...esas hojas, los pájaros, las nubes,
las palabras dispersas y los ríos,
nos llenan de inquietud súbitamente
y de desesperanza.
No busquéis el motivo en vuestros corazones.
Tan sólo es lo que dije:
lo que pasa.
las palabras dispersas y los ríos,
nos llenan de inquietud súbitamente
y de desesperanza.
No busquéis el motivo en vuestros corazones.
Tan sólo es lo que dije:
lo que pasa.
Ángel González
En octubre, lloraban las
mariposas. Al Stewart regaba con su piano las tardes en las que todavía no se
había puesto el sol, y entonces podía ser el Año del gato o el de los pájaros,
si atendemos a las diminutas manchas que parecían volar por el cielo azul de
aquella mirada presente en las antologías de Perrault. Aquella mirada que
deseabas guardar para siempre en un frasco con la etiqueta de “Inolvidable”.
Esperabas una palabra y
siempre la misma ventana cerrada, mirándote desde el edificio que quedaba a tu
derecha cuando salías a pasear tus soledades por la calle flanqueada de
castaños que recorriste tantas veces en compañía. En vez de palabras,
aparecieron copos de nieve.
Y eso, en pleno mes de
octubre, y con un sol radiante.
Con el frío volvió una voz
antigua, una voz de tardes de invierno y juegos de niñez, una voz ya distinta,
que hablaba de que las cosas no se podían borrar sin más. ¿Era mejor eso que el
hielo?
También volvieron las miradas
de soslayo y los abrazos, y las manos que jugaban con tu pelo porque ya no
tenían nada que perder por el camino. Las poesías antiguas, el sentido de
algunas páginas caducas de tu diario. Aquel timbre infantil pronunciando tu
nombre, y la complicidad de antaño.
Hubo otras cosas que no
volvieron. No volvieron los aviones el día previo a tu cumpleaños, ni volviste
a subir a la azotea para ver el cielo colorearse con humos que dibujaban una
bandera en la que no creías, pero que en aquellos momentos te gustaba, porque disparaba
la monocromía de las nubes. No volvieron las conversaciones al regresar del
colegio, ni las películas de Disney cuyos diálogos te sabías de memoria –éstas
volvieron, pero en soledad. No volvieron las risas, ni las discusiones
absurdas, ni el “mi trozo es más pequeño”. No volvió la ilusión de cada trece
de octubre.
Un
invierno infinito e inconsciente lo envolvía todo, llevándose incluso las
palabras y las miradas. Te gustaba entonces perderte por los abismos dorados y
letales del pasado, para encontrar la huella de las cosas que ya nunca más
volverían, y aprender a continuar siendo consciente de tu propia identidad, un
setenta por ciento de cuya esencia es el echar de menos. El resto, un ochenta más o
menos –siendo de letras, eso de los porcentajes nunca lo has llevado a
rajatabla- corresponde a las miradas de cielos de pájaros.
Y octubre continúa, cada vez
más frío.
1 comentario:
Hay cosas que no volverán y que naturalmente se echarán de menos pero echar de menos no significa quedarse parado.
Siempre vienen cosas nuevas que también son hermosas. Los pájaros siempre se mueven, nunca están quietos.
No sé si la intención de tu texto era dejarnos helados pero a mi se me ha quebrado algo por dentro. Tiene esa melancolía que tanto me gusta y que algunos consideran triste. Siempre hay belleza en la tristeza, sobre todo cuando la que escribe eres tú y lo haces de esta forma...
Abrazos
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