lunes, 17 de mayo de 2010

La otra perspectiva

René Magritte


Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

Federico García Lorca



A menudo, el destino nos reserva ironías tan crudas que nos dejan en la boca un amargo regusto a irrealidad. Todo se basa en perspectivas. Estar a uno u otro lado. Unas horas antes o después. Mirar desde lejos o descubrirte dentro del círculo.

Desde que empecé a ir a la universidad, cada mañana me bajo en la estación de metro de Plaza Elíptica, donde Carlos Morla interpreta siempre la misma melodía en su teclado. Es una melodía triste, monótona, igual que su mirada. Yo no puedo evitar odiarla, aunque sé que cuando no la escuche la recordaré como algo entrañable. Después me subo al autobús que me lleva hasta la universidad. Siempre pasa por delante del Tanatorio Sur y yo siempre me estremecía al ver a la gente pasear por la terraza. A cualquier hora, nunca falta la gente caminando por esa terraza.

Aquella mañana me bajé en la estación de Plaza Elíptica. Carlos Morla ya había empezado a interpretar la misma melodía, que ese día parecía lejana, como perteneciente a un sueño, igual que si el mundo fuera ajeno a mi tristeza y la única que me hubiera detenido fuese yo. Me subí al mismo autobús de todas las mañanas, pero esta vez me bajé varias paradas antes. Unas horas más tarde, me descubrí mirando por aquella terraza que siempre veía desde el autobús. Y veía pasar los autobuses a lo lejos.

Qué extraña es la sociedad. Qué extraños son los tanatorios y las conversaciones banales de gente que nunca has visto. Qué extraño saber que al final del pasillo se encuentra lo poco que queda en el mundo de una de las personas a las que más has querido. Y que no puedes mirar para que no se queme tu recuerdo. Que no volverá a frotarte la espalda ni a regalarte billetes de cinco euros muy doblados, ni a consolarte cuando lloras ni a recordarte cuando ibas en el carrito y era el único capaz de conseguir que te durmieras. Que no volverás a oír su voz con acento extremeño diciendo que aunque él no sea de esos abuelos besucones, eres lo que más quiere en el mundo. Qué extraño saber que al día siguiente ya no quedarán de esa persona más que cenizas. Cenizas; pero sin curas cerca, que él no los quería ni ver. Cenizas y un vacío grabado a fuego en tu alma, como un desgarrón interior que te encoge el estómago y que te hace sentirte el ser más diminuto y perdido de todo el universo. Igual que si alguien te hubiera arrancado un pedazo de vida.

Qué extraño ver vacío el hueco del sofá donde solía sentarse. Y ser consciente de que esto no es una pesadilla y de que no vas a despertar; ni vas a poder volver atrás para cambiar tantas cosas y decir tantas otras. Porque todo se basa en perspectivas y ahora estás al otro lado…

1 comentario:

Edu dijo...

Nacer es comenzar a morir...lo importante es que esas cenizas, en tu corazon sean un alma viva.
Un Abrazo

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

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