lunes, 8 de diciembre de 2008

Los cisnes no cantan cuando mueren


Me trajeron un cisne medio muerto. Era una de esas maravillosas aves que no he vuelto a ver en el mundo, el cisne cuello negro. Una nave de nieve con el esbelto cuello como metido en una estrecha media de seda negra. El pico anaranjado y los ojos rojos.

Esto fue muy cerca del mar, en Puerto Saavedra, Imperial del Sur.

Me lo entregaron casi muerto. Bañé sus heridas y le empujé pedacitos de pan y de pescado a la garganta. Todo lo devolvía. Sin embargo, fue reponiéndose de sus lastimaduras, comenzó a comprender que yo era su amigo. Y yo comencé a comprender que la nostalgia lo mataba. Entonces, cargando el pesado pájaro en mis brazos por las calles, lo llevaba al río. Él nadaba un poco, cerca de mí. Yo quería que paseara y le indicaba las piedrecitas del fondo, las arenas por donde se deslizaban los plateados peces del sur. Pero él miraba con ojos tristes la distancia.

Así cada día, por más de veinte, lo llevé al río y lo traje a mi casa. El cisne era casi tan grande como yo. Una tarde estuvo más ensimismado, nadó cerca de mí, pero no se distrajo con las musarañas con que yo quería enseñarle de nuevo a pescar. Se estuvo muy quieto y lo tomé de nuevo en brazos para llevármelo a casa. Entonces, cuando lo tenía a la altura de mi pecho, sentí que se desenrollaba una cinta, algo como un brazo negro me rozaba la cara. Era su largo y ondulante cuello que caía. Así aprendí que los cisnes no cantan cuando mueren.

[…]


Pablo Neruda, Confieso que he vivido



En mi opinión, la vida humana se divide en dos edades: la infancia y la añoranza de la infancia. Dejé de ser una niña real para convertirme en una niña invisible, oculta siempre bajo este cuerpo que es mío y ni siquiera me pertenece. Nunca quise crecer, y solo de pensar en ello me embargaba una profunda desolación; pero es que jamás pensé que hubiera lugar para mí en el complejo mundo de los adultos. En cierto modo, no me equivocaba.

La inocencia muere de repente, sin darnos tiempo para asumir que los cuentos de hadas son mentiras disfrazadas de belleza. De que los cisnes no cantan cuando mueren. De que los finales felices son una utopía, porque no existen los finales, ni felices ni tristes, ya que la existencia es un continuo ciclo. Ni siquiera la muerte constituye en sí misma un final, porque todo permanece en forma de recuerdos, y a veces la imaginación es una forma de vida mucho más fuerte que la propia vida.

La inocencia muere en algún lugar de la frontera entre las dos edades, de forma sutil, volátil, imprecisa, tan suavemente que ni nos damos cuenta. Solo cuando nos encontramos demasiado prisioneros de la Realidad, nos volvemos para preguntarnos en qué momento de nuestras vidas murió la inocencia. Y la etérea respuesta permanece tan perdida como aquel canto imposible del cisne moribundo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

hoy la verdad q es como que quiero seguir siendo pequeño porque entonces no había preocupaciones o si las había al rato se habían solucionado y todo como quién diría estaba hecho...q años más felices en los q todo se arreglaba con una simple "perdona" o simplemente volvías a jugar como si nada y no como ahora que por nada ya nos estamos comiendo la cabeza...y para nada...sólo recordarte...que:Nunca dejes de creer en los cuentos de hadas, algún día se harán realidad.(M.C.H)

Edu dijo...

La vidas humana se divide entre la busqueda del ser y de la nada, al principio buscamos estar en la vida, sentir, percibir, tal vez amar, despues uno asume que la nada es el destino de todo lo pensado.Soñar es lo unico que la nada y el ser, `no pueden comprender, esa abstracion que se mueve entre lo que existe y el futuro.
Saludos.

Óscar Sejas dijo...

Sí, es posible que muera la inocencia.

Sin embargo yo no renuncio a creer en la Utopía, todo lo que alguien sueña otros son capaces de hacerlo realidad.

¿Y si soñamos otro mundo posible en el que los cisnes puedan cantar y no mueran borrachos de nostalgia?

¿Wendy traicionó a Peter Pan? ¿Nosotros nos hemos traicionado a nosotros mismos?

Es inevitable perder la inocencia de la infancia sin embargo uno puede seguir sintiéndose un niño siempre, como decía esa canción de Los Secretos: Volver a ser un niño...

Un saludo, me gustó tu blog, si me permites volveré por aquí.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Marina, hacía meses que buscaba este relato y no lo encontraba por ninguna parte; lo escuché la primera vez en 4º de la ESO cuando estudiábamos a Pablo Neruda, y confieso que he vuelto a ahogar mis lágrimas en un pañuelo de papel..

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