Salvador Dalí, "Cenicitas"
-Nadie conoció a Aire como yo –dijo
con un tono de pesar viejo escondido en la voz.
-¿Aire? ¿Quién era Aire? –le pregunté.
-[…] ¿Qué quién era Aire? ¡Oh,
nadie! Al menos socialmente; no crea que fue ministro, ni general, ni siquiera
profesor. […] ¿No conoce esas ruinas que hay en la isla de la Pena Muerta? Son restos
de una fortaleza nazarita, levantada a su vez sobre los de un templo
contemporáneo de las colonias griegas en el país. […] Vine yo aquí en busca de
una supuesta estatua helenística, la estatua del dios a quien dieron culto en
este templo, y que presumiblemente estaba enterrada junto a las rocas de la
Pena Muerta. Las gentes de Sansueña consideran a la isla como maléfica y huyen
de ella. Tal vez con razón, como luego verá. Porque yo encontré la estatua, no
en mármol corroído, sino en carne viva y animada, con más suerte que Pigmalión,
aunque fue mayor mi castigo.
(Luis Cernuda, “El indolente”)
Me pregunto si el islote de la
Pena Muerta seguirá allí, cercano a la orilla de Sansueña, preso de las idas y
venidas de la marea del Mediterráneo. Tal vez, después de la muerte de Aire,
aquellas ruinas hayan quedado sepultadas para siempre en el mar, igual que su
recuerdo se ha vaciado en un rincón de la memoria de los lugareños más
ancianos.
Hace mucho que ya no está Don
Míster para buscar la estatua griega. ¿Era Don Míster, o eras tú? ¿Aquello
sucedió en Sansueña, o en mi playa, en nuestra playa? He caminado tantas veces
por la orilla de la mano de tu recuerdo: un recuerdo ilusorio, pero más tangible
que muchas realidades. En mis sueños siempre sonreías con seriedad, clavando
tus ojos negros en el horizonte, dedicándome un ramo de silencios emocionados,
construidos con el mismo material que la luna llena.
¿Realmente pudo morir ahogado
Aire? ¿Quién fue Aire? ¿Buscabas en él a la estatua griega perdida en las
ruinas de la Pena Negra? ¿O es que dicha estatua nunca existió?
Quisiera no creerte. Pensar que
Sansueña es en realidad mi playa, y que cuando pueda regresar allí, aquella
criatura de mar y viento surgirá desgarrando el ocaso una vez más, buscando a
Don Míster. A Don Míster, o a ti. O tal vez, a mí misma.
Una mañana estaba yo en el
lugar apartado de la playa cuyo maleficio legendario alejaba a las gentes y
donde solía pasar largas horas. Recordé los cuentos que corrían por el pueblo,
la estatua sepultada que yo había venido a buscar, y que con pereza nueva en mí
tenía casi olvidada. ¿Lo diré? Sentí cierto recelo. Los dioses se vengan de
quien los olvida. Después de todo las gentes de Sansueña podían tener alguna
razón que abonase su temor supersticioso. Miré al islote de la Pena Muerta. […]
Entonces surgió una aparición.
Al menos por tal la tuve, porque no parecía criatura de las que vemos a diario,
sino emanación o encarnación viva de la tierra que yo estaba contemplando.
Aquella criatura, fuese quien
fuese, saltando desnuda entre las peñas, con agilidad de elemento y no de persona
humana, se fue acercando poco a poco. Así conocí a Aire.
1 comentario:
Quizás cada uno pueda crear su propio islote y encontrar allí a Aire o su estatua perdida...o tal vez todas aquellas cosas que quedaron por decir.
¿Qué más da el lugar? Sea en Sansueña o aquí al lado, cada uno puede encontrar lo que fue a buscar si se empeña en ello. Los dioses no se vengan si se los olvida, el olvido es el que se venga siempre de nosotros.
Un abrazo.
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