Yo vuelvo por mis alas,
dejadme volver.
Quiero morirme siendo amanecer,
quiero morirme siendo ayer.
Federico García Lorca
Hace ya años que caminas junto a mí, pero hoy te veo más cerca, como si tu presencia se hubiera vuelto menos etérea. Tal vez sea el invierno, que ha llegado de improviso, helándonos las calles y el corazón. Ni siquiera el alumbrado navideño logra aplacar el frío que parece haberse instalado en mis sentidos. Supongo que por eso me evado hacia mundos y seres imposibles.
No recuerdo un diciembre tan frío como este. La nieve, por lo general, siempre ha venido de la mano de enero, desde aquel año tan triste en el que no pude bajar al patio para hacer un muñeco de nieve porque tuvimos que marcharnos. ¿A dónde? Tú lo sabes, así que prefiero no tener que recordarlo. Al fin y al cabo, no he dejado de hacerlo desde entonces. Cuando veo nevar siento empañarse una vez más los cristales del coche de mi padre y aquel pesado y húmedo silencio. Más allá, todo es blanco.
Vamos a dar una vuelta por el centro, aunque las luces de este año no me gusten. Ya no se oye a nadie cantar villancicos por la calle, pero claro, es que esa es una moda del siglo XX… y ahora estamos en el siglo XXI. En el helado siglo XXI, esa cifra que comienza por 2, igual que esta edad recién estrenada que se me hace demasiado grande para mi diminuta presencia. Cuando pienso en el 2, siento un afán irremediable de acurrucarme cerca de algo calentito y encogerme en torno a mí misma, cerrando los ojos y soñando con que, al despertarlos, todo volverá a la normalidad y los últimos trece años no habrán sido más que un sueño. Un sueño bueno, o malo; qué más da. Confuso, fugaz, impredecible, intoxicado de ilusiones marchitas.
Me gusta vivir en esta especie de vacío que representan las Navidades. Aunque este año no puedo encontrar el acorde exacto en el que todo se volvía cálido a pesar de que el termómetro marcara varios grados bajo cero. Todavía me falta el chocolate con churros en el Café Comercial, ir al cine el día de Navidad, pasar una noche viendo varios capítulos de El Zorro, una sesión fotográfica delante del árbol y cochinillo asado. Aunque ya no pueda ser en Nochebuena. Porque tú sabes lo poco que me gusta el bacalao en Nochebuena. ¿Cuándo se ha visto eso? Es un elemento extraño, igual que todo lo que me rodea. No sé si el mundo ha cambiado o soy yo la que no logro encontrarme. He debido olvidarme a mí misma en alguno de los años que van en bicicleta desde el invierno aquel en que todo cambió. Y ahora no puedo más que mirar, observar las cosas a través de un cristal inmenso, como si la vida fuera una película en VHS y alguien hubiera pulsado el botón de avanzar. Las imágenes se suceden fugaces, incomprensibles, demasiado confusas, sin darme tiempo a pensar y casi ni a soñar. Y eso que mis lunas están tejidas con sueños. Pero es que no soy yo; no puedo ser yo. ¿Quién me ha metido en este cuerpo tan raro, en este papel tan difícil, en este siglo tan helado? ¿Dónde se han quedado mis alas, dónde mi pasmosa seguridad de que el mundo se detendría con una sola de mis lágrimas? Yo vuelvo por mis alas, dejadme volver…
Tengo la impresión de que nunca volverá a ser Navidad. Pero me sigo encontrando bien en este paréntesis atemporal que sucede a una velocidad imposible. Más allá del 6 de enero solo veo niebla, y frío, un frío espantoso, y la vida que sigue, y las realidades acechando tras la esquina más próxima. Quiero esconderme del tiempo y que todo siga, pero que se detenga mi mundo, ya que resulta imposible volver atrás.
Ni siquiera sé por qué te escribo desde hace ya años, por qué te hablo, si no eres nadie, si ni siquiera existes. No representas más que mi desenfrenado afán por escapar de la realidad que me rodea. Pero no te alejes de mí, o me sentiré terriblemente sola. Y feliz Navidad para ti también.
No recuerdo un diciembre tan frío como este. La nieve, por lo general, siempre ha venido de la mano de enero, desde aquel año tan triste en el que no pude bajar al patio para hacer un muñeco de nieve porque tuvimos que marcharnos. ¿A dónde? Tú lo sabes, así que prefiero no tener que recordarlo. Al fin y al cabo, no he dejado de hacerlo desde entonces. Cuando veo nevar siento empañarse una vez más los cristales del coche de mi padre y aquel pesado y húmedo silencio. Más allá, todo es blanco.
Vamos a dar una vuelta por el centro, aunque las luces de este año no me gusten. Ya no se oye a nadie cantar villancicos por la calle, pero claro, es que esa es una moda del siglo XX… y ahora estamos en el siglo XXI. En el helado siglo XXI, esa cifra que comienza por 2, igual que esta edad recién estrenada que se me hace demasiado grande para mi diminuta presencia. Cuando pienso en el 2, siento un afán irremediable de acurrucarme cerca de algo calentito y encogerme en torno a mí misma, cerrando los ojos y soñando con que, al despertarlos, todo volverá a la normalidad y los últimos trece años no habrán sido más que un sueño. Un sueño bueno, o malo; qué más da. Confuso, fugaz, impredecible, intoxicado de ilusiones marchitas.
Me gusta vivir en esta especie de vacío que representan las Navidades. Aunque este año no puedo encontrar el acorde exacto en el que todo se volvía cálido a pesar de que el termómetro marcara varios grados bajo cero. Todavía me falta el chocolate con churros en el Café Comercial, ir al cine el día de Navidad, pasar una noche viendo varios capítulos de El Zorro, una sesión fotográfica delante del árbol y cochinillo asado. Aunque ya no pueda ser en Nochebuena. Porque tú sabes lo poco que me gusta el bacalao en Nochebuena. ¿Cuándo se ha visto eso? Es un elemento extraño, igual que todo lo que me rodea. No sé si el mundo ha cambiado o soy yo la que no logro encontrarme. He debido olvidarme a mí misma en alguno de los años que van en bicicleta desde el invierno aquel en que todo cambió. Y ahora no puedo más que mirar, observar las cosas a través de un cristal inmenso, como si la vida fuera una película en VHS y alguien hubiera pulsado el botón de avanzar. Las imágenes se suceden fugaces, incomprensibles, demasiado confusas, sin darme tiempo a pensar y casi ni a soñar. Y eso que mis lunas están tejidas con sueños. Pero es que no soy yo; no puedo ser yo. ¿Quién me ha metido en este cuerpo tan raro, en este papel tan difícil, en este siglo tan helado? ¿Dónde se han quedado mis alas, dónde mi pasmosa seguridad de que el mundo se detendría con una sola de mis lágrimas? Yo vuelvo por mis alas, dejadme volver…
Tengo la impresión de que nunca volverá a ser Navidad. Pero me sigo encontrando bien en este paréntesis atemporal que sucede a una velocidad imposible. Más allá del 6 de enero solo veo niebla, y frío, un frío espantoso, y la vida que sigue, y las realidades acechando tras la esquina más próxima. Quiero esconderme del tiempo y que todo siga, pero que se detenga mi mundo, ya que resulta imposible volver atrás.
Ni siquiera sé por qué te escribo desde hace ya años, por qué te hablo, si no eres nadie, si ni siquiera existes. No representas más que mi desenfrenado afán por escapar de la realidad que me rodea. Pero no te alejes de mí, o me sentiré terriblemente sola. Y feliz Navidad para ti también.
3 comentarios:
Uno escribe para no parecer solo. Bueno todavia tienes tiempo de esos churros y chocalate, antes de que dejen de brillar las luces de la Navidad. Por cierto siempre Lorca, ahora estoy leyendo el libro el ultimo paseo de G.Pozo y casi acabado el libro, puedo decir ese siempre Lorca que vuelve.
Un Beso y Feliz solsticio de invierno.
Hola!!
Feliz Navidad, que bien que hayas actualizado tb en estas fechas!
Me gusta tu entrada. Es melancólica, pero todos lo somos!! y sobre todo aquellos a los que nos gusta escribir. La escritura para mí es el lugar donde descargo mis elevadas dosis de melancolía y soledad.
Que disfrutes de estos días muchísimo!!
Degustando tus textos por aquí. Me encantó lo que hallé.
Felices fiestas y un 2010 de lo mejor para ti!
Un abrazo :)
Publicar un comentario