, sin prisa, con una media sonrisa confiada. Igual que un lobo acecha a una oveja. Tienes miedo: ¿así que al final resultas ser como una oveja más de las que están allí? La insistencia del lobo parece confirmarlo. Te indignas, pero dentro de ti descubres una parte que sonríe, casi con esa misma sonrisa confiada lobuna, y procuras que no se refleje en el exterior. Tú no eres así.

Llega el momento y el cazador se acerca, murmurando una retahíla de palabras banales que solo entiendes a medias. Casi te parece escuchar cómo se quiebra el cristal que te rodea. Devuelves la sonrisa y te sientes traidora a algo que no sabrías identificar, porque las intenciones del lobo no son buenas. Desde el principio, sabes que no lo son. Y sin embargo hay algo en esa mirada que te impide repetirte Tú no eres así. Sonríes otra vez, bailas, respondes a sus estúpidos parloteos; y de repente te sientes una más de entre todos. Naufragando irremediablemente. Algo en tu interior siente nostalgia de los rincones y de las niñas perdidas en una fiesta, y de no saberte la letra de las canciones que van poniendo, una a una. Tú no eres así. Te sigues doblando como un junco, pero ya no hay papel que representar; la música atruena y dejas de reconocerte, y la mirada sin promesas del lobo te envuelve. Te encuentras tan dentro de la marea humana que ya casi no sientes claustrofobia, como si todos en verdad fuerais uno.

De pronto, sientes miedo. Tú no eres así. Quieres volver atrás el reloj y modificarlo todo desde el instante en que esa mirada se acercó, o tal vez desde mucho antes. Vuelves a percatarte de la inmensa masificación que te rodea, a ti y a tu cristal, y dejas de sonreír. El lobo te sigue contemplando, sin poder adivinar lo que pasa en ese momento por tus pensamientos. Al fin y al cabo, es un lobo; y tú una princesa que se alejó demasiado de su cuento. Pero estás segura de que la Bella Durmiente fue incapaz de esperar dormida durante cien años; o quizá, al contrario que tú, tenía un sueño muy profundo, o un Príncipe Azul posible. Y el problema de alejarse de tu propio cuento es que por el camino, irremediablemente, acechan los asesinos de luces y los lobos; y si no, que se lo digan a Caperucita.

Das un paso atrás, repentinamente. Se desvanece todo. Representas un último acto para alejar al lobo sin levantar sospechas; para sortear el mar de cabezas perdidas que buscan encontrarse a base de olvidos. Dejas de escuchar la música, el frío de la calle te devuelve un nombre. Y tú, arrepentida, melancólica y sola; te alejas. Tú no eres así… Y sin embargo…

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título