Luis Cernuda en 1928
No conozco otro mundo sino es
éste,
Y sin ti es triste a veces. Ámame
con nostalgia,
Como a una sombra…
Luis Cernuda
Cada 21 de septiembre muere el
verano. Las horas, como hojas crujientes, comienzan a sucederse a un ritmo
implacable. En el paisaje que hay tras la ventana de mi cuarto se refleja el
sol de la tarde, y la llegada del otoño parece un secreto aún.
Pero yo sé que acecha el frío
detrás de cada sombra, detrás de cada sonriente rayo de luz. El frío y los
noviembres húmedos de nostalgias inciertas. Me invade el espíritu otoñal, a
pesar de que en la calle hagan más de treinta grados, y de que todavía no hayan
cerrado las piscinas. El fantasma del otoño viste de dorado y de memorias
sueltas, de cabellos pálidos y sonrisas tristes. De adagios de Albinoni y
tangos de Gardel; de versos de Cernuda.
-Es tremendamente curioso que
yo naciera, precisamente, el día en el que muere el verano –dice Luis,
emergiendo de uno de sus libros y sentándose a mi lado-. ¿Por eso siempre me
acompañará esta nostalgia?
-Siempre esta nostalgia, esta
inseparable / nostalgia que todo lo aleja y lo cambia… -recito casi de forma
inconsciente.
-¿Rafael Alberti? –me reprocha
Luis con sorna- Te creía con más gusto.
-Es mi segundo poeta favorito,
por detrás de ti –me apresuro a puntualizar.
-Alberti es la frivolidad
hecha persona… un ignorante lleno de simpatía que se suma sin ningún tipo de
complejo a las modas literarias del momento…
-Qué duro eres a veces, Luis –le
regaño-. No deberías prejuzgar a las personas de esa forma. Nadie que haya
leído Sobre los ángeles podría defender la supuesta frivolidad de Alberti. ¿Lo
has leído?
Luis se remueve, incómodo, y
espera unos segundos antes de responder:
-Sí, lo he leído.
-Entonces sabrás que surgió de
un desengaño amoroso, igual que tu Donde habite el olvido.
-¿Maruja Mallo? ¡Ja! No puedes
comparar lo mío con Serafín y lo suyo con esa…
-¡Luis! ¿Por qué tienes que
ser tan duro juzgando a las personas sin conocerlas en profundidad? No soporto
que mis dos poetas favoritos tengan que llevarse mal entre ellos.
Luis guarda silencio, con los
brazos cruzados y un gesto de elegante altivez.
-Pues solo me faltaba que
ahora te enfadases también conmigo… -digo.
-Creía que tú me comprendías,
pero ya veo que sigo estando solo.
-¿Por qué dices eso? Sabes que
yo siempre he estado y estaré a tu lado…
Entonces, Luis relaja la
expresión y suspira.
-Sí, ya lo sé. Estabas incluso
antes de poder estar.
Hay una soledad palpable en el
timbre de su voz.
-A veces pienso que el amor no
es posible porque está perdido en épocas, en años, en generaciones –continúa-. Somos
tan pocos, y tan mal repartidos. ¿Qué harías si el amor de tu vida estuviera en
el siglo dieciocho?
-Eso ha sonado mucho a naipes
y barajas perdidas, Luis.
-Pero no me digas que nunca te
lo has preguntado. Imagínate que todos pudiéramos reunirnos un día, por encima
de los tiempos, en un siglo sin número, en una dimensión alternativa.
-Hubieras sido mi mejor amigo –confieso,
insistiendo en algo que ya conoce-. Si el tiempo de los hombres y el tiempo de
los dioses / fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo, / unida con la
tuya se acordaría en cadencia… Y eso no es Alberti.
Le guiño un ojo. Luis sonríe
levemente, antes de continuar:
-… Y alcanzar aquel muro del
espacio / separando mis años de los tuyos futuros.
Sus palabras dan paso a un
cómodo silencio, aquel que solo se puede establecer entre dos almas que
conectan entre sí. La mirada profundísima de Luis almacena un cúmulo de
sentimientos encontrados, y en ninguno de ellos se encuentra el desprecio. Sé que,
al final, le acabaré convenciendo de que Alberti es buena persona, porque ni
siquiera él está convencido de lo contrario. Me gustaría poder guardarme esa
mirada para volver a perderme en ella cada vez que yo también me encuentre
sola.
Abro los ojos. Es el otoño,
disfrazado aún de verano, quien vuelve a llamar a mi ventana en este veintiuno
de septiembre extraviado en un siglo gélido.
-Feliz cumpleaños, Luis –susurro
para mí, suponiendo que nadie más me oirá.
Entonces, las copas de los
árboles que hay frente a mi ventana se estremecen levemente, agitadas por el
aire que a veces se confundía con su persona…
Tal día como hoy, hace 110 años nacía en Sevilla Luis Cernuda, el poeta de la soledad. Sirva esta entrada como homenaje a su memoria.
1 comentario:
No es que Cernuda prejuzgue a nadie, sino que los poetas siempre rivalizan por las musas. Véase el bonito ejemplo... ¡Pasa hasta en las mejores recreaciones! Seguro que a la autora se le ha aparecido el vate de Ocnos. ¿Quién podría negarlo a la vista del testimonio?
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