jueves, 31 de enero de 2013

Llegar al sol


"Amanecer", Salvador Dalí



Hay que continuar siempre. ¿No es ese tu secreto, Cadio? La sociedad es estúpida, pero el mundo es hermoso. Esas llamas, el sonido de las hojas en los vidrios de la ventana, el reflejo de la luz sobre las planchas del suelo: ¡qué maravilla! Todo ello existía, mas no sentía esa lenta caricia con la cual curan la más profunda herida del deseo. Tu presencia me dice que debe amarse la vida y el aire y la tierra divinos que la rodean. [...] No desdeñar lo natural: amar. Y si se ama, si se ama apasionadamente, nos olvidaremos de nosotros mismos. Entonces estaremos salvados.

Luis Cernuda




Después del naufragio, todo es oscuridad. Es entonces cuando comienzan a brillar algunas cosas, que son las cosas que siempre habían brillado, pero que el inmenso vendaval del miedo no te dejaba ver. Debajo del mar, no hay viento, solo una marea suave de recuerdos, y los restos tristes del naufragio.

Te sorprende tocar tu propio cuerpo. ¿Sigues aquí? Eso significa que no has naufragado del todo, que solo has perdido de vista la superficie. Miras a tu alrededor. Arriba hay una luz; incluso te parece distinguir el cielo. Pruebas a nadar, y sientes que los brazos y las piernas te responden. Mientras asciendes, piensas en que, tal vez, tu embarcación fuera demasiado frágil. En que tal vez fuese necesario naufragar para emerger del todo, a color, definiéndote en una realidad que a menudo adquiere matices de película en blanco y negro.

Cuando al fin asciendes a la superficie, el mundo es del color de las tormentas. Hay una playa al fondo, y esqueletos arquitectónicos de historias que el miedo ha dejado devastadas. Te tiendes sobre la arena, extenuada, y lloras al comprobar que las cosas que brillaban allá abajo siguen haciéndolo en la superficie, luminosas y nítidas, como soles antiguos sobre los que ahora se cierne una sombra de tristeza.

No importa que estén lejos; sabes que los alcanzarás. ¿Alcanzar el sol? Habrá quien te llame idealista, pero tú sabes que ese idealismo es precisamente el que te hará lograrlo. Construir una embarcación fuerte, llenarla de pasados y de futuros, y navegar con firmeza hacia el sol: ese es el objetivo. Y hacia una ciudad donde los sueños permanecen intactos.

Llevas esa estrella en el corazón. ¿El corazón? Sí, el corazón, el mismo que durante los instantes del naufragio dejaste de escuchar, porque tus oídos se hallaban taponados por el miedo a no saber quién eras, o quién querías ser. Ha sido necesario descender a los Infiernos, donde todo es silencio, para escuchar tu propia voz clamando por ser escuchada, y para escuchar también la voz del sol.

Lo importante es saber quién deseas ser, y tener absoluta conciencia de quién no deseas volver a ser. El bien es todo aquello que te acerca a esa meta, y que te hace salir de ti para darte a las personas que te quieren y a las que quieres, porque esta playa no está desierta, y tú no eres su única habitante.

El mal es abandonarte al miedo, destruir los sueños, no luchar por lo que coincide con tu idea de felicidad, huir, esconderte en ti misma y cerrar los ojos para no ver el exterior, y quedarte de brazos cruzados cuando la tempestad arrasa contra aquellos que se arriesgan a compartir sus sueños contigo. El mal es dejarte pisotear, asaetear tu dignidad, vender tu libertad por miedo a ser valiente y resignarte a que tu embarcación se desarme en aguas pantanosas por no atreverte a avanzar hacia otras. El mal es dudar cuando alguien trata de imponerte qué es la felicidad. La felicidad es distinta para cada persona, y la única verdadera es la propia. Perseguir tu felicidad, y la de aquellos a los que quieres, siempre que no hagas daño consciente a los demás, es la más blanca de las inocencias.

No quieres ser más la Bella Durmiente, ni detenerte para siempre en el País de las maravillas. Ya es hora extender las manos –y las alas-, de salir de ti y darte al mundo que te rodea, y luchar con todas las armas que la bondad ha depositado sobre la arena.

“Just what you want to be, you will be in the end”. Así dice la famosa canción de los Moody Blues, y piensas que nunca habías comprendido mejor la letra. Escuchar esa canción no volverá a ser lo mismo.

Ha llegado el momento de ponerse en pie, y de lanzarse de bruces al mundo. Sabes que todo ha cambiado, que al final solo puedes confiar en tu corazón, y ahuyentar lo demás. Y –doloroso, esperanzado- él te grita que luches por alcanzar el sol. 


martes, 29 de enero de 2013

El incendio


Salvador Dalí, "Girafa ardiendo"



Emplearé todo el resto de mi vida en contemplar el suelo seriamente
ahora que ya nos importan cada vez menos las hadas,
ahora que ya las luces más complacientes estrangulan de un golpe las primeras sonrisas de los niños
y exaltan a puntapiés el arrullo de las palomas
y abofetean el árbol que se cree imprescindible para el
embellecimiento de un idilio o de una finca.
Mira siempre hacia abajo.
Nada se te ha perdido en el cielo.
El último ruiseñor es el muelle mohoso de un sofá muerto.

Rafael Alberti




Alicia emerge del Espejo y mira a uno y otro lado. Junto a un sauce marchito, un grupo de niños forman una fila. Llevan unos sacos rojos cubriéndoles la cabeza. Frente a ellos, otra fila de niños vestidos de azul lanzan pelotas de goma, que rebotan en el cuerpo de los de la primera fila y vuelven a sus manos. Hay un cartel de madera incrustado en el césped, en el que se puede leer: PASADO. Algunas pelotas se escapan de esa franja del jardín y caen en otra en la que el césped está marchito. En la que se encuentra Alicia.

-Este jardín es hermoso como un suicidio, ¿no crees? –interviene, de repente, una voz a sus espaldas.

Alicia se vuelve, para encontrarse junto a Jim Morrison. Lleva el cabello desordenado, como siempre, y los ojos inyectados en bruma, perdidos en algún submundo al que solo se accede desde la cocaína. Alicia sonríe y, cuando lo hace, muestra una mancha de carmín en sus dientes. En ese momento, el cielo comienza a vomitar meteoritos cubiertos de fuego.

-Qué hermosa es esta lluvia –dice Jim-. Estoy tan aburrido que debería asesinar a alguien.
-Mi cabello ha dejado de ser rubio, definitivamente.
-Por favor, no me sugieras el veneno. Eres Alicia, no Blancanieves, y ni siquiera tienes las agallas de Eva para probar una manzana si alguien te recomienda no hacerlo.
-No te hablaba de eso. ¿Por qué no me escuchas cuando te hablo? He decidido que dedicaré el resto de mi vida a tratar de estornudar más fuerte.
-¿Quién te oirá?
-El problema es que nadie en este mundo estornuda fuerte. Es de mala educación, dicen.
-Y tú eres demasiado inglesa.
-Te equivocas. Me he dejado el corazón en el mar de Cádiz. Esto que llevo aquí es un agujero negro.
-¿Cómo el cielo?
-Como el Dios que no existe.
-¡Ya sé! Le asesinaré a él. No quiero cometer otro crimen y pasar más años encerrado en una guitarra.
-¿De qué tienes más miedo, Jim?
-Pam, ¿por qué siempre que me preguntas eso acabas dejándome? Sabes que siempre volvemos, nena. Me necesitas.
-No soy Pam, soy Alicia.
-Quieres decir que… ¿Pam no va a volver?
-Se ha quedado al otro lado del Espejo.
-¿Y a ti? ¿Qué te asusta, pequeña Alicia?
-¿Qué no me asusta? Cierro los ojos y sigo viendo esa calavera, Jim. Me agarra y no me deja ir. La adoro. Tengo miedo de no poder asesinarte en este instante.
-¿Quieres arrebatarme el derecho al suicidio?
-Salgamos de aquí, Jim. Subámonos al edificio más alto de Madrid y hagamos ondear la bandera de la República. Luego entraremos en combustión. Creo que serías un cadáver bellísimo, Jim.
-Solo si bailas conmigo un vals mientras todo a nuestro alrededor se desvanece.
-Le estaba reservando el último a alguien que nunca vendrá.
-Entonces, ¿por qué reservárselo?
-Precisamente por eso, Jim. Si bailara contigo, no tendría motivos para seguir estornudando más y más fuerte. El último vals se habría consumado. Ya no tendría nada que esperar.
-Me gustabas más cuando eras la Bella Durmiente. Tu espera era triste y soñadora, teñida de azules y de inocencia.
-Inocencia. Esos niños con sacos cubriendo su cabeza también lo son.
-Alicia… Mira cómo se deshace el cielo. Arde, pequeña. Como tu cabello. Es rubio, aunque tú no lo quieras ver.
-No soy Alicia, Jim. No soy ya nadie. Quiero volar y escapar para siempre. Volemos, Jim, dejemos esta ciudad y tal vez podamos ver amanecer en una nueva dimensión.
-Tendrías que haberlo pensado antes, niña. Ahora el cielo arde, ¿cómo emprender el vuelo? Pero no te preocupes, siempre podemos escapar en mi barco.
-¿Tu barco de cristal? ¡Está abocado al naufragio!
-Pero eso ya lo sabías cuando saliste del Espejo…

(De los árboles comienzan a brotar carcajadas grotescas y sobrenaturales).

domingo, 27 de enero de 2013

Valor



PALABRAS PARA JULIA


Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.


José Agustín Goytisolo


Hoy no escribiré nada más.

jueves, 24 de enero de 2013

La hora del naufragio


"La novena ola", Iván Aivazovsky



Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Federico García Lorca



En la hora del naufragio, las ideas se desvisten, arrancándose sus disfraces de verdades, y se quedan como lo que son. Ideas. Opiniones. ¿Qué es la verdad? ¿Cuántas verdades existen en el mundo? ¿Tal vez tantas como miradas?

Lo importante no es saber cuántas verdades existen, sino cuál de ellas es la tuya. No la Verdad, esa idea utópica y abstracta, sino tu verdad. El auténtico problema surge cuando la desconoces. Es tan fácil apoyarte en otra verdad, una que siempre te ha resultado maravillosa, absoluta y brillante, sin claroscuros ni temblores, sin vacilaciones ni puntos en sombra. Hasta que esa verdad tiembla, y descubre su verdadera naturaleza, su vulnerabilidad. Esa verdad no es más que otro argumento. Y el perfecto esquema vital –con su correspondiente código ético- que sobre ella habías construido, se derrumba.

Es la hora del naufragio.

Primero, el cielo se colorea de sombras, y sientes tu mirada apagarse. Después, un viento enfurecido comienza a arremeter sobre tu frágil embarcación, barnizada de ingenuidad. El miedo puede soplar más fuerte que cualquier huracán. Lo siguiente que ocurre es que pierdes el control del timón, y todo a tu alrededor se tambalea, y las olas se vuelven cada vez más altas, y de las nubes empiezan a brotar gotas de lluvia que son en realidad tu propio llanto.

Entonces, comprendes que nada ni nadie te salvarán de ser arrastrada por el océano de la incertidumbre, donde no hay más luz  que tus lágrimas, donde la fuerza inamovible de la Naturaleza te arrastra hacia abajo, siempre hacia abajo.

También se puede naufragar en el desierto. En cualquiera de los casos, la soledad es tan íntima y consistente, el mundo tan inmenso y tan vacío, que temes que esa soledad acabe metiéndose muy dentro de tu corazón, y que ese vacío acabe invadiéndote las entrañas, deshabitándote.

Y pierdes las referencias acerca del bien, el mal, lo correcto, lo incorrecto, la razón y la locura. “You are lost, little girl”, que diría Jim Morrison. Y también aparecen en tu mente aquellas otras palabras de Harry Nilsson que fueron la banda Sonora de la magnífica película Cowboy de medianoche, en la que los naufragios se suceden:

Everybody's talking at me.
I don't hear a word they're saying,
only the echoes of my mind.
People stopping staring,
I can't see their faces,
only the shadows of their eyes.

No vislumbras otra salida más allá de las lágrimas, porque en todos los casos eres la nota discordante, el ser rebelde e incontrolable, el que no tiene compostura ni remedio posible. No perteneces ni a un mundo, ni al otro. Te hallas a medio camino, en una especie de limbo que corresponde a tu terrible identidad de náufraga. Y en medio de ese mar, de ese vano desierto, ¿dónde encontrar tu verdad?

Si soplaras tan fuerte como el miedo. Pero algo te dice que eres solo brisa. Hay tantas voces gritándote, arrastrándote hacia sus propios caminos, que todas acaban por mezclarse en un rumor tan desbocado en el que no distingues una sola palabra. Lo normal para algunos es raro para otros. ¿Quiénes son los locos? ¿En qué lado del espejo te hallas? ¿Tal vez eres tú la loca? “Escucha a tu corazón”, susurra alguien. Pero no es más que otra opinión. ¿Por qué habrías de escuchar a tu corazón? ¿Cómo sabes que no deberías hacer exactamente lo contrario de lo que él te pide? Y es más: ¿dónde está tu corazón? ¿Por qué guarda silencio? ¿También te ha abandonado?

Ni siquiera puedes imitar a Sócrates y decir que sólo sabes que no sabes nada, porque tal vez sabes mucho más de lo que crees, o tal vez ni siquiera sepas que no sabes nada. La verdad, el mundo: todo es relativo. Y en ese océano de incertidumbre, temes descubrir un día que te has convertido en aquello de lo que siempre huiste: una mala persona.

¿Pero cómo saberlo? ¿Qué es el bien y el mal? Siempre has creído que ser mala es hacer daño conscientemente, pero hagas lo que hagas, hay alguien que sufre. Y si actúas sabiendo esto, ¿obras con maldad? ¿Se puede evitar actuar con maldad, si siempre acaba sufriendo alguien?

Si no soy poeta, ni niña, ni mujer, ni sombra… ¿aire? ¿Una herida abierta? ¿Unos ojos sin dueño?

Si todos se callaran, tal vez te escucharías a ti misma, o tal vez, por el contrario, el silencio sería tan desgarrador que acabarías deshaciéndote en el aire. ¿Cómo saberlo?

Tonto, imbécil, loco incurable, niño imposible; Luis, no tienes compostura… (Luis Cernuda)

jueves, 17 de enero de 2013

Destellos


Auguste Renoir


En vano escuchas la canción del muchacho jovial. Es una canción impersonal, exactamente pudiera ser otra canción cualquiera, y ése es el motivo de que te sientas atraído por el canto y su cantor.

Luis Cernuda



El Trapecista no había muerto, en realidad. Un día, ella volvió a distinguir su figura de negro y ámbar refulgiendo en mitad de algún lugar sin nombre, y casi sin materia. Porque el brillo del Trapecista todo lo envolvía. Vio de nuevo su cabello de azabache, recortado ya sin piedad, y aquellas cejas finas y expresivas que enmarcaban unos ojos melancólicos, de párpados caídos. Sus labios de papel, que se apretaban o se relajaban en una media sonrisa desvergonzada al ritmo de los acordes de la guitarra cuyas cuerdas pulsaban sus dedos ágiles. A su lado, un joven de rostro difuminado le acompañaba, entonando una canción con voz dulce.

Era una canción de amor. Ella no conocía el idioma, pero sabía que hay colores que solo se encienden cuando un fuego sin llamas arrasa por dentro el corazón. Que hay silencios que preceden a un epílogo, e historias que nunca comenzaron y que, por lo tanto, no pueden terminar.

En aquellos acordes surgían gotas de la sangre de Italia, destellos del azul de una mezquita turca, notas de una despedida en Venecia, breves vahos apagados de la ciudad lluviosa y gris que una vez estuvo a punto de conocer. Y también de aquella otra que sí conocía, la que no tenía nombre y se reducía a una estación imaginaria donde los trenes llegaban y se marchaban sin decir adiós. Ella siempre volvía a esa estación, sosteniendo una maleta llena de papeles inútiles, dispuesta a subirse al primer tren que la esperara. Pero cada vez que intentaba marcharse, se daba cuenta de que, en realidad, era ella la que estaba esperando a alguien, y por eso nunca podría marcharse del todo, y debía limitarse a mirar los trenes que se llevaban en sus bramidos mapas antiguos de ilusiones desnudas.

Los dedos del Trapecista acariciaban las cuerdas de la guitarra con delicadeza inusual, conmovedora. Unos instantes antes de terminar la canción, el Trapecista levantó la mirada y, durante unos segundos, resplandecieron sus ojos ambarinos, dulces en su tristeza desgarrada, rebeldes, con tintes de desafío frustrado, o de derrota. Unos ojos bonitos, infantiles, que la muchacha no había podido borrar de su memoria. Después, una vez más, su figura volvió a difuminarse hasta que no quedó más que un recuerdo.

La muchacha supo que aquella última mirada no iba dirigida a ella, sino a algún espectador silencioso y anónimo que todavía no conociera bien al Trapecista. Porque ella ya no existía para él, y él se había perdido en la distancia, en los años y hasta en un mapa de ilusiones, de los muchos que se llevaban consigo aquellos trenes que siempre se iban sin decir adiós.

En realidad, el Trapecista había muerto… 

martes, 8 de enero de 2013

Tal vez



Roy Lichtenstein


Il y avait une fois LA REALITÉ.

Louis Aragon


Creo que todo ha perdido su nombre. Si hubieras llegado antes. Las palabras me arañan y me atraviesan el corazón si oso bucear en mis razonamientos, y mirar un futuro sin brillos de libélulas en el aire. Y las cosas parecen terriblemente vacías. O tal vez, es una forma de camuflar los vacíos presentes. Ya no distingo más camino que mis propias pisadas.

Pero la vida es un rugido interminable…

Y otra vez, se hace necesario volver a saltar al vacío. Para poder seguir existiendo.

Teñida de azul, me atreveré a mirarte, entonces. Y tal vez consiga arrancar un nuevo comienzo a mi historia inacabada.

Tal vez haya lugar aún para la esperanza.

Entradas populares

Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

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Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título