Soñar es el modo que el alma
tiene para que nunca se le escape
lo que se escaparía si dejamos
de soñar que es verdad lo que no existe.
Pedro Salinas
A las doce, todos los cuentos se terminan. Las hadas desaparecen y la carroza vuelve a ser una calabaza. Y entonces ya no se sabe si lo vivido fue realmente real, porque aparece envuelto entre las remotas brumas del sueño.
Lo más terrible es que ella aún no había despertado, al menos, no del todo. ¿Debía hacer caso a esa afirmación según la cual en un sueño, si te pellizcas, no te duele? Porque a ella todavía le dolía… Y dicen que lo que duele son los recuerdos.
Abstraída, miraba una y otra vez las únicas huellas que demostraban que lo vivido había sido real. No se trataba esta vez de un zapato de cristal, sino de unas pocas fotografías borrosas y algo aparentemente banal: una sombrillita rosa de papel, de las que sirven con las copas de helado o con los batidos. Pero para ella, resultaba especial. Aún recordaba el momento en que él se la regaló, con esa media sonrisa y sus ojos que reflejaban atardeceres. Aquello fue después del baile…
Cenicienta lo había tenido más fácil, pensaba. Su casa estaba relativamente cerca del Palacio, y además el Príncipe hablaba su idioma, no vivía en otro país y no temía mostrar sus sentimientos. Cenicienta podía confiar en que el final del cuento sería feliz, o al menos de que existiría un final. Por algo era un cuento, al contrario de lo que ella estaba… ¿viviendo?
El Mediterráneo volvía a rodearla, mientras veía surgir de nuevo su figura esbelta, elegante, incendiada en un fuego que brotaba de sus ojos y que había prendido en el corazón de la muchacha. ¿Realmente habría existido? Qué importaba… Lo único que sabía es que ella misma se encontraba atrapada a medio camino entre un sueño y la gris realidad. Aunque las doce ya hubieran pasado.
Lo más terrible es que ella aún no había despertado, al menos, no del todo. ¿Debía hacer caso a esa afirmación según la cual en un sueño, si te pellizcas, no te duele? Porque a ella todavía le dolía… Y dicen que lo que duele son los recuerdos.
Abstraída, miraba una y otra vez las únicas huellas que demostraban que lo vivido había sido real. No se trataba esta vez de un zapato de cristal, sino de unas pocas fotografías borrosas y algo aparentemente banal: una sombrillita rosa de papel, de las que sirven con las copas de helado o con los batidos. Pero para ella, resultaba especial. Aún recordaba el momento en que él se la regaló, con esa media sonrisa y sus ojos que reflejaban atardeceres. Aquello fue después del baile…
Cenicienta lo había tenido más fácil, pensaba. Su casa estaba relativamente cerca del Palacio, y además el Príncipe hablaba su idioma, no vivía en otro país y no temía mostrar sus sentimientos. Cenicienta podía confiar en que el final del cuento sería feliz, o al menos de que existiría un final. Por algo era un cuento, al contrario de lo que ella estaba… ¿viviendo?
El Mediterráneo volvía a rodearla, mientras veía surgir de nuevo su figura esbelta, elegante, incendiada en un fuego que brotaba de sus ojos y que había prendido en el corazón de la muchacha. ¿Realmente habría existido? Qué importaba… Lo único que sabía es que ella misma se encontraba atrapada a medio camino entre un sueño y la gris realidad. Aunque las doce ya hubieran pasado.
1 comentario:
Bueno, seguramente, Cenicienta perdiera un zapatito de cristal con el cual el príncipe podrá volver a encontrarla.
Bellos recuerdos mediterráneos :-). No llores porque acabó, sonríe porque sucedió.
Abrazos.
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