martes, 12 de marzo de 2013

Pincel de tiempo (I)


Septiembre de 2005




Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Luis Cernuda



I.

No importa los años que pasen: siempre arrastrarás tras de ti la sombra de aquella niña solitaria que dibujaba muñecas en los márgenes en blanco de los cuadernos, que adelantaba los deberes de clase en los recreos, que jugaba a pincharse el dedo con el portaminas imaginando que ello le haría caer en un sueño tan profundo como el de la Bella Durmiente.

Has crecido, sí. Te defiendes bien en sociedad –al menos, decentemente-, te mueves en varios círculos y cada vez dispones de menos tiempo para conversar con tu alma por medio de la poesía. Sin embargo, en ocasiones destellan fogonazos de épocas lejanas, de fines de semana solitarios, viendo llover por detrás del cristal. De princesas de boca de fresa, prisioneras en los poemas de Rubén Darío.

Esa persona también fuiste tú, y todavía bucea dentro de tu sangre, y se refleja en tus pupilas cuando algo en la realidad parece más fuerte que tú misma, y te desarma. Quienes te conocieron en esos años no se han olvidado, y mezclan aquella imagen con la otra nueva que pretendes consolidar, que no termina de echar raíces y a veces tiembla y se desdibuja, desmintiéndote.


II.

Ella te conoció cuando eras esa otra persona. Ella te vio crecer, evolucionar, abrirte al mundo y despertar a la realidad de la nieve que se deshace. La sentiste tan dentro que a veces olvidas que ya no esté, y te parece que su silencio es sólo uno más.

No puede ser real, te dices. La amistad, para ti, era ella. En el sentido más amplio y profundo de la palabra. Pero sí es real el cuchillo afilado de la indiferencia. Cualquier insulto, bronca, reproche, hubiera sido mejor que el hielo sombrío de su mirada.

La herida cicatrizará, pero jamás serás capaz, de nuevo, de sentir tan intensamente la amistad en alguien. De caminar junto a esa otra persona, deshaciendo la noche, compartiendo sueños mientras el mundo gira y, sin daros cuenta, os vais haciendo mayores.

Ahora empiezas a comprender que siempre faltaron lágrimas.


III.

Descubres unos poemas antiguos en archivos aún más antiguos. Los escribió tu otro yo en alguna tarde de tormenta, mirando por la ventana y soñando con un beso imposible.

Son poemas tan emocionados, tan ingenuos, que casi podrías volver a enamorarte del protagonista –y antagonista- de sus versos. No se corresponde con la persona de carne y hueso que ahora camina desgarbadamente sobre el asfalto del presente. Lo miras y te sorprende la falta de complicidad que os separa.

Hay un cristal. Al otro lado, está él.

Y sin embargo, aquel amor inconsciente y en cierto modo imaginario fue el faro que te guió lejos de la niña introvertida y solitaria que no se atrevía a hablar en público. Pero si aquel amor no tenía un destinatario real, significa que tú eres la única responsable de tu propia evolución.

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

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Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título