sábado, 20 de abril de 2013

Dentro


Casablanca (1942), de Michael Curtiz




Sí, ya recuerdo cómo empezaba: On a morning from a Bogart movie, in a country when they turn back time… Humphrey nunca fue guapo, ¿verdad? Pero tenía algo en la mirada que… Algo que parecía decir: “Volveré”.



Los acordes de piano son el exquisito prólogo a aquella historia en que la que la muchacha vestida de seda emerge desde detrás del sol para perderse por las calles imposibles de una ciudad en forma de acuarela. Tus pupilas son el lienzo. Todo ocurre allí, en el fondo de tus ojos. La noche se sucede tan rápido que apenas recuerdas fogonazos de luz que aceleran tu corazón y le arrancan fuegos artificiales (MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN).

Es mejor perder el sentido de la orientación, o de la realidad. La realidad también tiene un fondo de acuarela. Al menos, la tuya. Igual que Peter Lorre, contemplas de lejos un crimen, perdida entre la multitud. Eres tú, disparando sobre una proyección de ti misma. Ríes amargamente, porque el arma ni siquiera estaba cargada.

Amanece y, como en la canción, te resistes a salir de allí, aunque sepas que deberías hacerlo. Los acordes de piano no durarán siempre: y los que suenan ahora componen el epílogo. Lo curioso es que son exactamente los mismos del prólogo, y eso te hace soñar con que todo vuelve a empezar de nuevo.

Bueno, ¿y por qué no? La vida puede ser como tú la pintes, dentro de tus pupilas. Una acuarela, un espejismo que dure para siempre. Tienes la íntima certeza de que no estás hecha para el mundo de ahí fuera: siempre olvidarás cómo vivirlo: condenada a sufrir o a causar sufrimiento. Dentro de ti, todo es perfecto. Una vida independiente a la de fuera, que siempre te acompaña aunque nadie más que tú pueda verla.

Tal vez, la acuarela seas tú, y no el mundo. Un personaje de drama en blanco y negro que se desvanece nada más anunciarse el final: un personaje ingobernable. El crimen es exactamente ese: asesinar a la realidad –por no haber sabido cómo manejarla- para viajar a tu propio mundo. Hay veces en que la realidad sangra -no consigues cambiar el final de la historia-, y es terriblemente fría, y entonces solo deseas suicidarte de sueños, y vivir allí dentro. Con los fogonazos (MANHATTAN MANHATTAN MANHATTAN), las ciudades imposibles, los acordes interminables y un guión que te hace saber exactamente cómo actuar. Fuera, Al Stewart se ha callado para siempre, pero dentro, la canción se repite una y otra vez.

Nadie sabe lo que sucedió después: si Rick regresó al aeropuerto para esperar el avión que devolvería a Ilsa a Casablanca; y aunque no se vea en la película, existe una secuela en la que Escarlata O’Hara se marchó a buscar a Rhett Butler, porque sabía que era su amor verdadero. Y a pesar de que Humphrey jamás regrese, su mirada está cargada de ese aire grave y tierno que te permite decolorarte en blanco y negro para seguir soñando con un último beso, que dé a luz, otra vez, al primero. 



Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.

Alguna vez volveremos a ser.


Alejandra Pizarnik

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Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

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