viernes, 23 de diciembre de 2011

Presentimiento


"No mires atrás, Shaime. Si miramos atrás en los andenes, la imagen permanece como una promesa."

(Un toque de canela, 2003)


Todo se parecía demasiado a un cuento de hadas, hasta ese momento: el momento de la despedida. La playa entonces se estremecía en naranjas y rosados al efecto del crepúsculo. Cuando se separaron, ella comenzó a caminar y, no habiendo dado cinco pasos, volvió la cabeza, esperando que él también la volviera. Pero él seguía alejándose sin detenerse un solo segundo. Él no se volvió.

Una súbita inquietud comenzó a tomar forma dentro de ella. Tenía un presentimiento, y es que el hecho de que no se volviera para mirarla no podía anunciar nada bueno. Pero en aquel momento, el veneno de la felicidad aún hacía efecto sobre su frágil corazón. Las primeras estrellas sonreían ya desde el firmamento; el mar se había convertido en una masa de agua negra, impenetrable; nocturno escenario de una historia cualquiera del romanticismo. Así que, sonriendo, desechó aquellos sombríos pensamientos y siguió su camino. Alejándose hacia una realidad en la que faltaba el color azul.

En general, nunca solía errar en sus presentimientos. De la misma forma que, cuando veía por primera vez unos ojos con un brillo especial, podía adivinar en ellos a un amigo. O cuando, después de probarse un conjunto, su madre la sometía a esa especie de escáner silencioso al que seguiría un sucinto “¿Qué tal te quedaría con otra camiseta?”. Esa íntima satisfacción consecuencia de la leve sonrisa dibujada en los labios de un profesor que pasaba por delante de su mesa durante el examen y, casualmente, vio su respuesta a la pregunta número 3; o cuando, al intentar comunicarse con los amigos para ver si salían o no, de repente todo el mundo desaparecía: un claro indicio de que nadie tenía intención de salir. Era lo mismo que preguntar en casa “¿Qué hay de cenar?” y no recibir respuesta. Irremediablemente, algo que no le gustaba; tal vez pescado.

Él no se volvió entonces, pero tampoco se volvió nunca más. Ella debió haberlo sabido con certeza desde aquella primera –y única- despedida. Pero, como alguien dijo, nos aferramos a nuestros sueños tan desesperadamente como a nuestra vida. Instinto de supervivencia; ni más ni menos.

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